Muros sin Fronteras

El pajarito de Maduro y el ángel Marcelo

Las elecciones bis en España nos traen una importante novedad: los principales mítines de las derechas se van a celebrar en Venezuela. El objetivo es ir ahí para hablar de aquí con el fin de regresar aquí para hablar de allá. Al menos, el jefe de Ciudadanos, Albert Rivera, lo intenta; los del PP ni se mueven de casa, prefieren los corta y pega del Ministerio de Interior y sus voceros en la propaganda y la fe.

La verdad es que a Nicolás Maduro le debe quedar un telediario (con perdón). Hay síntomas mucho más preocupantes que las críticas de Mariano Rajoy, la batalla legal y no tan legal por impedir el referéndum revocatorio que pretende sacarlo del poder este año o la supuesta amenaza exterior que esgrime el presidente para decretar el Estado de emergencia: la compañía Coca Cola acaba de anunciar esta semana que detiene su producción en Venezuela debido a la escasez de azúcar. Este puede ser el golpe definitivo del capitalismo a la revolución chavista. Esto que acabo de escribir -lo digo por los despistados, que siempre hay-, es una ironía.

También debería serlo el afán español de precampañas electorales en Caracas, como si no tuviéramos bastantes problemas aquí. El viaje de Rivera se enmarca en la vieja manía española de utilizar la política exterior con fines domésticos. ¿Es el mismo Rivera que criticó el viaje de Zapatero? ¿La única manera de frenar a Podemos-IU es hacer campaña en Venezuela o hablar de Venezuela ahora que ha dejado de funcionar ETA? ¿Se puede rechazar por chavista la introducción de un tipo de referéndum revocatorio en España e ir a Venezuela para defenderlo?.

España y Venezuela comparten problemas: la crisis y la escasa calidad de su democracia, entre otros. En Venezuela tienen más problemas porque como exportador de petróleo depende por completo de sus precios. En pocos años ha pasado de cotizar por encima de los 140 dólares el barril (en julio de 2008) a menos de 30 en enero de 2016. Se trata de un grave revés para un país que depende del petróleo para ingresar divisas.

A España también le afecta el bajo precio del petróleo, pero como importador de crudo le beneficia. Gran parte de los éxitos económicos de los que presume Rajoy se basan en este hecho. Ahora, los futuros del petróleo, es decir la apuesta a cómo será su precio, anuncian una subida que, de confirmarse, dejara al Gobierno del PP metido en un grave problema: sus cuentas quedarán fuera de la realidad (más aún) y los recortes deberán ser mayores.

Venezuela no es una dictadura; España, tampoco. En las dictaduras, los partidos de la oposición no ganan elecciones ni dominan parlamentos, como sucede en el caso venezolano. Pese a no ser una dictadura, dista mucho de ser un gobierno ejemplar. Uno de los fracasos del chavismo ha sido su incapacidad de crear una administración profesionalizada y eficaz.

Tres años después de la muerte de Hugo Chávez, la revolución bolivariana se tambalea hasta el punto de que muchos se preguntan si será posible sin su fundador.

Un Gobierno en apuros en medio de una formidable crisis económica y política ha recortado libertades, perseguido y encarcelado opositores y aumentado la ocupación y control de las diversas instituciones del Estado, algo que no sucede en España. Aquí, el Gobierno no se apropia de la radio televisión pública para propagandear sus logros y ocultar sus defectos ni utiliza la policía de todos contra sus enemigos podemitas ni coloca en los altos tribunales superiores a jueces afines para que fallen en su favor. Esto, también para los despistados, es también una ironía.

Sería mejor separar dos escenarios que poco tienen que ver. Criticar la realidad española, analizar sus problemas y proponer soluciones. Lo mismo en Venezuela. No son países comparables en casi ningún aspecto más allá del idioma y una cultura común. Es difícil confiar en políticos que ven en la bulla la única forma de hacer política o van a países lejanos a simular que les interesa lo que allí sucede cuando solo buscan poder decir, "yo estuve en Venezuela" y criticar a Podemos.

Venezuela no funciona; es un hecho. Este año corre el riesgo de suspender pagos. Su economía cayó un 5,7% en 2015 y el FMI prevé una mayor, del 8%, para este año con una inflación del 500%. Es la peor economía del mundo después de la de Siria y Yemen. Las razones son múltiples: caída del precio del petróleo, pésima gestión por parte del Gobierno, boicot empresarial y tal vez la inefable mano de la CIA en América Latina. Cada bando escoge las razones que le convienen y desprecian las otras.

El chavismo sin Chávez no supo leer la primera advertencia, expresada en las elecciones presidenciales de abril de 2013. Ganó Maduro a Henrique Capriles, pero por solo 234.935 votos y en medio de acusaciones de fraude. Fue un doble aviso: Maduro no es Chávez, carece de su carisma y la gente está cansada de retórica con los supermercados vacíos. En las pasadas elecciones legislativas, la oposición reunida en torno a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) obtuvo 112 diputados, es decir, los dos tercios de la Asamblea, aunque dos quedaron en suspenso, junto a uno tercero chavista, por orden del Supremo debido a irregularidades en el Estado de Amazonas, orden que acató la MUD.

El estado de excepción ordenado por Maduro ante una supuesta agresión exterior parece más una maniobra para bloquear el referéndum revocatorio. El chavismo se atrevió a decir que no lo habrá pase lo que pase. Sería una violación de la propia Constitución bolivariana.

No lo tiene fácil Venezuela. El chavismo no se irá sin presentar batalla: están en juego miles de puestos de trabajo y su supervivencia política. La oposición es una amalgama que reúne a dirigentes que participaron en los gobiernos prechavistas, algunos de los cuales batieron récords de corrupción como el de Carlos Andrés Pérez, el que fuera gran amigo de Felipe González. Estos líderes representan la clase blanca dominante, como la que se ha hecho con el poder en Brasil. Quedarnos en este aspecto sería simplista. Dentro de la misma oposición hay personas limpias con un indudable compromiso democrático. Son los casos de Capriles y Teodoro Petkoff, entre otros. Es un pacto contra el chavismo; es lo único que les une.

Hace unos días, la policía española multó a una mujer por llevar un bolso con el dibujo de un gato y las siglas ACAB en letras góticas acompañadas de esta frase All Cats Are Beautiful (Todos los gatos son hermosos). La policía, en aplicación de la ley mordaza, interpretó que las siglas corresponden en realidad a All Cops Are Bastards (Todos los policías son unos bastardos), lo cual es, según ellos, un menoscabo a su imagen y autoridad. Esto en Venezuela no pasa.

A ver si después de todas las monsergas, el más venezolano, el verdadero peligro, va a ser el ministro de Interior, Jorge Fernández, y su íntimo amigo Marcelo. Ni el presidente venezolano Maduro se atrevió a tanto; él solo esgrimió el milagro de un pajarito que le hablaba con la voz de Chávez, no de todo un ángel de la guarda que aparca coches, ofrece consejos políticos, recibe a presuntos delincuentes económicos en la sede del Ministerio y condecora vírgenes de escayola y yeso.

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