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Una soledad comprometida

La melancolía es un ejercicio normal en las personas que vamos cumpliendo años. Como soy una persona que cultiva la memoria y que tiende a enredarse con los paisajes de la vida, me acostumbré muy pronto a asumir la presencia de la melancolía en mi equipaje político. Recuerdo valores, asambleas y proyectos, como recuerdo el barrio en el que crecí, las noches con estrellas en la terraza de la casa de mis padres o las risas de la gente, animadas por la cerveza y la sangría, en los merenderos del río Genil. Me siento vinculado a las cosas que se han perdido; mi desprecio por la sociedad de consumo, con la fugacidad destructiva de sus novedades, tiene mucho que ver con mi melancolía. El tiempo no es de nadie, pero cada uno tiene su tiempo.

¿El tiempo no es de nadie? La verdad es que todo poder procura fundar una idea del tiempo, y en la medida en la que nos sometemos a un poder vivimos bajo el tiempo de otro. Tomar decisiones sobre el tiempo propio, ya sea laboral o de ocio, es el primer ejercicio de la conciencia. Asumo también la conciencia en mi equipaje político, la conciencia de lo que hay. No creo que el compromiso con una idea deba conducir a la ceguera. Pensar no es enmascarar la realidad; escribir no puede ser tampoco negociar con la mentira.

Muchos de los hombres y mujeres a los que he oído reírse en los merenderos a lo largo de mi vida, han tenido que guardar escrupuloso silencio delante de sus jefes. Mi melancolía no esconde la realidad bárbara y humillada de los años sesenta en España. Mi conciencia no esconde las nuevas formas de barbarie y humillación que ha creado el consumo y la economía especulativa en la España de hoy. Escribir poesía, en cualquier caso, supone para mí no aceptar ningún tipo de belleza o de mentira impuesta por el miedo.

Me detengo un momento mientras escribo este artículo para decirme que si hablo de poesía no es para escaparme de otros temas. La verdad es que como poeta no tengo un empleo, sino un oficio, algo ya muy raro en este mundo que vivimos, y la vocación me ha regalado una identidad, y esa identidad enreda la poesía con cualquier otro pensamiento de la vida. Si pienso en la política, de inmediato me veo eligiendo palabras y quedándome solo entre adjetivos que no me gustan.

Hace mucho tiempo que el capitalismo sólo se justifica denunciando los fracasos del comunismo. El protagonismo que el PP y Ciudadanos le dan ahora a Venezuela es una versión precipitada de la misma estrategia de siempre. Stalin, que se pasó buena parte de su vida matando comunistas, ha sido el mejor aliado de capitalismo a la hora de desacreditar cualquier alternativa a su dominio. En España, los índices de pobreza son agresivos, la desigualdad aumenta de modo desenfrenado, la degradación del mundo laboral y de los salarios es desoladora, la precariedad en el empleo hace insostenible la caja de las pensiones, la esperanza de salud y de vida se despeña… No son datos inventados por radicales, son las cifras de nuestra sociedad. Y frente a eso el único argumento que tienen el PP y Ciudadanos es que en Venezuela hay una crisis económica y una violación de libertades. Olvidar la realidad cruel de buena parte del mundo forma parte de su cinismo.

El desprecio al capitalismo descarnado se convierte en soledad cuando uno comprueba que muchos anticapitalistas asumen la ceguera de no ver lo que ocurre en Venezuela y mantienen que personajes como Chávez o Maduro son guías de futuro. Frente a la barbarie neoliberal que traía Mauricio Macri para la Argentina, muchos amigos aceptaban hace unos meses las corrupciones del matrimonio Kirchner con una sonrisa en la boca.

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Furias divinas

A la hora de votar uno puede aceptar el juego de la coyuntura o la geografía, responder a una situación, decidir sobre lo menos malo o lo más cercano a lo bueno, apoyar un cambio, aquello que pueda suponer un cambio. Pero a la hora de pensar y de escribir las coyunturas son una moneda falsa, una retórica que oculta mentiras.

¿Existe un lugar para mi izquierda? ¿Mi melancolía y mi conciencia pueden formar parte de este tiempo? Entre el capitalismo descarnado que gobiernan los amigos de Mariano Rajoy o Felipe González y el circo retórico de personajes como Maduro, con su falta de seriedad democrática, ¿existe un espacio? La respuesta no es fácil porque se abre enseguida a otras preguntas: ¿es posible que un gobernante no caiga en la tentación de manipular los medios de comunicación públicos cuando se ve agredido y rodeado por otros medios de comunicación que están en manos de las élites económicas?, ¿es posible que la palabra libertad no se confunda con la impunidad de los bancos y los grandes grupos de inversión para imponer la regla de sus beneficios?, ¿es posible la lucha contra la injusticia social y la defensa de una dignidad colectiva sin violar derechos humanos y convertirse en carceleros?

No soy optimista. Pero dentro de lo que hay, y estando en España, en Europa, no en Venezuela, y cansado de los comunistas que no quisieron refundarse a su debido tiempo, y cansado de los votantes que justo ahora se arrepienten de haber votado a Podemos, necesito decir que el único lugar en el que puedo situar hoy mi soledad comprometida y mis preguntas es el espacio que ocupa el pacto de IU y Podemos.

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