Muros sin Fronteras

Xenofobia bajo el ‘Breshit’

Breshit es un juego de palabras entre British Exit, que conocemos desde hace meses, y ShitShit, palabra que en el idioma inglés coincide con la muy española de mierda, una expresión multiuso. Perdonen la escatología pero en esa dirección va el asunto si atendemos a los últimos acontecimientos. Hemos entrado en territorio Chesterton, es decir, propicio para el sarcasmo (y ya veremos si para la tragedia). Uno de sus grandes aforismos, muy útil al caso, dice: “La aventura podrá ser loca, pero el aventurero ha de ser cuerdo”.

Rota la vajilla de porcelana made in European Union, ninguno de los impulsores del Brexit parece dispuesto a quedare a pagar la factura. Porque habrá factura. Si fuera británico me preocuparía. Repasemos:

El primer ministro a quien se le ocurrió la idea de prometer un referéndum que no era necesario porque no existía un clamor social, ha dimitido. David Cameron entró por libre iniciativa en un campo de minas desoyendo todas las señales de peligro. Ha jugado y ha perdido: voló por los aires y con él el futuro inmediato de los británicos más jóvenes. Ganó la Inglaterra profunda, la del God Save the Queen.

La vida tiene estas cosas; la línea que separa un imbécil de un genio es muy delgada. A veces depende más de la suerte que del talento. Ganar o perder depende de ese maldito centímetro del que habla la película Match Point de Woody Allen.

Cameron no ha dimitido en diferido o en simulación, sino de verdad, como mandan los cánones democráticos. Será efectiva en octubre, durante la Conferencia anual del Partido Conservador.

Poco antes, el 9 de septiembre se sabrá el nombre de su sucesor. Así se evita un vacío de poder que añadiría más desconfianza a la mucha que tienen los inversores (mercados).

Los conservadores tienen algo más importante que elegir un líder, deben restañar las heridas tras la guerra del Brexit vs Remain que ha evidenciado las divisiones históricas del partido respecto a las bondades de la UE. Esa cita debe ofrecernos más claves sobre el futuro: ¿Brexit lento, Brexit rápido o segundo referéndum?

El ex alcalde de Londres, Boris Johnson, un tipo simpático, carismático, amoral y, sobre todo, inteligente, parecía predestinado para el trono tory. Fue de los últimos en subirse al carro del Brexit tras muchas dudas. Johnson fue periodista antes de alcalde y diputado. Fue el corresponsal del diario conservador Daily Telegraph en Bruselas, capital burocrática de la UE. Siempre ha sido un euroescéptico, pero no un eurófobo como Nigel Farage, líder de UKIP.

Fue Michael Gove (conservador y ministro de Cameron) quien le convenció para que apoyara el Brexit. Ambos eran amigos (o conocidos) desde los tiempos de Oxford. En la conversación decisiva, cuando Gove le fichó para el campo del Brexit, estuvo sobre la mesa su indisimulada y vieja ambición de llegar a ser primer ministro. Estoy convencido de que Gove le debió prometer su apoyo para lograrlo.

Con Boris Johnson a bordo, el Brexit lograba una estrella mediática, un hombre muy popular, un foco permanente. Por lo estrecho del resultado final del referéndum (50,9%-49,1%) se puede afirmar que Johnson fue decisivo.

La victoria del Leave (salir de la UE) significaba la muerte política de Cameron y un puesto libre de primer ministro. Todo se desarrollaba conforme al guión previsto. Pero la semana pasada, Michael Gove traicionó en directo a Boris Johnson al presentar su candidatura la líder del Partido Conservador. Fue una canallada. Boris acusó el golpe y retiró su nombre de entre los aspirantes.

Su gran sueño quedaba aplazado. La razón es que sin Gove y sus partidarios corría el riesgo de perder frente a Theresa May, la mejor situada con permiso de otra mujer, Andrea Leadsom. Ambas han quedado primera y segunda en la votación preliminar. Cada semana habrá dos votaciones (la próxima hoy) en la que se eliminará al menos votado. Los dos finalistas se la jugarán en septiembre. Votan los 330 diputados conservadores.

La traición de Gove a Johnson es doble: le deja sin su anhelado Downing Street, de momento, y deja al Brexit sin su cabeza visible. Solo han pasado dos semanas y esto

parece la novela de los Diez negritos de Agatha Christie. Las posibilidades de Gove, un euróbofo, son muy pequeñas pese al apoyo de algunos medios. En el Reino Unido no se premia a los traidores. Hay un dicho: quien desenvaina la espada no ciñe la corona. Los partidarios de Johnson y de Cameron votarán contra él. La ahora favorita May fue una activa defensora de la permanencia que promete trabajar por lo que han votado los británicos: Brexit es Brexit. Es lo que tiene que decir si quiere ser primera ministra.

Esta semana ha dimitido Nigel Farage, líder del United Kingdom Independence Party (UKIP), que nació hace 13 años con el objetivo de salir de la UE. De ahí su arenga sobre la independencia británica. Farage es un demagogo xenófobo. Salimos ganando con su marcha. Algo es algo. En 15 días, tres bajas, todas ellas sonadas. ¿Quién gestionará el Brexit? ¿Sigue teniendo fuerza moral el resultado de la consulta?

Queda por dimitir un cuarto: el líder laborista Jeremy Corbyn. En su caso no existen exigencias relacionadas con la ética política, pues él no convocó el referéndum. Pero es, de alguna forma, corresponsable del desastre: su campaña a favor de la permanencia fue muy pobre. No logró movilizar a sus votantes. Su puesto está en peligro más por las expectativas de su partido de ganar las próximas elecciones que por el Brexit en sí.

Las buenas maneras democráticas aconsejan que el futuro líder conservador y nuevo primer ministro convoque elecciones anticipadas para poder negociar el Brexit con un fuerte respaldo de la sociedad. Esas elecciones serían la última oportunidad para revertir el Brexit. Después, será difícil.

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En la UE, tras el susto, están cada vez más convencidos de que la salida del Reino Unido es lo mejor para todos. El último en decirlo ha sido Alain Juppé, que aspira a la presidencia francesa en las elecciones de 2017. Cada vez hay más partidarios en la UE de un Brexit exprésBrexit y acabar de una vez con el problema. No hay otra legislación que los Tratados, y el de Lisboa, que en su artículo 50 traza el camino para salida una voluntaria. Mientras Londres no pida que se active ese artículo estamos en stand-by, con el freno echado. Es el peor escenario.

La idea de un Brexit ha estado siempre en la mesa. Desde 1973, año del ingreso del Reino Unido en lo que entonces se llamaba la Comunidad Económica Europea. Lo estuvo de manera nítida en el primer referéndum (1975) impulsado por Margaret Thatcher (lo más parecido al de la OTAN de España, con Felipe González). El Reino Unido nunca ha se ha sentido a gusto en los diferentes formatos de la UE. Solo le interesa uno: el mercado único para la libre circulación de sus productos (coloca en la UE el 44% de sus exportaciones) y de capitales. Y eso no lo va a tener si está fuera. No hay Brexit a la carta. Sería un suicidio colectivo.

Ganó el Brexit, una forma cómoda de votar, en muchos casos, desde la xenofobia sin tener que pasar por un racista. No son casos aislados, como el del hijo del periodista Carlos Fresneda. Debajo de la Inglaterra democrática y agradable bulle el monstruo de la intolerancia. No les culpemos demasiado, ese mismo monstruo está en cada uno de nosotros sin importar la nacionalidad y la cultura.

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