Buzón de Voz

Investidura fallida, acto primero

Si nos atenemos a la oratoria, la gestualidad y el contenido concreto de lo dicho, lo más significativo del discurso de investidura de Mariano Rajoy es la evidencia de que el propio candidato cree poco o nada en lo que dice. Su actuación desde la tribuna del Congreso, en forma y fondo, transmite la impresión de que Rajoy se siente "obligado" a seguir en el Gobierno, y el resto del mundo está a su vez "obligado" a darle apoyo. Todo lo demás, incluyendo el pacto con Ciudadanos o el propio debate de investidura, son una especie de incomodidades que la democracia ha puesto en su camino por incordiar. Se diría que Rajoy se considera hecho para mandar con mayoría absoluta como Phelps está hecho para nadar muy deprisa.

Ha sido tan evidente la desgana con la que el presidente en funciones se ha empleado este martes que, conociendo su habilidad para el tacticismo político, no es aventurado imaginar que reserva energías para las réplicas y contrarréplicas. Al fin y al cabo, se supone que acudía a solicitar la confianza de la Cámara, y tampoco tenía mucho margen para exabruptos cuando sabe que la hemeroteca le puede dejar fundido en cualquier momento. A Pedro Sánchez le bastaría este miércoles con cambiar su propio nombre por el de Mariano Rajoy y copiar el durísimo alegato que éste le hizo para rechazar su intento de investidura el pasado 2 de marzo, con la acusación de que todo era puro teatro puesto que no contaba con los apoyos suficientes para gobernar.

Los argumentos

No puede sorprender ya a nadie el relato político de Rajoy. Su simplicidad es su gran ventaja y su argamasa es el miedo. Proclama que existe una necesidad urgente de formar gobierno, que tiene que encabezarlo la lista más votada y que además no hay otra alternativa. Se trata de tres enormes falacias, pero sólo se desmontan con información, y Rajoy se aprovecha de la carencia de ese bien tan escaso (o de la saturación del mismo, cuyos efectos son igual de perversos).

Ha argumentando la necesidad urgente de Gobierno tirando de amenazas infundadas, como que España puede recibir sanciones milmillonarias de la Comisión Europea si no se aprueban los Presupuestos antes del 15 de octubre o que los funcionarios y pensionistas podrían ver peligrar sus nóminas o pensiones. Nada de eso es cierto, como ya hemos explicado reiteradamente en infoLibre contrastando esas afirmaciones con la realidad del régimen sancionador europeo y con las actuaciones del propio Gobierno de Rajoy en el pasado. Ni hay multas por el retraso del Presupuesto ni las prestaciones sociales corren el menor peligro, como tampoco lo corrieron cuando el propio Rajoy dilató los Presupuestos de 2012 hasta que pasaran las elecciones andaluzas.

Ha argumentado por enésima vez que lo democrático es que gobierne la lista más votada, es decir la que encabeza Rajoy. Ya duelen los dedos de escribirlo y la lengua de explicarlo: en una democracia parlamentaria gobierna quien es capaz de recabar los apoyos suficientes en el Parlamento, y resulta ofensivo que quienes han sido votados por tres de cada diez electores se consideren con la potestad exclusiva de formar gobierno.

Y ha argumentado que no hay otra alternativa a su propuesta de investidura. Tiene razón en cuanto a que hoy por hoy no está planteada ninguna otra alternativa, pero no la tiene en cuanto a que no pueda existir una vez que él sea derrotado. Podrá ser compleja o exigir acercamientos o colaboraciones más que difíciles, pero haberlas haylas. Incluso alguna de ellas hasta podría contar con su partido y no con él, por la responsabilidad que tiene sobre la corrupción en el PP y el horizonte judicial que se avecina.

Ninguna sorpresa en el relato de Rajoy, que ha incluido el mismo reparto que en anteriores capítulos de esta serie, desde la herencia recibida o el "no podemos gastar lo que no tenemos" hasta la explícita advertencia de que organismos internacionales y poderes factuales o "mercados" quieren un gobierno "estable, fiable, responsable, previsible..." y por ahí hasta poner el nombre y la foto del propio Rajoy. Nada nuevo, y por supuesto también desmontable en buena parte con información. (Baste como ejemplo la incapacidad durante cinco años de cumplir el objetivo de déficit o la multiplicación de la deuda hasta superar el 100% del PIB. O el galopante vaciamiento del Fondo de Reserva de la Seguridad Social, aunque Rajoy ni lo mencione al anunciar en su discurso la convocatoria del Pacto de Toledo).

Un pacto artificial

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Lo sorprendente ha sido más bien lo que no ha hecho Rajoy. No se ha referido apenas al único hecho novedoso que se había producido en las últimas semanas: el acuerdo PP-Ciudadanos para que este último varíe su voto y apoye un gobierno de Rajoy. El equipo de Rivera ha sido el primer sorprendido, hasta el punto de que su portavoz Juan Carlos Girauta se ha quejado de que el candidato ni siquiera citara algunas de las "reformas" incluidas en ese pacto. De hecho, Rajoy advirtió en el propio discurso que varias de esas "reformas" exigen muchos más apoyos de los que tienen. Se diría que las referencias al acuerdo con Ciudadanos, más que una base de la que partir para alcanzar nuevos apoyos, eran una concesión a Rivera, sin la más mínima convicción en su utilidad y con el mismo peso que se otorga desde el PP a Coalición Canaria o a Foro Asturias. Para insistir tanto en la necesidad de un gobierno "estable" y "previsible", no dejan de chocar los dardos que se lanzan entre socios. En vísperas del debate, el propio Albert Rivera se permitió confesar en público que él "tampoco" confía en Rajoy, al que considera una opción simplemente "menos mala" que la repetición de elecciones. Este pacto está cosido con alfileres y carece de credibilidad incluso para sus firmantes.

Tampoco se refirió el candidato prácticamente al principal emplazado, el PSOE de Pedro Sánchez, evidente objetivo último de ese acuerdo con Ciudadanos como elemento de pura presión para lograr su abstención. El portavoz del PP, Rafael Hernando, se inventó tras el discurso que Rajoy había hecho una oferta de acuerdos al PSOE en cinco grandes capítulos, desde financiación autonómica o Educación hasta pensiones, regeneración y violencia de género. Nadie pudo escuchar esa presunta oferta, pero Hernando remató además el invento con un disparate tabernario, adjudicando al PSOE la futura responsabilidad por "el sufrimiento de mujeres y niños" víctimas de la violencia de género en caso de que se repitan elecciones.

Dedicó Rajoy la última parte de su discurso, con un detalle desproporcionado, al asunto de Cataluña. Sin la menor novedad en el relato y con la dureza habitual contra el discurso de los independentistas. Y fue tan llamativa esa desproporción que el PNV tomó nota del mensaje. Ha quedado claro que Rajoy no va buscando su apoyo, al menos hasta que pasen las elecciones vascas y gallegas del 25-S. Dicho de otro modo, Rajoy ha puesto todos los huevos en la agitada cesta del PSOE, confiando en que más tarde o más pronto, conseguirá las abstenciones que necesita. Era sólo el primer (y aburrido) acto de esta investidura fallida.

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