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Soria y la mentira como argumento

El caso Soria debería ser estudiado en el futuro como el ejemplo perfecto de la incapacidad de una cierta élite política que sigue sin entender nada.

Hay un viejo reflejo compartido que afecta a esa élite sea de izquierda, de derecha, renovadora o mediopensionista, y es la utilización de la mentira como herramienta de expresión y hasta de acción política.

Se miente con naturalidad en campaña electoral, se engaña sin disimulo en declaraciones públicas, se afirma lo que se sabe falso cuando se cree que conviene a su interés, se toma por tonto al personal bajo la premisa de que la masa es estúpida y se traga lo que le echen por el embudo moldeable de medios de comunicación afines. El concepto que tiene esa élite de la capacidad de intuición y análisis del pueblo cuyas vidas y haciendas administran, es tan bajo como alto su aprecio por la ocultación y el engaño.

Son malos ilusionistas que creen que el público no les ha pillado el truco y se sorprenden cuando les tiran tomates.

Solo así se entiende que la mentira del nombramiento del exministro pretenda ser tapada con otra mentira y posteriormente comentada con más mentiras desde el partido afectado por la bola cada vez mayor. Bola mayúscula que arranca hace meses con el pecado original de toda esta historia, con la mentira del afectado a la hora de comentar sus cuentas y asuntos en paraísos fiscales.

El Gobierno defiende que el exministro Soria cobre una pensión de 4.644 euros al mes porque no tiene "otro trabajo remunerado"

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El problema de estos malos actores es no haber entendido precisamente ese pecado original por culpa de esa tendencia a manejar la mentira como instrumento de vida cotidiana. Su ánimo y hasta su ética están tan apegados a la mentira que han perdido la perspectiva de su relevancia moral y social. Por eso el señor Soria se sorprende del clamor contra su nombramiento, por eso el señor Rajoy es capaz de decir un día que es el candidato ideal y al siguiente nombrar otro sin explicar ni lo primero ni lo segundo. Por eso el señor Hernando dice que Soria se ha ido por propia decisión cuando el afectado ha dicho por escrito que dimitió porque se lo pidió el gobierno. Por eso De Guindos calla cuando alguien en el partido del gobierno en funciones difunde que no le dijo la verdad a Rajoy sobre el asunto. Por eso ahora se aplaude en masa la decisión entre las figuras del PP que hasta que la cosa estalló mantuvieron –salvo honrosas excepciones– un silencio más cobarde que prudente.

La mentira y el engaño, la media verdad y los fuegos de artificio, forman parte de lo políticamente correcto entre quienes miden la corrección en función de la disciplina del partido y su horizonte personal entre sus élites.

Lo de Soria lo refleja de manera palmaria. Pero también las mentiras e imposturas del supuesto diálogo entre partidos en este tiempo de incertidumbre y desconcierto de los mediocres a quienes involuntariamente, por culpa de una ley electoral que pide a gritos ser enterrada, hemos encargado una misión muy por encima de sus posibilidades. Mediocres que llaman diálogo al frontón en el que juegan a la pelota sin moverse un milímetro de sus posiciones, que llaman debate interno a la guerra abierta por el liderazgo del partido, que esperan que en los pequeños territorios que tienen elecciones en el horizonte les solucionen el problema de la metrópoli, como si desde la aldea de Astérix fuera a llegar la derrota total de los romanos.

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