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Quilombo en el PSOE

Me quedé algo perplejo el otro día cuando vi en Twitter que una catarata de dirigentes socialistas salía en defensa del derecho a la libertad de expresión de Fernández Vara. ¿Es que alguien le había multado o detenido por decir algo? ¿Estaría corriendo la triste suerte de aquellos titiriteros que fueron encarcelados por hacer una broma en una obra de ficción? ¿Le habrían partido la cabeza los antidisturbios en alguna manifestación de protesta por las tropelías del PP?

Mi impresión era más bien la contraria, que Fernández Vara, al igual que Leguina, Corcuera, Bono, Rodríguez Ibarra y, ya no digamos, Felipe González, sale todo el rato en las televisiones, las radios y los periódicos diciendo lo que le apetece. Esa apetencia casi siempre es la misma: la defensa de la monarquía, la Constitución del 78, y la unidad de España tal y como la impuso Felipe V. Con su corolario: denostar a cualquiera que ose poner en cuestión tales pilares, y muy en particular a la satánica gente de Unidos Podemos.

Decidí informarme y resultó que Susana Díaz, Rubalcaba, Madina, Chachón y otros andaban criticando que gente próxima a Pedro Sánchez sugiriera, más o menos subrepticiamente, que las declaraciones de Vara a favor de que el PSOE termine absteniéndose en pro de un Gobierno del PP torpedean la posición oficial del partido. Ah, bueno, eso ya es otra cosa, me dije. Mi impresión era correcta: nadie ha amordazado a Vara, que con solo chasquear los dedos tiene a un montón de reporteros tendiéndole sus micrófonos. Lo que pasa es que a algunos de sus correligionarios de Ferraz no les gusta lo que va predicando.

Concluí que, por una vez, esa gente próxima a Sánchez tiene razón. La credibilidad de la posición oficial del PSOE –no a ningún gobierno del PP, exploremos una alternativa- es prácticamente nula cuando se sabe que buena parte de ese partido, y la totalidad de sus apoyos mediáticos y económicos, son partidarios de no tomar ni el aperitivo con Podemos y ya no digamos con ciertas fuerzas de Euskadi y Cataluña. Aún más, cuando parece que planean eliminar políticamente al mismísimo Sánchez para entronizar a la presidenta de Andalucía.

Me puse entonces a ver qué es lo que decía Susana Díaz. Y lo que decía es que el PSOE no puede gobernar teniendo solo 85 diputados por si solo –aunque sí lo haga en Aragón con 18 de 67 diputados, en Asturias con 14 de 45 y en Valencia con 23 de 99-, por lo que, en consecuencia, debe quedarse en la oposición. Lo veía en televisión y me entraron ganas de ponerme en el lugar de alguno de los compañeros que le sujetaban la alcachofa a Díaz. ¿Por qué no aprovechaban el “canutazo” para explorar la conclusión lógica de esa afirmación? ¿Por qué no le preguntaban que si lo que quiere decir es que el PSOE no tiene otra salida que terminar absteniéndose ante una candidatura del PP? Y en tal caso, ¿con o sin condiciones? ¿La retirada de Rajoy, por ejemplo?

En esta materia soy un antiguo, lo confieso. Creo que el periodista es algo más que una máquina que graba las declaraciones del prócer y las transmite literalmente, sin ponerlas en contexto, sin intentar verificarlas cuando contienen tales o cuales datos o afirmaciones, sin esforzarse por aclararlas cuando son intencionadamente ambiguas. No creo que la misión social del periodismo sea la de servir de altavoz a la propaganda de políticos, instituciones y empresas.

A falta de podérselo preguntar directamente a Díaz, reflexioné sobre cuál podía ser el significado de su mensaje. Llegué a la conclusión de que ella, y probablemente el resto de los que salían en defensa de la jamás amenazada libertad de expresión de Vara, lo que de veras querían decir es que estaban de acuerdo con él: el PSOE tiene que permitir que gobierne el PP. De uno u otro modo.

Gracias, Soria, por devolvernos la ilusión en la Marca España

Rodríguez Ibarra lo aclaró enseguida: se irá del PSOE si este pacta con Podemos. Aprobé con una sonrisa varios comentarios que leí en Twitter instando a Sánchez a aprovechar la ocasión para desprender a su partido de personajes como Ibarra, Corcuera o Leguina. La imagen del PSOE ante los varios millones de votos de izquierdas que ha perdido en los últimos años mejoraría indudablemente sin ese lastre.

El PSOE tenía razón cuando decía que era el partido que más se asemejaba a la pluralidad de España. Era una de las razones de su fuerza y ahora es una de las razones de su debilidad. Cuando el PSOE reapareció en la escena española a fines de los años 1970, lo hizo como partido de aluvión. Con gente procedente tanto de la izquierda y la extrema izquierda como del centro y hasta la derecha. Con españolistas y federalistas. Con antifranquistas y con pícaros en busca de un ganapán.

Ser demócrata, europeísta y partidario de un mínimo de Estado de bienestar, no implica necesariamente ser de izquierdas. La democracia cristiana, el gaullismo francés y parte de los liberales y conservadores europeos han compartido durante décadas esa tríada. Ser de izquierdas es algo más en mi particular opinión: es no dar nunca por terminada la labor de promover los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa. Lo digo porque, ya desde la Transición, pienso que algunos próceres del PSOE estarían mejor ubicados en un centroderecha con alma social. O tal vez este partido tendría que plantearse cambiar de nombre. No sé, hacer algo, aclararse en todo caso.

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