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Muros sin Fronteras

El gran escaparate de Mosul

Aunque no es la primera vez que el Gobierno de Bagdad anuncia una ofensiva final sobre Mosul, es probable que esta sea la buena. Cuenta con el apoyo de los chiíes de Irán y Líbano (Hezbolá), los kurdos del norte de Irak, gran parte de las tribus suníes y, sobre todo, de EEUU, que dispone de fuerzas especiales (asesores) en el terreno. Se trata de una extraña coalición de intereses con un objetivo definido: expulsar el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS o Daesh) de la tercera ciudad del país, situada a unos 400 kilómetros al norte de Bagdad.

Mosul es una pieza física y psicológica clave en la lucha contra el ISIS , la prueba de que se está ganando la guerra al grupo que Occidente considera la gran amenaza terrorista internacional, por encima, incluso, de Al Qaeda. Es posible que se trate de una exageración, como lo fue proclamar que el Ejército de Sadam Husein era el cuarto del mundo. De momento, el ISIS es una amenaza concreta y cotidiana para millones de personas en Irak y Siria, y un espejo en el que se miran otros grupos yihadistas, desde Al Shabab en Somalia a Boko Haram en Nigeria.

El ISIS es, sobre todo, una marca, una imagen que triunfa en el ciberespacio. Una de las diferencia esenciales con Al Qaeda es que controla un territorio sobre el que ha declarado el Califato y llamado a su defensa a los musulmanes del mundo. Esa yihad defensiva obliga en teoría a todos los creyentes, a diferencia de la ofensiva que solo afecta a los súbditos del príncipe que la proclama. Pero ni estamos en los tiempos en los que se definieron las distintas guerras santas ni el ISIS tiene predicamento entre la mayoría de los musulmanes. Hay algo que Occidente olvida con frecuencia en su creación propagandística de un enemigo global: más del 80% de las víctimas de los atentados yihadistas son musulmanes. Incluso en Niza, en el atropello masivo con un camión, el 30% de los muertos eran musulmanes.

El califato del ISIS, su inteligente venta por Internet, conecta con los tiempos de los califatos de Damasco y Bagdad, que representan la edad de oro en el imaginario popular. En un mundo en crisis económica, con un evidente fracaso en las políticas de integración en Francia y Bélgica, sobre todo, pero que es extensivo a otros países europeos, el ISIS ejerce una gran atracción sobre los jóvenes. Muchos de ellos, pese a nacer en Europa, no se sienten europeos; pese a tener padres o abuelos magrebíes no se sienten del Magreb. Son jóvenes de segunda o tercera generación atrapados en ninguna parte. El ISIS les ofrece un nuevo relato, impregnar de heroísmo sus vidas sin sentido.

El control de un territorio real y físico ha desempeñado un papel esencial para atraer a miles de combatientes extranjeros. Los estrategas occidentales están convencidos de que si desaparece el atractivo, se reducirá la captación de jóvenes. Una de las posibles consecuencias de la perdida de Mosul es que el ISIS potencie las acciones en Europa, que sus células durmientes o los combatientes retornados se activen. En este peligro real, también hay una gran manipulación. En tiempos de crisis, los presuntos buenos, es decir, nosotros, también necesitan el enemigo exterior.

Mosul es esencial en esta lucha por quebrar el territorio, el físico y imaginario. En esa lucha, Mosul es clave porque se trata de la ciudad más importante del califato, donde el líder del ISIS, Abu Bakr al-Baghdadi, (al que hemos matando tantas veces como hemos tomado Mosul) dio su primer discurso en julio de 2014, en el que se proclamó califa.

El ISIS tomó la ciudad en junio de 2014. Le costó tres días. Apenas hubo combates. El Ejercito iraquí, entrenado y armado por EEUU, salió a la carrera dejando atrás un valioso material de guerra, que ahora está en manos del ISIS. La rapidez de aquella conquista no hubiera sido posible sin el apoyo directo o indirecto de la población árabe suní, que es mayoritaria en la ciudad (llegó a tener dos millones de habitantes con Sadam Husein, y hoy no llega al 1,5).

Esa población tuvo más miedo al gobierno de Bagdad, que estaba en manos del primer ministro Al Maliki, un chií, que practicó el sectarismo y la represión contra los suníes. Con Mosul cayó Al Maliki. Dos años y cuatro meses después, el nuevo primer ministro, Haider Al Abadi, parece haber restañado heridas y sumado a las tribus suníes en la batalla de Mosul. Esta operación servirá para medir la capacidad del Ejército de Irak, si es capaz de valerse por sí mismo. De momento, logró la reconquista de Faluya y Ramadi, pero Mosul es un objetivo muy ambicioso.

El ataque es por el oeste, dejando libre el Este. Mikel Ayestarán se pregunta en este tuit si lo que se busca es dejarles una ruta de escape a Siria.

La base política de la estrategia occidental tiene numerosos agujeros. Hay kurdos buenos en Irak y kurdos malos en Siria, cuando ambos son esenciales en la lucha contra el ISIS. Hay chiíes aceptables en la batalla de Mosul y chiíes malos en Yemen (los hutíes) a los que se bombardea por delegación en una coalición liderada por Arabia Saudí. Se quiere mantener la alianza con Riad pese a que sus políticas son contrarias a los intereses de EEUU y Occidente (ha sido uno de los financiadores del ISIS) y la vez estar a buenas con Teherán, el enemigo mortal de los saudíes.

No sabemos a qué jugar en Turquía, que está alineada en esta guerra contra el ISIS con Arabia Saudí y aprovecha la amenaza del ISIS para bombardear a los kurdos de Siria y a los suyos a la vez que se beneficia del contrabando con el Estado Islámico. Todo es un gran teatro sin obra ni guión, un desastre absoluto que pagan millones de personas que tratan de escapar de la guerra y solo encuentran rechazo de la Europa madrastra.

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Puede que esta vez la toma de Mosul sea cierta. Aunque no será un asunto de un par de días. Conquistar la ciudad puede llevar semanas, o no: todo en Oriente Próximo es imprevisible. Para la Administración Obama sería un éxito incorporar la ciudad al palmarés de Hillary Clinton antes del 8 de noviembre, cuando los estadounidenses eligen presidente o presidenta. Otra ficción es creer que este tipo de cosas influyen en el norteamericano medio que está cabreado con la crisis y con los políticos de Washington. Si al votante de Donald Trump no le importa que sea un depredador sexual no va a cambiar de opinión y de voto por una bandera iraquí sobre la mezquita principal de Mosul.

Hace muchos años, cuando el entonces joven fotoperiodista Fernando Múgica, recientemente fallecido, regresó de Saigón, presumió ante el taxista que cayó en suerte en Madrid: “Vengo de Vietnam, soy fotógrafo”. El conductor le miró por el espejo retrovisor y exclamó: “¡La que han montado estos árabes!”.

Así están las cosas.

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