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Caníbales

Michelle Obama y los niños prodigiosos

Tengo la insensata costumbre de no consultar el calendario, así que hasta el jueves por la noche no me entero: ¡es puente! El viernes, mi catarro y yo hemos quedado a cenar con un amigo que me considera experta en demasiadas cosas:

–¿Cómo ves lo del PSOE? –me pregunta antes de que me siente. Yo toso y me callo.

–¿Cómo lo ves tú? –la vieja táctica de devolver la pelota (más convincente con carraspeo).

–Fatal porque…

Mi amigo habla y yo me relajo, porque callada no me equivoco.

–¿Y quién crees tú que podría liderar ahora el partido? ¿Hay alguien bueno por ahí?

–Ni idea, pero… ¿tú conoces a alguien inteligente, íntegro, con carisma y dispuesto a entrar en esa leonera? ¿Te meterías tú?

–Ni muerto.

–Pues eso. Es que tenemos la manía de exigir a los demás lo que no estamos dispuestos a dar. Además, a mí no me preguntes, que yo sólo quiero votar a Michelle Obama.

(He escuchado tres veces este discurso. Michelle es, sencillamente, extraordinaria).

***

El sábado me levanto acompañada: la perra, la resaca y el catarro. Recuerdo vagamente una frase: "Los partidos políticos se olvidan de que sus clientes son los votantes y no los militantes. Es como si una empresa trabajara sólo para sus accionistas: los puede apaciguar en los consejos, pero sin clientes la marca no vale nada".

Un poco más tarde, Pedro renuncia a su acta de diputado, a su sueldo y a una visibilidad permanente. Llora.

Nosotras nos vamos al cine y la cachorrita se queda con mis padres, viendo la votación. Cuando la recogemos, está mustia y tiene conjuntivitis.

***

El domingo, pastoreamos a los amigos que no han huido de la ciudad. El catarro anda crecido, pero se achanta al ver a C. y M. con su niño maravilloso, un niño al que han tardado años en encontrar y que ahora les mira y brilla. El niño de los prodigios, lo bautizo, porque a sus padres los conocí en Barcelona y este niño –con su sonrisa valiente y llena de energía, de luz y de buen rollo– no tendrá límites: nadie va a poder con él. Cargados de pelotas, palomitas y Aquarius, emigramos al parque de Berlín para recoger a K., M. y sus tres fenómenos. Aquello empieza a ser una manifestación de las que tanto molestan a Javier Marías, y lo pasamos como enanos.

***

Por la noche, me wasapea mi madre:

–¿Estás viendo a Pedro en Salvados?

–No, estoy acostando niñas. Luego.

(Duerme en casa S., otra rubia inquieta y preguntona, una agitadora profesional; la noche se complica para bien…).

***

Veo a Pedro tarde. Triste y agotado. Esclavo de sus palabras y de sus contradicciones. Le habría venido bien mi catarro o cualquier excusa para meterse en la cama, en silencio, pensando. Tiene suerte con el puente, la cobra y esa evanescencia en la que Twitter se pierde algunas noches. Será la próxima semana, cuando ya hayamos agotado la novedad de los ministros, cuando pueda medir su soledad.

***

El lunes y el martes me dedico a las niñas y la perra. Jugamos a juegos que nos inventamos y a juegos de toda la vida. Vemos pelis. Nos contamos cosas. Merendamos una y otra vez. Nos queremos mucho, nos queremos bien. Y cuando por la tarde se va la rubia, nos derrumbamos: las cachorritas se duermen y a mí el catarro me despierta. Leo una novela de Harlan Coben, para distraer la fiebre. Amanece. Descubro al asesino. Abro el ordenador. Mi hija se asoma y pregunta:

–¿Quién es ahora el líder del PSOE?

–¿Cómo?

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–Que si Pedro ya no está, quién es ahora el líder del PSOE.

–No hay.

Tiene ocho años y no entiende esta izquierda.

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