Caníbales

¿Necesitamos gurús?

Toda la semana me resonaba en la cabeza: “You can’t always get what you want”. En bucle. Y es que con esa canción ha estado cerrando sus actos Donald Trump a pesar de las protestas de Mick Jagger. La letra, la verdad, sería irónicamente adecuada si Donald tuviera sentido del humor.

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“We're gonna vent our frustration

If we don't we're gonna blow a fifty-amp fuse"

But if you try sometimes well you just might find

You get what you need…

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O sea, que Trump cree ser lo que el mundo necesita.

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Caminaba rumiando esa condena cuando me encontré a un amigo y nos tomamos un café. Yo le dije Rolling y él me respondió infancia: “Cuando los bebés no consiguen lo que quieren se les puede dar lo que necesitan”.

- ¿No te acuerdas? Basta con abrazar a tu hijo, que oiga los latidos del corazón que ha sido su casa durante nueve meses para que se tranquilice, para que esté en paz.

- ¿Y cuándo crecen? ¿Nos abraza Trump? Es un abrazo mortal…

Mi amigo me abrazó, los Rolling huyeron y Tony Robbins corrió a ocupar su espacio.

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Mucha gente me había hablado de Tony Robbins y yo me había resistido. Tengo alergia al ‘coaching’. Tengo prejuicios. Pero después de la victoria de Trump, me escribió Ana desde Nueva York. “Busca en Netflix el documental “Tony Robbins. No soy tu gurú”. A Ana no sé decirle que no.

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Lo vi y me hipnotizó. Tony Robbins reúne, una vez al año, a miles de fans que pagan una fortuna por estar en la misma sala que él: le necesitan, y hacen lo imposible porque las mire, las adivine y las haga crecer.

Por ejemplo: una mujer se levanta y llora. Su padre, cuenta, la adoraba, la colmaba de amor. Su exmarido no estuvo a la altura de esa comparación (afirman ella y Tony). “¿Y tu pareja actual? ¿Es masculino o femenino?”. “Femenino, supongo”, contesta ella, “porque no calla nunca”. Y entonces Tony la mira y ella se ilumina, trascendida. “Llámale”, susurra Tony. Ella llora. “Do it!”, insiste él. Ella se rinde y saca su teléfono. “Cariño”, le explica con altavoz, “te quiero, pero no eres lo que necesito”. Él protesta. Ella se repite. Él se cabrea. Tony la mira. Ella llora pero lo hace orgullosa. El público la admira. Yo flipo. Ella sigue llorando.

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Por ejemplo: se aferra al micro un chaval alemán y explica que se iba a suicidar. Tony lo mira. Él se mira en Tony. Se abrazan. El chaval se deshace en lágrimas de felicidad. Lo mantean. El chaval sonríe.

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Por ejemplo: se alza una chica. Grita que fue criada en una secta, que el abuso sexual a los niños era sagrado, que es incapaz de vivir. Tony llora con ella. La abraza. Le propone una salida laboral. Ella llora más. Los que hay alrededor también la abrazan. Ella sonríe.

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¿Abrazará alguien a toda esa gente cuando agoten el tiempo que le han comprado a Tony? No lo sé. Sí sé que todos (todos los que nos atrevemos a ser vulnerables) hemos llegado a necesitar abrazos que nunca habríamos imaginado.

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Tony es millonario. Por las conferencias, por los abrazos, por los libros de autoayuda…

El abuelo y el robot

(“Es increíble que los libros de autoayuda no te ayuden”, le explicó una indignada lectora a Mercedes Milá en su peculiar programa de libros).

Tony es millonario porque la gente cree en él. Si pagas un poco, lo lees. Si pagas mucho (y lo necesitas, y lloras), te abraza.

Trump es millonario. Sin embargo, es evidente que no sabe abrazar a nadie, ni siquiera por dinero. Muy mal tenemos que estar para haberle necesitado.

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