Desde la tramoya

El minuto

El miércoles la Presidencia del Congreso llamó a las diputadas y los diputados al ya más célebre y divisivo minuto de silencio de la Carrera de San Jerónimo. El que el Pleno guardó en señal de duelo por la muerte de Rita Barberá.

Considerando que Barberá no era diputada ni nunca lo fue, sólo cabe pensar que el PP tomó la iniciativa con mala fe. No había más motivo para homenajear a Barberá que el que podía haberse esgrimido para que el Congreso hubiera hecho lo mismo en su día en honor de Iñaki Azkuna, el carismático alcalde de Bilbao, del PNV, con Pedro Zerolo, con Leonard Cohen o, como recordaron las redes sociales insistentemente, con el bueno de José Antonio Labordeta, que sí había sido diputado dos legislaturas.

Según he sabido, la Mesa del Congreso, que es el órgano multipartidista que dirime estas cosas, tomó la decisión con el acuerdo de todos los partidos menos de Unidos Podemos. Por tanto, dos primeros datos. Primero, los demás partidos participaron de la decisión. A mí me sorprende, como mínimo, la aquiescencia del PSOE, que podría haberse negado para no hacer pasar a sus miembros el sonrojo de ese minuto. Y segundo dato: ese silencio se guardó con la resistencia previamente conocida de un grupo parlamentario, el tercero en número. Hace falta tener mucha cara y muchas ganas de provocar para pedir a los diputados que se pongan de pie sin contar con su unanimidad. En pocas palabras: el PP quiso provocar.

Y bien que lo logró. En una deriva inédita, la hipocresía llegó a niveles insospechados durante el resto del día. Los mismos que habían afirmado tan sólo unas horas antes que Rita Barberá ya no era miembro del PP, ahora alababan su labor política y su altura personal. Quienes la obligaron a irse al Grupo Mixto del Senado, la homenajeaban con la cara compungida de impostado dolor. Quienes proclamaban el duelo por la pérdida, en realidad respiraban aliviados por haberse quitado un peso de encima (un amigo me decía que a la luz del deceso se demostraba una vez más que Dios es del PP). Cuantos sabían perfectamente que Rita había sostenido o al menos tolerado un impresentable sistema de cobros y pagos ilegales en Valencia, argüían ahora que su único pecado había sido hacer una donación de 1.000 euros. Una vergüenza.

La respuesta de Podemos, ausentándose del homenaje durante el minuto que duró, fue inteligente si se trataba de apretar una vez más la tuerca de la rebeldía gamberra. Podemos ha llegado hasta donde está por esa actitud valentona y provocadora, y ésta era una ocasión para repetir el relato. El minuto de silencio por Rita Barberá, así, volvió a beneficiar, de un modo u otro, a los dos partidos que se alimentan y animan mutuamente: al PP, que pudo rasgarse las vestiduras entre los suyos señalando la falta de respeto de Podemos, y pudo también mostrarse por contraste como partido serio y respetuoso. Y a Podemos, que, aun jugando con fuego (es decir, con el tabú de la muerte), volvió a lucir como el único partido que está contra la élite política hipócrita y corrupta. No salieron mal ni la provocación del PP, ni la provocadora respuesta de Podemos, a mi modesto modo de ver.

Y los demás, ya se sabe… a por uvas.

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