@cibermonfi

Despotismo poco ilustrado

Estoy llegando a la conclusión de que para quienes emplean ahora la palabra populismo de modo obsesivo, presentándolo como el mayor de los venenos, su antídoto es el elitismo, el gobierno de una minoría de privilegiados en razón de su origen o de su capacidad para trepar en la escala social y económica. Solo ellos saben lo que le conviene al pueblo.

Permítanme que les resuma mi razonamiento. Me ceñiré al caso español, aunque supongo que sirve para otros lugares.

Aquí y ahora, la palabra populismo es un cajón de sastre utilizado por los partidos que defienden a ultranza el régimen del 78 (PP, C´s y el PSOE felipista y susanista), por los grandes banqueros y empresarios y por los medios de comunicación tradicionales. Lo usan para estigmatizar a todo aquel o aquello que les ponga en cuestión. Sea de derechas o de izquierdas, de arriba o de abajo, moro o cristiano, romano o cartaginés.

Esta gente sostiene de boquilla que su alternativa al populismo es la democracia, pero sus otros mensajes los desmienten de inmediato. Fíjense: esta gente no para de despotricar de la democracia desde hace cierto tiempo.

Repiten como loros que los referendos los carga el diablo. Añaden que las primarias no son el mejor modo para escoger los líderes más competentes. Y tras el 20-D y el 26-J, concluyeron que no había que celebrar nuevas elecciones, sino apoyar al Gobierno ya existente.

Sumo dos más dos y, a falta de que me lo expliquen mejor, deduzco que lo que ellos quieren decir es que, dada la complejidad del mundo globalizado, lo mejor es que gobiernen las élites. Es evidente que ya lo hacen a través de los consejos de administración, las burocracias multinacionales, los mercados financieros, los sistemas de enseñanza y los grandes medios de comunicación. Sin embargo, diríase que ahora sugieren dar un paso más: dado que buena parte de los votantes parece muy cabreado y presto a votar opciones que no son las suyas –presto, pues, a votar populismo-, lo más conveniente sería que las élites designaran directamente el Ejecutivo. Como en Italia con Mario Monti.

Por supuesto, no enuncian en público un pensamiento tan políticamente incorrecto. De momento, se limitan a ir haciendo que vaya regando la opinión publica cual lluvia fina.

Este supuesto antídoto es, en realidad, bastante viejo. A lo de todo para el pueblo pero sin el pueblo se le llamó despotismo ilustrado en el siglo XVIII. Se trataba de reformar desde arriba el Viejo Régimen para evitar una revolución democrática desde abajo.

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Carlos III, del que este año se ha celebrado el tercer centenario de su nacimiento, personificó en España el despotismo ilustrado. Con incidentes como el motín de Esquilache, cuando el pueblo de Madrid se alzó contra la carestía de la vida y el recorte de sus capas y sombreros.

Siempre me ha parecido muy significativo que la muy asustada corte de Carlos III se negara a admitir que el motín de Esquilache había sido una revuelta espontánea. Pensaba que el pueblo ni era capaz de saber lo que quería, ni mucho menos de organizarse para expresarlo. Prefirió las teorías conspirativas, se puso a buscar debajo de las piedras a los supuestos promotores de los disturbios y terminó usando al marqués de la Ensenada y los jesuitas como chivos expiatorios.

La comparación del elitismo de hoy con lo de entonces no puede ir mucho más lejos. Decir que un Juan Rosell, una María Dolores de Cospedal, un Eduardo Inda o un César Alierta son ilustrados es ser muy generoso. Quizá sea más preciso decir que la alternativa que proponen a lo que llaman populismo es un despotismo poco o nada ilustrado.

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