Desde la tramoya

Alguien debería desmantelar esa timba

El nivel de triste resignación que reina entre los socialistas es, a tres meses y medio de las primarias, casi insoportable. Tal como van configurándose las cosas, el PSOE parece abocado a repetir una vez más esa absurda batalla entre dos bandos que, sin ser ni mucho menos pétreos, reproducen desde años una lucha fratricida y lamentable.

De un lado, los defensores del statu quo general –del aparato, se dice–. Hablamos de quienes se agruparon en torno a Rubalcaba en 2012, de Eduardo Madina en 2014, de Pedro Sánchez después, cuando ya era secretario general, y alrededor de Susana Díaz desde que Sánchez fue derrocado.

Defender a quienes mandan sitúa a esos líderes en cada momento en las posiciones más conservadoras. Cuando estás "en el aparato" o con él, debes acomodar tus opiniones, al menos públicamente, a las alianzas de poder que has establecido o que podrías establecer. Se te exigen también buenas dosis de pragmatismo en la relación con otras fuerzas políticas. El lenguaje se acartona y se pierde la naturalidad y la capacidad de soñar. La utopía florece entre los rebeldes, casi nunca entre quienes ya gobiernan.

Del otro lado, desde que el partido fue perdiendo su atractivo azotado por la bestial crisis económica que le alcanzó en el Gobierno, hay siempre otro bloque crítico y alternativo. Chacón en 2012, con el apoyo de Susana Díaz, que se enfrentó al aparato que representaba Rubalcaba. Pedro Sánchez en 2014, frente a Madina, percibido por todos como el preferido del aparato del momento.  Y Pedro Sánchez también ahora, después de su defenestración, frente al aparato que representa Díaz, después de las maniobras para mandar al secretario general a su casa.

Esas divisiones surgen cuando las cosas no van bien. Si marchan, los enfrentamientos se orillan. Cuando hay pastel que repartir, nadie pelea por las migajas. Las peleas vienen cuando el pastel escasea.

El hecho de que esa división entre "aparato" y "rebeldes" haya unido coyunturalmente a líderes que antes habían estado enfrentados, demuestra qué poco tiene de ideológica y cuánto de meramente instrumental. No hay aquí en realidad, aunque se acentúen de manera impostada, grandes diferencias ideológicas. Es cierto que, como en cualquier casa, siempre hay unos más moderados y otros más radicales, que en el PSOE convive un alma más liberal con otra más intervencionista, un ala más conservadora con otra más progresista. Pero esa convivencia siempre fue pacífica e incluso enriquecedora cuando las cosas iban bien. Se exageran las diferencias cuando van mal.

Pues bien, alguien debería decirle a los militantes del PSOE que de nada servirá seguir reproduciendo ese juego absurdo entre los defensores del aparato (los que están "con Susana" en la jerga de hoy), y los que quieren evitar su consolidación (los que están "con Pedro", o "con Patxi"). Quienes ya han tomado posición de un lado o de otro, saben bien que lo hacen por pura supervivencia personal. Yo lo entiendo y lo respeto. Si un alcalde o una diputada creen que apoyando a Susana o a Pedro tendrán más garantía de poder mantener su escaño, o de alcanzarlo, lo normal es que actúe en consecuencia. Es normal y es legítimo. No trivializo en asboluto el significado de un escaño. Desde ahí se defienden posiciones políticas y quien se sienta en él tiene el derecho y el deber de defender su puesto.

Pero la actual correlación de fuerzas ("Susana" contra "los que están contra Susana"), no va a sacar al PSOE del marasmo. De seguir así, el PSOE parecerá una timba con jugadores borrachos tratando de ganar la penúltima partida, después de haberlo perdido casi todo, y ante el espanto de los espectadores que asisten al declive del juego.

Nadie, más allá de unos cuantos fieles de dentro del propio partido, siente la más mínima ilusión con lo que el PSOE parece estar jugando. Susana Díaz no va a recuperar el entusiasmo porque ha sido la más tenaz en su división y porque tras tanto amago, tanta filtración y tanta maniobra, casi nadie la cree. Pedro Sánchez tampoco, porque aunque muchos militantes –yo también– se hayan sentido indignados por la forma en que fue defenestrado, lo cierto es que no fue capaz de concitar la ilusión mientras fue secretario general y se fue quedando cada días más solo. Patxi López, por su parte, se ha quedado en tierra de nadie.

Alguien debería encender la luz en esa metafórica timba de ludópatas enfebrecidos por el mero interés personal. Legítimo, pero meramente personal. El PSOE es el partido más grande que ha tenido nunca España. El que más ha hecho por su progreso social y, sí, también por su desarrollo económico.

Alguien debería meterse en mitad del juego y pararlo. Señores, señora, no hay nada que ganar aquí ya, que no sea llevarse los céntimos que quedan sobre la mesa. Basta ya. Hay mucho que hacer. Podemos es ya, sociológicamente hablando, el segundo partido del país. Le ha comido el terreno al PSOE con un relato mucho más atractivo, aunque sea mentiroso y oportunista. El PP se frota las manos por la división de la izquierda. En toda Europa la socialdemocracia lucha por la mera supervivencia frente a los populismos, acusada de compadrear demasiado con la derecha.

Alguien tiene que despertar ya la ilusión entre la gente que no reniega de la libertad de empresa, pero exige para los empresarios al menos las mismas condiciones que para los trabajadores. Alguien tiene que volver a animar a las mujeres y los hombres de la cultura y de la ciencia. A los pequeños emprendedores, a los autónomos, a los jóvenes universitarios. Alguien tiene que recuperar el espíritu rebelde de la izquierda que pone en el frontispicio de su ideario un principio muy sencillo: primero la gente.

No puede ser. Me resisto a creer que en un partido con 180.000 militantes, medio centenar de exministros y multitud de prestigiosos expertos en políticas públicas, dos expresidentes, varios presidentes autónomicos, muchos cientos de alcaldes y decenas de miles de concejales, no sea capaz de parir un liderazgo nuevo, limpio e ilusionante. Si el PSOE no es capaz de generar algo así, yo también me borro.

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