Plaza Pública

Podemos y el contrapoder

Podemos llega a la recta final de su debate preasambleario. Bajo la disputa de nombres, estrategias y equipos, subyace un problema de institucionalidad clave para saber hacia dónde vamos: ¿qué tipo de liderazgo quiere la organización?

Día a día, lo que está en juego en la asamblea de Vistalegre se va clarificando: dirimir cómo se pasa de la maquinaria electoral de la Blietzkrieg a la maquinaria democratizadora del ciclo postelectoral. En Vistalegre 2, Podemos debería afrontar una metamorfosis para poder seguir avanzando. Y esta mutación no es otra que generar las mejores condiciones para readaptar el Podemos de la lógica ultracentralizada con que se pensó el ciclo electoral a otro en el que lo logrado (que no es poco) tiene que ser útil desde ya a la gente que nos confió su apoyo.

Entre que gane la propuesta de Pablo Iglesias (a no confundir con que deje de ser secretario general) y que gane la de Íñigo Errejón (lo único que garantizaría la supervivencia del tándem ganador), existe en este sentido una diferencia fundamental y se llama “contrapoder”. Acaso no sea tan casual, visto en perspectiva, que este fuese el nombre de la asociación estudiantil en la que ambos fraguaron su tándem.

Pero vayamos a la cuestión del contrapoder y a cómo se expresa hoy en la disyuntiva de Vistalegre. Como es sabido por el célebre apotegma de Lord Acton, "el poder corrompe y el poder absoluto, absolutamente". No hay poder unilateral que no sea proclive al exceso de ambición o a la falta de contención, que como bien sabían los sofistas griegos eran uno de los mayores riesgos del liderazgo en la democracia directa.

Por esta razón de fondo, cuando en los albores de la política moderna, los fundadores del Estado nacional, democrático y de derecho debatieron sobre el diseño institucional que este debería adoptar, se preocuparon no solo de separar los poderes (Montesquieu), sino de generar un sistema de contrapoderes entre ellos de suerte tal que nunca fuese posible, incluso en los sistemas presidencialistas, que "un solo poder" (etimológicamente: "monarquía") pudiese prefigurar unilateralmente la decisión soberana.

No de otro modo fue que, en el contexto constituyente norteamericano de 1776-1789, el debate político cobrase tanta fuerza en torno a la idea de cómo controlar el surgimiento de un poderoso centro de poder en la figura del Presidente. George Washington había liderado con éxito la excepción, la guerra y la fundación de la confederación de las trece colonias, pero a su tiempo debía legar un sistema entonces inédito, por democrático. Prevenidos sobre los riesgos del modelo monárquico contra el que se había librado la guerra de Independencia, los fundadores de la primera democracia moderna diseñaron un régimen en el que los poderes se compensaban unos con otros a modo de contra/poderes.

Un presidencialismo sin contrapoderes, sabían pensadores como Thomas Jefferson, equivalía a la restitución de un poder monárquico. En un contexto como el de la época no era preciso decir que atentaba contra la lógica de la razón más elemental pensar que un poder que pudiese extenderse sin freno, carecería de los recursos para contenerse en la extralimitación de sus funciones. Y tampoco hacía falta ser muy instruido en la ciencia de la política para comprender que, por ello mismo, siempre sería mejor un contrapeso, una tensión constitutiva del propio procedimiento democrático, para garantizar el pluralismo, el respeto al disenso y la moderación del poder dirigente.

Volvamos ahora a la votación de Vistalegre: en su resultado se dilucida mucho más que una línea estratégica (expresada discursivamente en el dilema “cavar trincheras y enseñar colmillos” versus “ensanchar nuestras bases y ser útiles”). Lo que se está decidiendo es si finalmente se da (o no) en la Comisión de Garantías Estatal y, sobre todo, en el nuevo Consejo Ciudadano Estatal, un sistema de contrapoderes que se limitan y controlan mutuamente, a la par que ejercen también de límite y control mutuo al Secretario General.

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En definitiva, no es una cuestión por lo tanto de Pablo sí o Pablo no, como tampoco Íñigo sí o Íñigo no. Lo que se elige es, por encima de cualquier otro asunto, entre un presidencialismo “monárquico” (de un solo poder) o un presidencialismo republicano, democrático y pluralista (de múltiples contrapoderes). De cómo esto se resuelva, Podemos sabrá el lunes si puede retomar el pulso al régimen o si por el contrario ahonda su crisis. En manos de la gente está.

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Raimundo Viejo Viñas es diputado en el Congreso, miembro del CCE y candidato en la lista 'Recuperar la ilusión'.

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