Plaza Pública

¿Hay debate entre Pablo e Íñigo?

Guillermo Fernández Vázquez

Desde hace semanas se viene hablando de Podemos en clave interna: sus polémicas, cruces de declaraciones, malentendidos, rabietas, exabruptos y decisiones que suenan peligrosamente a ajuste de cuentas. Sin embargo, en la torrentera de declaraciones, no todo lo que baja es lodo. Existe, de hecho, un debate de ideas rico que merece ser tenido en cuenta en el interior de Podemos. Admito que la dinámica plebiscitaria impuesta como regla de juego no ayuda a captarlo, pero les aseguro que este debate es real y, si me apuran, importante. El debate se da básicamente en dos terrenos: 1) cómo ampliar la base electoral y política, o, lo que es lo mismo, cómo consolidar la nueva identidad política morada; 2) qué papel tiene el discurso político y la palabra en esa tarea. Es, por tanto, un debate con alcance teórico y consecuencias prácticas. De él depende en buena medida qué va a hacer Podemos los próximos meses.

Cómo consolidar la nueva identidad política

Como es natural, ambas corrientes están de acuerdo en un objetivo común: ser mayoría y ganar las elecciones. Y con una meta de fondo: transformar el país en su vertiente democrática, social y territorial. El fin es compartido, el debate se da en el medio y en los cómos. No hay acuerdo a la hora de entender el modo en el que consolidar y ampliar el nuevo sujeto político.

El sector vinculado a Pablo Iglesias parte de la premisa de que el contexto social y económico no va sino a empeorar. Las condiciones de vida de una parte sustancial de los españoles se van a degradar en los próximos meses y va a hacer falta una fuerza política capaz de canalizar y representar ese descontento social. Por eso para esta corriente es importante que Podemos (en la figura de Pablo Iglesias) multiplique su papel en la calle y se ponga a la cabeza de un movimiento popular morado capaz de trascender al partido y, al mismo tiempo, de auparlo. Podemos como catalizador de la protesta social que, a través del antagonismo, muestra su diferencia respecto de los partidos políticos tradicionales.

En un contexto como el anteriormente descrito, esta corriente entiende que Podemos necesita convertirse en una caja de resonancia del malestar social. Debe ser lo suficientemente audaz como para integrar en su seno múltiples reivindicaciones y demandas procedentes de la sociedad civil. Desde este punto de vista, la tarea fundamental de Podemos es ser lo suficientemente poroso como para estar en condiciones de reunir y portar las exigencias de una variedad muy grande de colectivos sociales: desde colectivos de taxistas a sindicatos de trabajadores, pasando por policías, militares, ONG o movimientos sociales. Ahí radicaría precisamente su diferencia con la izquierda tradicional: en su mirada desprejuiciada hacia lo social y en su capacidad para relacionarse con multitud de asociaciones, colectivos y organizaciones sociales.

  De este modo, Podemos conformaría su identidad política agregando o sumando reivindicaciones que nacen de la sociedad civil. La clave estaría entonces en la permeabilidad del partido y en su capacidad para representar y ejercer de correa de transmisión de intereses sociales muy diversos. De ahí la insistencia de este sector en la necesidad de activar cuanto antes un movimiento popular que agregue o yuxtaponga toda una serie de demandas. De ahí también la importancia que este sector atribuye a que exista un contexto de excepcionalidad o emergencia.

Por su parte, el sector que lidera Íñigo Errejón sostiene que la nueva identidad política morada no puede surgir de la suma de reivindicaciones de las organizaciones de la sociedad civil. Básicamente porque la inmensa mayoría de la sociedad civil no es "sociedad civil organizada". El nuevo sujeto político que aspira a representar Podemos ha de ser más amplio, o por decirlo a su modo: más transversal. transversalDebe, por un lado, contar con la dispersión y la atomización de los individuos típica de las sociedades contemporáneas; y, por otro lado, interpelar y canalizar el malestar y la esperanza que incluye pero desborda el ámbito de las organizaciones sociales. Por eso desde este punto de vista se apunta a la necesidad de abrirse a nuevas formas de identificación presentes en experiencias de cooperativas de consumo, bancos de tiempo, etc.

Al mismo tiempo, la corriente de Errejón afirma que no hay ninguna razón a priori de la que pueda deducirse que de una situación de excepcionalidad y degradación de las condiciones de vida surja un aumento de la contestación social y, mucho menos, del apoyo a Podemos. Por eso insisten en que es necesario articular transversalmente el descontento difuso y condensarlo en una nueva identidad política para evitar que torne en cinismo generalizado o, lo que es peor, reacción conservadora. De ahí también el acento en los que faltan los que faltan y en ir más allá de los ya convencidos.

El papel del discurso

Pablo Iglesias e Íñigo Errejón discrepan también en cuanto a la función que debe tener el discurso en la elaboración de la nueva identidad política morada. Este le concede un rol primario mientras aquel le otorga un papel secundario.

Según el sector de Iglesias, la función del discurso es servir de pegamento a intereses sociales diversos expresados por distintos colectivos sociales. Su función es concatenar, servir de hilo que teje y junta reivindicaciones sociales plurales. El discurso político agrega, da sentido y unidad a demandas que se encontraban dispersas. Por eso, si se fijan en los discursos de Pablo Iglesias, observarán que el recurso retórico más empleado es la enumeración: de causas, reivindicaciones y colectivos en lucha (enfermos de hepatitis, maestros, profesionales de la sanidad, estudiantes, bomberos, colectivos anti-desahucios, etc). A través de ella, el discurso ofrece un sentido unitario a expresiones que, por sí mismas, se encontrarían deslavazadas. Un buen ejemplo de ello ocurrió hace unos días en la presentación de la lista Podemos para todas para la Asamblea Ciudadana de Vistalegre, en la que, uno a uno, fue presentando a los miembros de esa candidatura como portadores de una reivindicación que confluye en Podemos.

Lo crucial para este planteamiento es que el discurso es algo que viene después y sirve para unir algo que existía ya antes de él: los intereses sociales expresados en demandas que encarnan colectivos de la sociedad civil. De ahí que su función no sea primaria, sino secundaria.

Desde la perspectiva de Errejón, el discurso político, más que pegamento de intereses concretos representados por organizaciones sociales, más que hilo que teje fragmentos inconexos, es semillero. Por eso su función es primaria. El discurso no se limita a unir algo cuyo sentido ya estaba establecido desde antes, sino que a través del relato origina nuevos sentidos. Esto es importante para los seguidores del número dos del partido puesto que permite ampliar las posibilidades de interpelar a la ciudadanía y generar nuevas formas de identificarse con Podemos. Así el discurso, en cuanto generador de sentido, permitiría patear el tablero de las identidades políticas estableciendo nuevos marcos y conexiones, y, de este modo, reconfigurándolo.

Es la innovación discursiva (en metáforas, símbolos, palabras o mitos) la que ofrece asideros de sentido que permiten a nuevos grupos sociales identificarse con Podemos; es desde ese trabajo creativo que se pueden romper los alineamientos políticos tradicionales y disputar los grandes conceptos, metáforas e imágenes que configuran el sentido común dominante. Este, insisten, es el trabajo fundamental porque es el que crea los bloques y grupos políticos que después se manifiestan en las calles, hablan de política con sus familias o van a votar a un colegio electoral. De ahí que desde el sector de Errejón se ponga tanto énfasis en el trabajo discursivo como semillero de la actividad política y de las identidades que la organizan.

Desde luego, lo que hemos visto estas últimas semanas se ha parecido bastante al lodo, pero no cabe duda de que, más allá de él o a pesar de él, hay debates de enjundia. ________________

Guillermo Fernández Vázquez es investigador en análisis del discurso en la Universidad Complutense de Madrid.

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