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Caníbales

De valentines y valientes

Era mediados de semana, y yo aún no había acabado de trepar por el domingo, así que mensajeé a mi persona imprescindible.

– Escríbeme tú el ‘Caníbales’, anda, que estoy muy ocupada deprimiéndome…

Todos tenemos al menos un/a imprescindible. Alguien a quien le puedes pedir cualquier cosa (que saque a la perra, que te emborrache, que encuentre un brownie sin gluten sin sabor a cemento…). Cualquier cosa salvo que te mienta: si cree que te estás saboteando, te manda a pastar.

– 'Caníbales' c’est toi. Supera de una vez lo de estos dos y, mientras tanto, abandona mi Telegram que me creas ansiedad.

  ***

La semana del amor había empezado con una ruptura. Pablo e Íñigo ya no miran juntos en la misma dirección. Pablo e Íñigo ya no usan las mismas polisílabas. Radicalidad y transversalidad ya son, definitivamente, irreconciliables.

Y yo andaba mustia por Íñigo.

Íñigo no me remata, pero sí me estimula, me inquieta y me interesa. Hasta le perdoné que en una entrevista hablase de “complejización”.

Lo oí en el coche y le reñí como a un hijo cursi:

– Íñigo, ¡por favor! No sé si quieres decir “complejidad” o “complicación”, pero “complejización” no existe. Que a veces parece que te gusta más una palabra polisílaba que los ciudadanos...

Días más tarde, en la misma emisora, Pablo citaba a Max Weber. Recuerdo muy vagamente sus teorías políticas, pero no lo necesito para votar y me encrespa que Pablo siempre hable subido a la enciclopedia:

– Es que ellos son profesores– dice alguien en la cena más divertida de la semana.

– ¡Ellos son profesores, pero nosotros no somos sus alumnos!– grita A., desahogándose por todos.

– Y, encima, siempre igual: la izquierda completamente dividida por emoción o ambición, y la derecha tan campante, sin discutir si Soraya y la Cospe comparten fines de semana.

  ***

Éramos siete en la mesa y casi todos habían votado.

– Juro que lo he intentado esta mañana, pero la web es confusa y no me he sentido con autoridad e información suficientes...

Me miran como si fuera idiota. Asumo que soy idiota.

– A ver, colega: es la primera vez que tu ciudad te pregunta algo. Claro que es mejorable, pero te espabilas y contestas.

– ¡Vota, coño! Que si no dirán que es otra ingenuidad de Carmena y no lo es: ¡es nuestra ciudad!

Al llegar a casa, de madrugada, me informo aquí y voto. Duermo con la conciencia cívica en calma e Íñigo en el corazón, sueño que un rapero radical y transversal les hace un Pimpinela a Pablo y a Íñigo y me despierto con la certeza de C.:

– Era previsible que perdiera, pero Íñigo tenía que distanciarse de un estilo y unas tesis que no comparte.

Luego me acuerdo de la última peli que vi con las cachorritas. Una historia del Bronx. El mafioso noble y temido y el padre noble y pringado le dicen siempre lo mismo a Calogero: “No desperdicies tu talento”. Pero es el mafioso el que le da el consejo definitivo: “Si no te gusta lo que hacen y dicen tus amigos, ¡aléjate de ellos!”.

– Pero es que son mis amigos.

Las calles, otra vez

– Sí, pero tú no eres como ellos.

Separarse de los amigos, salirse de la manada, sacar la cabeza, exige valentía, pero la valentía no siempre se premia. La vida, Íñigo, que es compleja y encima la “complejizamos”.

 

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