Qué ven mis ojos

Un juez no tiene que hacer justicia, sino aplicar la ley

“Lo malo del poder no es que sea fuerte, sino que sea impune”.

Un juez no tiene que hacer justicia, sólo aplicar la ley, dice una sentencia célebre que, sin embargo, no cuenta la verdad, entre otras cosas porque quiere dar a entender que hacer eso, aplicar la ley, fuera algo muy sencillo, que para lograrlo basta con usar una fórmula, leer unas instrucciones, activar un protocolo de actuación. Por desgracia, el Código Penal no es un libro de aritmética, ni la ley una ciencia exacta, así que la justicia nunca es igual para todos, sino que depende de quién seas tú y de quiénes sean tus abogados, qué minutas puedas pagar, qué tribunal te toque en suerte, quién saque la cara por ti... Entre todos los actos de cinismo que se gasta nuestra clase política, uno de los más comunes es el de alardear ante los medios de comunicación de su respeto escrupuloso de las sentencias que dictan las magistrados, pero la realidad es que casi ninguno lo hace, al contrario, mientras duran los procesos ejercen una presión intolerable sobre los instructores, los acosan, los tiran al pie de los caballos, les montan campañas de prensa ofensivas, los señalan, calumnian, amenazan y desacreditan. O tratan de blindar a los suyos nombrándolos, por ejemplo, senadores, para que puedan seguir aforados y así sea más difícil llegar hasta ellos e investigar sus presuntos delitos. Cualquier cosa, menos quedarse de brazos cruzados y que la verdad los perjudique.

Ahora muchos se escandalizan al conocer el resultado del juicio a la infanta Cristina de Borbón y su marido, un asunto tan sospechoso que ella ha salido absuelta cuando su propia familia la había condenado: fue apartada de la agenda oficial de La Zarzuela, borrada de las fotos y hasta retirada sin contemplaciones del Museo de Cera. No la invitaron a la coronación de su hermano y ni el anterior ni el actual rey han querido verla ni en pintura ni ser vistos junto a ella, a excepción de su madre. Vamos, que cualquier día el retrato que les hizo Antonio López va a acabar oculto en un trastero. Y a él, tampoco le ha ido mal: si tensa un poco más de la cuerda, ni entrará en prisión. Pero lo más preocupante de esta historia es que ni siquiera sea una excepción, sino más bien el pan nuestro de cada día.

En España, la justicia no es igual para todos, y cuando uno de sus representantes se atreve a pensar lo contrario, le cortan las alas. Si investigas los crímenes del franquismo, como el juez Baltasar Garzón, te echan de la Audiencia Nacional. Si encarcelas a alguien de la envergadura de Miguel Blesa, un banquero con amigos temibles en las altas esferas, te inhabilitan, que es lo que hicieron con Elpidio José Silva. Si imputas al presidente de Murcia, sobre el que cae la sombra de la corrupción, te cesan, lo mismo que han hecho con el fiscal que lo incomodaba y que tras ser defenestrado ha definido al PP, al ministro de Justicia y por extensión al Gobierno, aunque sea sin citarlos por sus nombres, como “una mafia tipo años 20.” Algo gravísimo pero que no impedirá que lo ataque una jauría y lo trate de desprestigiar una catarata de insultos, tal y como ocurrió con sus compañeros: Garzón era un ambicioso sediento de fama y poder; Silva era un perturbado que se saltaba las normas a la torera; el juez Castro tenía una clara animadversión a la monarquía y lo suyo no era más que una pelea de gallos con Horrach... Y así todo. Por si acaso, el nuevo jefe Anticorrupción es el fiscal que intentó enterrar los correos secretos del presidente de Caja Madrid, y para empezar su departamento no ha pedido para él a la Audiencia Nacional nada más que la adopción de medidas cautelares, tras ser condenado a seis años de cárcel  por las tarjetas black de la entidad financiera. De su sucesor, Rodrigo Rato, no ha dicho esta boca es mía.

Preguntarse si en España la justicia es igual para todos no es querer saber cualquier cosa: según cuál sea la respuesta, se podrá comprobar hasta qué punto nuestro país es una democracia.

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