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Telepolítica

Trump desde el púlpito del abusón

¿Por qué Donald Trump mantiene esa guerra abierta contra los principales medios estadounidenses? ¿Hubiera preferido tener mejores relaciones o prefiere vivir en conflicto permanente? ¿Puede sacar provecho de una situación tan tensa? La búsqueda de respuestas a estos interrogantes nos lleva a interesantes reflexiones sobre el manejo de la comunicación política en los tiempos actuales.

Este fin de semana ha tenido lugar la CPAC (Conservative Political Action Conference). Se trata de un importante centro de reunión de los principales grupos que sostienen al partido republicano. Trump intervino ante una audiencia más que entregada y que no estamos acostumbrados a ver habitualmente. Hablamos de una genuina representación de las élites profesionales republicanas que hasta ahora apoyan firmemente la nueva Presidencia. La parte más destacada de su discurso fue dedicada, cómo no, a sus relaciones con los medios de comunicación.

Trump se encontraba especialmente cómodo. El ambiente no podía ser más acogedor y receptivo. Esta vez aparecía totalmente relajado y se permitió desde el principio lucir buen humor y todos sus recursos como estrella televisiva, a sabiendas de que todo le funcionaba con ese auditorio. El público, entusiasmado, permanecía de pie y el presidente pidió a todos que se sentaran porque “la prensa deshonesta va a titular mañana que Donald Trump no ha conseguido que la audiencia se levantara a aplaudirle”. El chiste lo cerraba diciendo que era imposible levantar a nadie que ya estaba en pie previamente.

Medios deshonestos, corruptos y mentirosos son los calificativos más habituales que suele emplear. La prensa enfurecida por la desfachatez del personaje poco puede hacer ante sus provocaciones permanentes, salvo clamar en su contra día tras día. Esta pasada semana, Trump se permitió algo inimaginable en Estados Unidos, al prohibir la entraba a un encuentro informativo en la Casa Blanca a los periodistas de varios medios de comunicación como The New York Times, Los Angeles Times, BBC, CNN y Politico. En realidad, no es más que un episodio más de los muchos que ha protagonizado tanto en su campaña electoral como después del 8 de Noviembre.

Trump aprovecha la destacada posición que ocupa para amplificar la potencia de sus declaraciones. Es lo que en el lenguaje de la comunicación política se denomina Bully Pulpit (Púlpito Abusón). Desde esta tribuna privilegiada, maneja junto a su experto equipo de comunicación una abierta guerra que, con los datos en la mano, parece evidente que está diseñada y dirigida con más que controlada voluntariedad. Tres son los rasgos claves para entender su estrategia.

 

  1. Nadie cree en la prensa. Los medios de comunicación atraviesan una seria crisis de confianza en Estados Unidos. Trump suele atribuirse con orgullo parte de la responsabilidad de ese descrédito, al haberles atacado insistentemente junto a los movimientos conservadores más radicales en los últimos tiempos. Las cifras son muy llamativas. Según el informe que el Instituto Gallup realiza desde hace años, la confianza del pueblo americano en sus medios es la más baja jamás alcanzada. Sólo el 32% de los ciudadanos mantenía cierta credibilidad en ellos a finales del pasado año. A comienzos del siglo el porcentaje llegaba hasta el 55%.

 

Gráfico 1

Trump y su equipo conoce esta realidad y sabe que hablando mal de los medios sintoniza con la mayoría de los estadounidenses y, sobre todo, con sus votantes. Porque si el dato anterior es determinante, resulta más esclarecedor observar cómo el factor ideológico lleva la situación hasta niveles extremos. Entre los ciudadanos republicanos sólo encontramos un 14% de ellos que mantiene fe en la credibilidad de su prensa.

 

Gráfico 2

Este dato explica que para Trump esta batalla le resulte gratificante. Sabe perfectamente que sus votantes piensan como él. Además, siempre tiene especial cuidado en sus declaraciones preparadas (las informales, son incontrolables) en situar el combate entre dos bandos, el de los grupos que dominan los medios de comunicación por un lado y el pueblo americano en el otro. Así lo exponía en su discurso en la CPAC: “Ellos infravaloran el poder del pueblo, de vosotros”.

 

  1. EEUU vive en estado de guerra. Esta idea del frentismo bélico no es un simple juego de palabras. El principal asesor de Trump, el jefe de estrategia de la Casa Blanca, Steve Bannon, mantiene el concepto de “tiempos de guerra” como base central de su ideología. Según su filosofía, este gobierno se enfrenta a un conflicto bélico en versión siglo XXI, que tiene en el terrorismo yihadista el frente principal de batalla. Pero entre las amenazas principales se encuentran la inmigración y los medios de comunicación. “Es la oposición de este gobierno”, ha llegado a afirmar en relación a la prensa. Para la administración Trump es clave extender este espíritu bélico. Cumple dos funciones: aglutina a sus seguidores en un mismo frente compartido e inhabilita el desgaste que la libre información pudiera infligirle. Trump, cuando se dirige a los suyos, como en la CPAC, no duda en reiterar el mensaje: “Las falsas noticias de los medios son el enemigo”. Los argumentos utilizados por el presidente de los Estados Unidos pueden llegar a ser realmente amenazadores. El Bully Pulpit llega a alcanzar en algunos momentos el lenguaje tabernario: “No debería estar permitido usar fuentes a no ser que se diga su nombre. Dejad sus nombres ahí. Una fuente dice que Donald Trump es un horror, un ser humano horrible. Dejad que me lo digan a la cara”.

 

  1. Todo son mentiras interesadas. Se ha extendido últimamente en España el error de considerar que la llamada post-verdad no es más que la mentira de toda la vida. No es así. Hablamos de un estrato superior. Hablamos no sólo de la utilización de la falsedad como norma, sino de inhabilitar el principal valor de la información, el de reivindicar la trascendencia de difundir la veracidad de los hechos que protagonizan nuestros gobernantes. Para Trump, sus intencionadas y disparatadas mentiras tienen el fin principal de extender un estado general de confusión que se equipara con lo que dicen los medios. Todo es lo mismo. Todo es igual. Todo son mentiras interesadas. Cada uno tiene su propia agenda y desde luego la de la prensa no coincide, según su juicio, con la de su enemigo principal, el pueblo americano.

En la intervención ante sus fieles seguidores en la CPAC, Trump lanzó un provocador argumento, burlándose de los periodistas que suelen recurrir a la Primera Enmienda que consagra en la Constitución la libertad de expresión: “Nadie la ama mejor que yo, porque nadie la usa más que yo”, llegó a declarar en tono jocoso.

Donald Trump es egocéntrico. Habla a menudo de él en tercera persona, que es el síntoma inequívoco de haber superado la egolatría patológica. Puede recaer en el disparate hasta límites circenses. Sus formas son difícilmente asimilables a unas mínimas normas de urbanidad colectiva. Su ideología, impulsada por sus principales asesores, está repleta de amenazas evidentes. Pero cometeremos un error si nos limitamos a burlarnos de sus excesos y a ridiculizar sus maneras. El auténtico peligro que supone Donald Trump es que ha elegido una dirección en su camino. Las alharacas con las que envuelve sus avances pueden distraernos, pero no deberían engañarnos. Saben lo que hacen y a dónde van. Y estoy convencido de que en ese lugar no me gustaría que mis hijos pudieran vivir algún día.

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