Muros sin Fronteras

El odio crece en votos

Los casos aislados no suelen componer un marco, pero en esta ocasión es el marco lo que está generando un goteo de aislados. Me refiero al tufo xenófobo, oportunista e irresponsable que se ha adueñado de países tan democráticos como Reino Unido y EEUU. Si fuera un virus anglosajón, algo entre primos hermano, podríamos estar tranquilos, pero el mal afecta a casi toda Europa: Holanda, Alemania, Austria, Italia, Grecia, Polonia, Hungría, incluso a un número significativo de suecos, finlandeses y daneses, a quienes con frecuencia ponemos de ejemplo.

Muchos politólogos y analistas etiquetan el fenómeno como extrema derecha, algo que podría ser reductor. La etiqueta es un corta y pega que nos sitúa en los fascismos de los años 30 y, de alguna manera, nos impide ver que la amenaza hoy es más compleja y peligrosa. Esta vez no quieren destruir la democracia, sustituirla por una dictadura; lo que pretenden es gobernarla, imponer su agenda, sus leyes.

Existen sin duda bases ideológicas comunes. Está la ideología de la exclusión y la superioridad de la raza. Cuando Donald Trump blande su América se refiere sobre todo a la América blanca, patriótica, cristiana y de derechas; o cualquier fanático del Brexit arremete contra los extranjeros.

En este clima, las democracias tienen dificultades para defenderse de los discursos cerrados que parecen dar solución a todos los problemas desde una simplicidad que podría resultar cómica si las consecuencias no fueran trágicas. Este es uno de los temas que trata la revista TintaLibre de marzo.

El debate político se desplaza de los asuntos concretos, el desempleo, la vivienda, la sanidad o las pensiones, a conceptos etéreos como la identidad. Los partidos de izquierda, como vemos en Francia, se han visto arrastrados por el discurso dominante y también hablan de identidad: el yo frente al otro. La identidad necesita una frontera, una bandera, un enemigo. Es la base del nacionalismo, de cualquier nacionalismo. También en España.

Este vídeo del discurso de Larissa Martínez es una lección para aquellos que criminalizan a los inmigrantes y refugiados.

Podría ser un caso aislado que Donald Trump anuncie un presupuesto militar de 54.000 millones de dólares que saldrán de los recortes en otras partidas, como las dedicadas al cambio climático y la ayuda exterior.

Lo peor del anuncio es la frase propagandística que lo acompaña: “Para ganar guerras de nuevo”. ¿Qué guerras? ¿No quedamos en que EEUU iba a empezar a defender sus fronteras? El argumento será que se defienden en Irak, Somalia, Ucrania, Siria, Filipinas… Entonces, ¿cuál es el cambio? ¿No ha sido así toda la vida? Ahora deberá batallar para que un Congreso republicano le apruebe las cuentas, algo que no será fácil; todos tienen votantes en sus distritos y Estados que pueden pasar factura en dos años.

EEUU maneja el mayor presupuesto mundial de ayuda al desarrollo: 50.100 millones de dólares en 2017, como se recoge en este PDF incluido en la información de The Guardian.  De esa cantidad, más de 18.000 millones se destinan a ayudas al desarrollo económico. Otros 8.100 son para asistencia de seguridad. Las ayudas exteriores de todos los países esconden trampas porque se incluyen todo tipo de partidas; en algunos casos la obligación de comprar bienes del país donante.

Trump, como recuerda The Guardian, ha trazado una línea roja en la ayuda estadounidense: no dará un dólar a los países que odian a EEUU. El problema es quién decide cuánta crítica se transforma en odio. ¿El presidente de la piel fina, el guerrero de Twitter?

Una de las víctimas de los recortes será la ONU. EEUU aporta el 22% del presupuesto del alto organismo y un 29% de los costes de mantenimiento de paz. Esto tendrá consecuencias en la vida diaria de millones de personas que viven en la pobreza. No lo dice ningún populista de izquierdas, sino la fundación de Bill y Melinda Gates.

Después están los otros casos aislados, los que no llegan ni a letra pequeña. Los que vamos a rescatar están relacionados con el run run general.

Es el caso de Irene Clennell, detenida y deportada en cuestión de horas por el Reino Unido pese a llevar 27 años casada con un británico, tener dos hijos y un nieto de esta nacionalidad. Al parecer incumplió dos requisitos legales para mantener la residencia: ganar al menos 27.000 libras al año (unos 32.000 euros) y no ausentarse del país de forma prolongada. Estuvo dos años en Singapur cuidando de sus padres, ya fallecidos. Es un caso menor, lo sé, pero ofrece alguna indicación de por dónde puede ir el Brexit para cientos de miles de ciudadanos comunitarios que viven en el Reino Unido.

O el de Srinivas Kuchibhotla, 32, un ingeniero indio, muerto a tiros en un bar de Kansas. Su asesino se llama Adam Purinton, un blanco que le confundió con un iraní. Antes de disparar, gritó: “Iros a vuestro país”.

O el aparente aumento de incidentes antisemitas en EEUU, aunque The Washington Post baja un poco el asunto. El caso es que se ha informado de varios ataques a centros culturales judíos y actos vandálicos en un cementerio. Trump fue rápido en condenar las agresiones. Este antijudaísmo es algo que también preocupa en el Reino Unido.

Los gobernantes responsables no alimentan las pasiones de la gente, no agitan odios, afrentas reales o supuestas y señalan a los enemigos internos. Los buenos gobernantes no abren el baúl de los odios históricos ni emplean palabras de combate ni se inventan atentados. El Brexit es una cantera de políticos irresponsables, empezando por la primera ministra británica, Theresa May, que de rechazar la salida ha pasado a febril defensora de una salida de la UE. Es su cargo lo que importa, no los intereses de las británicos.

En este país nadie pide perdón

Trump es un político que no deja títere con cabeza. Ataca todo: servicios de espionaje, medios de comunicación, FBI, congresistas, manifestantes, a Obama, a Merkel, al primer ministro de Australia, uno de los países más duros con la inmigración irregular. Trump tiene alma de dictador. Esperemos que funcionen los contrapesos. El principal de todos, la sociedad civil. Y están Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders que habla de “chusma marroquí”.

No sé qué etiqueta les debemos poner. Ante la duda, la de extrema derecha puede ser un punto de partida, pero sería una extrema derecha 2.0. Entre este tipo de populismos y un capitalismo desbocado, al ciudadano normal no le queda otra que el humor, como aquel tuit genial de Rodrigo Rui‏ que decía que en los Oscar (el lío La La Land y Moonlight) pasó lo mismo que en las elecciones de EEUU con Trump y Hillary Clinton, solo que en los Oscar se dieron cuenta a tiempo.

 

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