El vídeo de la semana

De sexo, vírgenes y niños

Un joven profesor de educación infantil con aptitudes para la escena y ganas de transgredir la lió esta semana en Las Palmas de Gran Canaria. Su montaje ganó la Gala Drag Queen, que es uno de los acontecimientos más populares del carnaval grancanario. Ahí lo tienen: sale de virgen y reza un padrenuestro blasfemo mientras se eleva crucificado con su taparrabos y sus botas de drag. El Parque de Santa Catalina se venía abajo…tanto como crecía la indignación del obispado y probablemente de muchos católicos bienpensantes que se sentirían heridos en sus convicciones.  El profesor, Borja Casillas se llama, nos contaría después en @Masdeuno que buscaba transgredir y provocar, pero no ofender a nadie: “no creo haber sido ofensivo”.

Casi al mismo tiempo, una organización católica de nombre Hazte Oír, arrancaba el autobús naranja que de gira por toda España quería sembrar la idea de que, puesto que “los niños tienen pene y las niñas vulva”, todo lo que no sea ajustar el género al cuerpo original o no existe, o no vale, o es pecado o un engaño o vaya usted a saber.  Una barbaridad que no sólo ataca al derecho a la libertad sexual, sino al más elemental sentido común en tanto que además de negar la transexualidad se opone a la homosexualidad misma. Todo muy católico y muy previsible.

¿Qué tienen ambos hechos en común aparte de coincidir en el tiempo y el trasfondo de la homosexualidad? Pues el haber agitado el fantasma de la intolerancia, haber desnudado las dificultades que siempre acompañan al saludable ejercicio de dejar que los demás se expresen como les de la real gana, aunque critiquen lo nuestro y nos pueda molestar.

Hombre, en justicia –me dirá usted– aquí cojea más uno de los dos lados, el de los católicos que se rasgan las vestiduras con el drag en la cruz y salen de marcha por el país diciendo que los sexos son dos y puntos. En ambos casos, hay una evidente actitud de intolerante rechazo hacia la libertad sexual. Pero, después de todo, ¿alguien espera otra posición desde la Iglesia católica?

Cualquier que hubiera visto el espectáculo de Las Palmas sabía que la Iglesia iba a responder y sobre su posición ante la libertad sexual ya no hace falta extenderse, porque desde Trento no se ha modificado. Ni siquiera con el Papa “abierto” se ha legislado para cambiar las cosas. Hombre, sorprende más el que TVE, que transmitió la gala en directo, la haya quitado de su web, pero eso es otra historia…o quizá no, quizá la misma, quién sabe.

El caso es que en Las Palmas hubo transgresión, que es lo que tiene que haber en carnaval. Y en al autobús naranja la expresión de una postura que es intolerante con la diferencia, pero perfectamente legítima y desde luego, legal, por mucho que nos ofenda.

La cuestión de fondo es una vez más la libertad de expresión. No entro en el hecho de que la justicia haya detenido el autobús católico –ya tienen, por cierto, alternativa– ni que la fiscalía de Las Palmas proponga ya la judicialización de la fiesta al anunciar que estudiará si hay delito si alguien lo denuncia. En ambos casos da la sensación de que volvemos a estar ante una justicia que responde a la presión social…lo cual puede ser bueno o no, según el peso y la dirección de quien presione.

Pero el asunto que creo merece al menos ser considerado como elemento de reflexión es la forma en que aceptamos que se expresen los que no piensan como nosotros.

¿No tienen derecho los católicos a quejarse de las drag y a difundir su idea del sexo como les dé la gana? Yo creo que sí, por mucho que en ambos casos lo que expresen sea, a mi juicio, una posición socialmente miope y moralmente excluyente. ¿Que se equivocan? Están en su derecho; ¿que me molestan?, quizá, pero tampoco espero que todo el mundo piense como yo y acepte mis principios.

Lo que no podemos es quejarnos de que monten el número porque Borja Casillas salga de virgen y se crucifique y al tiempo aplaudir que les callen la boca cuando quieren expresar su visión del mundo; retrógrada, pero con todo el derecho a salir a la calle y a donde les dé la gana para difundirla.

Yo quiero el Carnaval transgresor aunque agreda a mis principios y quiero también que quien no piense como yo pueda decir lo que le plazca.

Las pieles sensibles son el escudo de la intolerancia. Mientras no impongan, que digan lo que quieran.

Es como el privilegio de escribir en este medio: uno es libre aunque quiebre con lo que expone la línea del diario, o incluso aunque moleste al director en sus opiniones y sus principios. Faltaría más.

Pues fuera de aquí, con todo lo demás. A ver si va a resultar que el derecho a expresarse es sólo del que se expresa como yo quiero.

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