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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Nacido en los 50

Ese sol que también es de ellos

El Gran Wyoming

Ya asoma por el este el sol de la primavera que viene a cobrarse el impuesto de esa radiación que nos da la vida, y que los neoliberales recaudan a aquellos que pretenden escapar de este sistema de voracidad casi tan infinita como su crueldad. “Nada es gratis y tampoco la vida”, decía Pablo Guerrero. Se lo cobran a los ingenuos que intentan cierta autonomía en su provisión de energía, por cierto, respetuosa, no destructora del planeta que parasitamos. “Estáis atrapados en la red. Sois súbditos de las grandes corporaciones”, pregonan los servidores del gran capital al que eligen sus correligionarios una y otra vez para que nos pongan en nuestro sitio.

Crecido está el presidente de la nación, que representa a una minoría indómita e irreconciliable y restrictiva con la libertad y los derechos de los demás, tras ese letargo en el que vivieron unos años, aparentemente apartados del poder.

Primero en el ostracismo de la marginalidad cuando eran llamados “nostálgicos” para, más tarde, resurgir entre las cenizas de aquel centro que dinamitaron desde dentro, y formar sin la competencia de los reformistas el partido heredero de los entusiastas del imperio y la dictadura, de los supervivientes, de los hijos y nietos de los que acabaron con el régimen de libertades que impidió, una vez más, la posibilidad de que España entrara en la normalidad, en la modernidad, en la honradez, que acariciara aunque fuera por un instante la libertad. Esa breve República demonizada, criminalizada, que nos puso en el centro del mundo del arte, de la cultura, en la vanguardia de la emancipación de la mujer. Esa República a la que hoy se hace corresponsable del genocidio del Ejército golpista pretendiendo confundir los crímenes de los soldados de uno u otro bando, con las órdenes de exterminio, violación y saqueo dadas desde el mando por los generales de Franco.

Volviendo a esta tierra que nace hoy a la primavera, decía que el presidente y su Gobierno están crecidos porque no ven competencia ya que siempre encuentran quien apuntale sus proyectos, como hacen ahora estos cachorros de la nueva derecha que saldrán a su rescate cuando sea necesario a la voz de “conoce, conoce”, mientras pregonan soflamas a favor de la lucha contra la corrupción en los periodos de transición, para tranquilizar a aquellos votantes que exigen algún gesto que justifique su elección en las urnas.

Esta derecha que se llama a sí misma nueva, tacha de corruptos a aquellos con los que se asocia, pensando que su presencia, no contaminada en lo personal, blanquea la fechorías de sus compañeros en esta aventura hacia la regresión. Dicen luchar contra la corrupción mientras la perpetúan en el poder. A veces, incluso votan contra sus propias propuestas, como en la retirada del impuesto por el uso del sol, que también parecen haberlo privatizado: todo es tramoya.

Eso de la lucha contra la corrupción se convierte en la única razón de existir de esta nueva formación liberal sin entender, y aquí es donde entra la ideología, que es desde la legalidad donde el partido del Gobierno hace más daño a su pueblo. En la destrucción de la sanidad y la educación públicas, en el rescate de las entidades financieras, que se han hundido mientras hacían multimillonarios a sus gestores con la colaboración y el silencio cómplice de los órganos de vigilancia que debían controlar este desmadre, y utilizando el dinero público del rescate para realizar inversiones que enriquecen, exclusivamente, a los miembros de la cúpula de esas instituciones, en lugar de ayudar a reflotar la maltrecha economía doméstica que se hunde en la miseria debido a los salarios de hambre que se están pagando, sin justificación alguna, en los planes llamados de productividad, que no dejan de ser de explotación en la impunidad. Gracias a este recorte en un gasto fundamental como es el de personal, el de los salarios, las empresas incrementan espectacularmente los beneficios y dan lustre a las cifras optimistas que adornan la recuperación de nuestra economía. Los beneficios empresariales se incrementan año tras año, mientras la pobreza crece entre los trabajadores, a los que se les niega la más mínima posibilidad de tener una vida que pueda ser calificada de tal. Y no es una crisis, sino el producto de una “reforma estructural profunda” que el Gobierno dice ahora que se niega a revertir a pesar de que prevé tiempos de bonanza y recuperación. Lo que se quitó en la “coyuntura” del hundimiento pasa, y pasará, a la cuenta de beneficios en el crecimiento.

Los que se apretaron el cinturón estarán también cómodos con la recuperación económica porque con la inanición dejará de oprimirles.

La lucha contra la corrupción no es un fin, es algo elemental y que no puede ser reivindicado como bandera porque en un sistema democrático dicha cuestión está resuelta, no existen categorías de ladrones. No tienen cabida los delincuentes de “casa”, y tampoco “los otros”. Claro que, en un país donde la democracia haya calado entre la ciudadanía, tampoco existe la opinión, que dicen que hay que respetar, que afirma que “todos roban” como argumento para volver a poner al frente de las instituciones al delincuente que, en algunos casos, sólo es presunto, aunque todos sepan que su patrimonio no concuerda con sus ingresos.

En Murcia eligen a Pedro Antonio Sánchez, que está siendo investigado por corrupción, con más del 93% de los votos, descontando los nulos, el 96%. El resto en blanco, ni uno solo en contra.

Mientras, en Madrid, se despedía la labor de Esperanza Aguirre, artífice de la destrucción de los servicios de sanidad y educación que los madrileños nos habíamos dado con nuestro dinero, y que convirtió a la capital del reino en uno de los centros de la corrupción generalizada donde se expoliaba desde las instituciones, al tiempo que sus colaboradores se enriquecían de manera legal, compatibilizando, como en el caso del señor Lamela, negocios inmobiliarios con sus consejerías de Sanidad o Transportes para retirarse, tras diferentes imputaciones, trabajando en el lucrativo mundo de la sanidad privada a la que tanto dio desde su cargo. Lo llaman puertas giratorias, son pagos por servicios.

Dice la expresidenta que pecó “in vigilando”. Hubiera bastado con que desecara la charca para que las ranas cambiaran de ecosistema, pero vivían todos muy felices bajo la tutela de la batracia madre, que siempre encontraba una contestación más o menos educada, más o menos chulesca, más o menos castiza, con la que defender a sus renacuajos, que croaban con fruición hasta que caían en desgracia y daban con sus ancas en la trena. La rana no se transformaba en príncipe sino en sapo hediondo.

La despiden como un ejemplo a seguir. ¡Y lo es! Su ejemplo aniquilará la otra Esperanza, la de los madrileños en un mundo mejor.

Así está el patio. Esa es la regeneración de un partido que no encontró nada que revisar en su último congreso, que fue un baño de felicitaciones y reconocimientos a pesar de los ochocientos “investigados”. No les gusta que les llamemos por su nombre, ni siquiera el de imputados, que es técnico. Recuerdan con sus imposiciones en el léxico a los eufemismos que se usan en las casas de los señoritos cuando reprenden a las empleadas de la casa por responder a una llamada diciendo que el señor está durmiendo. “El señor no duerme, descansa”, reconvienen a la chacha. Estos empleados del hogar a veces olvidan que sus amos no son humanos.

Pues no, no salió un joven, o viejo, para el caso tanto da, que dijera en ese congreso: “¿Qué está pasando aquí?”. “¿Es que no hay nadie honrado en nuestras filas que plante cara a este estado de cosas?”. “Aunque pierda”. No. Parece que no lo hay. Nadie quiere regenerar desde la decencia a costa de aminorar sus posibilidades de ascenso en ese paraíso liberal que garantiza el futuro de los políticos en activo durante generaciones. Esa es la característica distintiva de nuestra derecha. Por eso a los procesados y condenados se les queda esa cara de resentimiento. Parecen sentirse víctimas de un agravio comparativo, se deben decir a sí mismos: “No hacía nada que no estuvieran haciendo los demás”. A sus jefes sólo parece dolerles que aparezcan cuentas corrientes imprevistas. Por lo demás, los investigados disfrutan de la protección del partido –“Hacemos lo que podemos”– y de defensas colegiadas para que nadie realice declaraciones extravagantes que se salgan del guión y comprometan al colectivo.

Ahora se enfadan al tener un contratiempo en la votación de una reforma porque no comprenden las normas elementales de la democracia, según las cuales para gobernar por decreto, como a ellos les gusta, sin contar con nadie, yendo contra los demás, hace falta mayoría absoluta. Al carecer de ella, les repugna la posibilidad de que les lleven la contraria aunque sea de forma testimonial, por estrategia, como hace Ciudadanos, y exigen a sus rivales, a los que consideran y sienten como enemigos, que se sumen a sus despropósitos porque aquí, desde siempre, han mandado ellos, sus padres y sus abuelos.

Apelan a la responsabilidad para gobernar España y seguir, como siguen, con el expolio de lo público. Trabajando para las corporaciones a las que pertenecen sus predecesores y a las que pertenecerán ellos cuando terminen con esta misión histórica de portar la antorcha del privilegio que nunca debió salir de sus manos y hoy, en demasiadas ocasiones, se ven obligados a compartir con advenedizos de centro izquierda en las mesas de los consejos de administración.

Llega la estación de la vida y se sienten seguros en sus horizontes de progreso en lo personal, con la colaboración de unos y la abstención de otros, mientras los ciudadanos testigos de este aquelarre aniquilador, paganos de la fiesta, tienen que volver, como hace nuestra admirada Raquel Martos, a Antonio Machado para esperar, como el Olmo hendido por el rayo, otro milagro de la primavera.

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