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República de California y nación de Quebec

A buena parte de los tenores y sopranos del debate político español se les nota poco leídos y viajados. Ahora mismo, intentan despejar con chistecillos la cuestión de la plurinacionalidad de España. Se creen, para empezar, que es un invento de los malvados catalanistas y los aún peores podemitas, ignorando que está sobre la mesa desde, como mínimo, mediados del siglo XIX. Si les citas el republicanismo federal de Pí y Margall, la polémica sobre la identidad de España entre Américo Castro y Sánchez Albornoz o las razones por las cuales se introdujo el concepto de “nacionalidades” —distinto del de “regiones”— en la Constitución de 1978, esbozan la sonrisa sardónica del cuñado con tres copas encima en la cena de Nochebuena.

Al asumir —teóricamente, de momento— la idea de que España es una gran nación —un continente, dice Cees Nooteboom— en cuyo seno conviven distintas naciones y regiones, el PSOE de Pedro Sánchez se ha expuesto al acoso de los que enmascaran su ignorancia con la repetición de mantras patrioteros de manual escolar franquista. La broma más socorrida ha sido la de preguntarse con jactancia sobre en qué país del mundo, aparte de Bolivia, se practica esa idea de la unidad estatal a partir de la pluralidad nacional.

Ocurre asimismo que el PSOE no parece saber demasiado bien qué es eso del federalismo que dice defender. Si lo supiera, respondería a ese comentario citando dos ejemplos que debieran dejar muda a la caverna. Los ejemplos de Estados Unidos y Canadá.

Jerry Brown, gobernador de la República de California, ha anunciado su intención de desmarcarse de la política internacional de Donald Trump en materia de lucha contra el cambio climático. Sí, han leído bien, California se denomina una república en el seno de la más grande república estadounidense, a la que se adhirió en 1846, tras un mes de independencia. Y también han leído bien la segunda parte: Brown planea establecer relaciones directas con China para garantizar que el gran Estado norteamericano del Pacífico siga aplicando el acuerdo medioambiental de París, en contra de lo decidido por Trump.

California, que se plantea incluso lanzar sus propios satélites para vigilar la evolución del calentamiento global, también se rebela contra las actuales políticas de la capital estadounidense en muchos otros asuntos. Por ejemplo, ejerce su derecho a la desobediencia en la acogida a refugiados, el muro con México o la legalización de la marihuana.

¿Se imaginan la que armarían los tenores y las sopranos de ese otro nacionalismo excluyente que es el españolista si alguna de nuestras comunidades anunciara que se pasa por el forro las decisiones de Rajoy y se pone a negociar directamente con una potencia extranjera? No tardaría en dolernos la cabeza de tanto escuchar las palabras desafío, reto, órdago y ruptura de España.desafíoretoórdagorupturade España Pues bien, está ocurriendo en ese Estados Unidos que nuestros patrioteros ponen siempre como ejemplo de nación grande y unida.

¿Saben los tenores y sopranos que en el país de Jefferson cada Estado tiene sus propias placas de matrícula, sus propios límites de velocidad, sus propios impuestos indirectos, sus propias leyes y regulaciones sobre asuntos tan cruciales como las armas de fuego, las drogas, la pena de muerte, los juegos de azar o la sexualidad? Allí a nadie se le ocurre decir que eso rompe ninguna unidad nacional o viola el principio de la igualdad de los individuos.  Allí a eso lo llaman federalismo.

En cuanto a Canadá, su Parlamento aprobó en 2006 la consideración de Quebec como una nación en el seno del Estado común. De nuevo, han vuelto a leer bien: una nación. A la que se le ha permitido ejercer el derecho de autodeterminación en dos referendos, los de 1980 y 1995. Como, por cierto, también hizo el Reino Unido —otro país tan admirado por nuestros conservadores— con su nación escocesa en 2014.

Canadá es un único Estado en la esfera internacional. ¿En qué es esto irreconciliable con el hecho de que se defina como una federación que incluye distintas situaciones nacionales y comunitarias? Porque sí, también sus pueblos indígenas (First Nations) tienen allí una consideración específica (Sección 35 del Acta Constitucional de 1982) que va permitiendo reconocer su derecho al autogobierno.

Sánchez pone a Quebec como ejemplo: "Desde el respeto a la legalidad se puede encontrar una solución"

Sánchez pone a Quebec como ejemplo: "Desde el respeto a la legalidad se puede encontrar una solución"

En el debate público de los tres candidatos a la secretaría general del PSOE, fue unánime el comentario de que Patxi López le había atizado un buen zasca a Pedro Sánchez al preguntarle si sabía lo que era una nación. No estuve de acuerdo con esa interpretación. Por una vez, Sánchez dio una respuesta bastante correcta: una nación es un conjunto de personas que comparten un territorio y desean definirse así, como una nación. Puede que a otros no les apetezca hacerlo, están en su derecho, pero los de ese territorio —Cataluña, por ejemplo— quieren llamarse una nación. ¿Y qué? ¿Impide eso que, en el ejercicio de su libertad, quieran federarse o confederarse con otros territorios para constituir un único Estado? No necesariamente. La Confederación Helvética, esto es, Suiza, es otro ejemplo.

Llevamos siglos en que la visión nacional-católica de España —esta es una única nación católica y castellanoparlante desde la mismísima creación del mundo— es inculcada sistemáticamente a los niños en las escuelas y desde los medios de comunicación. Tal visión, sin embargo, se compadece mal con el hecho objetivo de que algunas de sus comunidades no lo ven así y desean fórmulas que reconozcan explícitamente su singularidad. Y, bien, ¿qué mi importa a mí, andaluz de nacimiento y vecino de Madrid, siempre que en Cataluña o Euskadi los médicos y las farmacias acepten mi tarjeta de la Seguridad Social? Lo que, por cierto, no siempre hacen los de Andalucía porque sus sistemas informáticos no son capaces de leer esa tarjeta, expedida en Madrid.

Soy de los que desean menos palabrería sobre la “sagrada unidad de España”, más trabajo efectivo de nuestra clase política en la resolución del problema catalán y, por supuesto, más eficacia y honradez en la gestión del dinero que he pagado con mis impuestos y cotizaciones.

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