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Qué ven mis ojos

Hacienda somos todos, incluso su ministro

“La hipocresía consiste en saber mantener las distancias con quien se supone que eres”.

Se ha hablado mucho de las cloacas del poder, pero es difícil imaginar hasta qué punto son profundas y están llenas de seres que luchan entre ellos con uñas y dientes para gobernar la oscuridad, un territorio en el que los puñales no brillan, pero cortan y hieren igual que a plena luz del día. Las trampas las ponen los tramperos, los tramposos y los traidores, y seguro que, a esas profundidades, habrá de todo, incluidas las peleas a cara de perro entre jugadores que llevan la misma camiseta. En el PP, se habla de fieles al presidente Rajoy y de detractores suyos; se habla de partidarios de Soraya Sáez de Santamaría o María Dolores de Cospedal; pero, sobre todo, de los amigos y los enemigos del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, sobre el que corren por los pasillos del Congreso y por los estudios, redacciones y platós mil y una leyendas: ¿Filtró él documentos que perjudicaban a Esperanza Aguirre o, por ejemplo, al antiguo titular de Industria, José Manuel Soria? Según las últimas informaciones, publicadas este lunes por el diario El Mundo, no sólo hizo eso, sino presionar a Rajoy para que lo echase del Gobierno, argumentando sus aventuras en Panamá y las de su madre en Suiza, donde tuvo una cuenta que Soria dice haber liquidado y declarado tras el fallecimiento de la mujer, en 2010. Pero claro, la duda razonable es ésta: si otras veces mintió, de forma grave y reiterada, ¿por qué iba en esta ocasión a decir la verdad? Es difícil creer a alguien que protagonizó episodios tan poco edificantes como los de sus vacaciones a gastos pagados en Punta Cana o su intento de recolocarse en el Banco Mundial pasando por una puerta giratoria.

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Sin embargo, hay más cuestiones, referidas a su, por lo visto, enemigo íntimo en el gabinete y en la calle Génova, que no es otro que el propio Montoro, un ministro todopoderoso hoy en horas bajas, que acaba de sufrir tres revolcones de los que en otros países no se levantaría ningún cargo público, simbólicos y demoledores a partes iguales: su reprobación por el Parlamento casi en bloque, las sospechas que empiezan a difundirse acerca de algunos negocios llevados a cabo por el despacho que fundó con su hermano y que han llevado a la fiscalía Anticorrupción a investigarlo y, por encima de todo, la fulminante anulación de su amnistía fiscal, tan criticada, tan sospechosa y tan inútil excepto para unos pocos defraudadores, por parte del Tribunal Constitucional, que en su auto le acusaba ni más ni menos que de haber tomado decisiones encaminadas a perpetuar la evasión y dejar impunes a sus protagonistas. En un giro incomprensible para la mayoría de los ciudadanos, eso no implica que los infractores tengan que devolver lo sustraído o blanqueado, algo que no ocurre con el resto de los contribuyentes, a quienes no se perdona un euro que hayan olvidado declarar, lo cual estaría muy bien si esa eficacia implacable fuera igual para con todos. No lo es.

El asunto es feo por las dos caras, tanto si se piensa en la guerra sucia que parecen haberse hecho unos a otros en el Gobierno, donde el ataque del ministro de Hacienda a Soria podría haber sido una venganza por negarse ésta a modificar su reforma energética para beneficiar a determinadas compañías que operaban con Montoro y Asociados; como si se piensa en la falta de ejemplaridad en la que, de confirmarse los indicios que empiezan a acaparar los titulares, pudo haber caído quien se presenta a sí mismo como el azote de los corruptos y el perseguidor de los rufianes de guante blanco.

Hay un lema que toda persona honrada tiene que aceptar: Hacienda somos todos. Pero es una tarea inexcusable para las administraciones conseguir que esa frase, además de ser bonita, sea verdad. De momento, lo que ocurre es justo lo contrario: que en España la carga tributaria recae sobre las espaldas de los más débiles, mientras los ricos se entregan a la ingeniería financiera, uno de los términos que se han inventado para definir el robo que cometen, para eludir sus obligaciones. Y si les pillan, lo mismo les hacen una doctrina Botín que una amnistía fiscal, para que además de irse a un paraíso fiscal, se vayan de rositas.

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