A la carga

El nuevo liderazgo político: ensaladas de plástico y vinos añejos

A estas alturas, se acumulan suficientes elementos como para permitirnos una cierta generalización con respecto a los nuevos liderazgos políticos.

Como todo el mundo sabe, las ondas sísmicas de la crisis económica pasada han provocado grandes daños en la democracia representativa y en sus principales protagonistas, los partidos políticos. La satisfacción con la democracia ha descendido en casi todas partes y, sobre todo, entre las generaciones más jóvenes. Por su parte, la valoración de los partidos políticos continúa en niveles terroríficamente bajos, aunque se hayan superado los mínimos que se alcanzaron en los peores momentos de la recesión.

A pesar del descrédito de los partidos, los ciudadanos seguimos teniendo necesidad de creer en políticos capaces de renovar las prácticas políticas, de hacer política según parámetros nuevos. Por muchas que hayan sido las decepciones en el pasado, sentimos el apremio de recuperar la ilusión y creer en líderes distintos que restablezcan parte de la dignidad política perdida.

En esta especie de caladero formado por ciudadanos decepcionados, han ido surgiendo dos tipos nuevos de líderes, con características bien distintas e incluso contrapuestas. Cada tipo, a su peculiar manera, trata de encarnar una forma novedosa de aproximación a la política.

En primer lugar, tenemos el prototipo del líder joven que representa los anhelos de las nuevas clases medias ilustradas, cosmopolitas y urbanas, las cuales consideran a los políticos de la vieja escuela unos mediocres paniaguados, sin ideas con las que afrontar los nuevos retos, presos de recetas fracasadas y caducas. Las bases sociales de estos nuevos líderes son jóvenes altamente preparados, que conocen mundo, tienen probadas convicciones europeístas y están dispuestos a integrarse y aprovecharse plenamente del mundo globalizado. En la terminología de Belén Barreiro, son fundamentalmente “digitales acomodados”. Sus líderes más conspicuos son Emmanuel Macron en Francia, Justin Trudeau en Canadá y Albert Rivera en España. Los tres son jóvenes estupendos, delgados, con alto capital erótico, van bien vestidos, practican deporte, creen en el liberalismo, gozan del favor de las grandes corporaciones y de los medios de comunicación y tienen un mensaje rupturista con respecto a la vieja clase política. Por ello, crean partidos nuevos o encabezan plataformas y movimientos a mayor gloria de sus figuras. En los términos que emplea el filósofo coreano Byung-Chul Han, estos líderes son pura “positividad” y por eso mismo reflejan tan bien el espíritu de la época que vivimos: la transparencia absoluta. No tienen misterio, no tienen reverso. Abusando un poco de la sinestesia, recuerdan a las ensaladas plastificadas que dan en las cadenas de alimentación: aunque se trata en principio de productos naturales, el resultado final es la artificiosidad en su estadio más puro: el número de hojas de lechuga y rodajas de tomate es siempre el mismo, de forma que cada ensalada es indistinguible de la que está a su lado.

En segundo lugar, tenemos el prototipo del líder que obtiene el reconocimiento popular al final de su carrera política, tras décadas de actividad política en posiciones subalternas o marginales. Precisamente porque nunca han cambiado sus valores, porque se han mantenido íntegros, transmiten una esperanza creíble frente a aquellos otros políticos que, declarándose progresistas, se dejaron llevar por las promesas fallidas de la globalización y la integración económica supranacional, transigiendo además con las recetas neoliberales en materia de privatizaciones, flexibilización del mercado de trabajo, política industrial y un largo etcétera. El hecho de que no hayan dejado nunca de defender sus convicciones les da un crédito especial ante los ciudadanos que consideran que hay que revisar todas aquellas políticas que nos llevaron a la gran crisis de 2008. Sus figuras más sobresalientes son Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, Bernie Sanders en Estados Unidos y Jean-Luc Melenchon en Francia. Estos “abueletes”, con larga experiencia sobre sus espaldas, consiguen conectar y despertar el entusiasmo de masas de jóvenes desengañados ofreciéndoles no el paraíso, sino las políticas que hace cuarenta años eran ortodoxas y que hoy suenan casi revolucionarias ante la hegemonía neoliberal del momento. A diferencia del otro tipo, los líderes de este hacen valer su autenticidad, rompiendo el guion prestablecido del político mediático, lo que genera una relación tensa y conflictiva con los periodistas, quienes suelen presentarlos despectivamente como viejos perdedores anclados en un mundo que no puede volver. Recurriendo de nuevo a un lenguaje metafórico, frente a la ensalada plastificada ellos son como un vino que ha ido ganando cuerpo con los años.

Esta tipología nos permite entender mejor la situación de los líderes políticos españoles. Mariano Rajoy queda claramente al margen, pues él asume con orgullo el liderazgo tradicional de un partido tradicional. En cuanto a los otros tres, ya he mencionado que Rivera se adapta bien al líder tipo “ensalada de plástico” (aunque tenga un déficit cultural evidente con respecto a Macron y Trudeau). Pablo Iglesias y Pedro Sánchez son modelos mixtos. Iglesias tiene el discurso de los “abueletes”, pero no tiene ni de lejos la autenticidad de estos, construida sobre la ausencia de ambición de poder. Mientras que parece imposible atribuir oportunismo a Corbyn, Sanders o Melenchon, una parte importante del electorado español no se fía de Pablo Iglesias (obtiene unas valoraciones muy bajas) precisamente porque le atribuyen motivos espurios en sus tomas de posición. Su ambición política, en última instancia, le impide resultar tan convincente o íntegro como los son sus mayores.

Sánchez, por su parte, es un líder mutante: su apariencia indica que nos encontramos en presencia del tipo “positivo” de Trudeau, Macron y Rivera, pero las vicisitudes internas del PSOE han hecho que haya acabado recurriendo al discurso de la autenticidad de la izquierda. Un líder atravesado por fuerzas tan contradictorias es, ante todo, una enorme incógnita.

El secreto del éxito de los líderes puros consiste en que rompen con los esquemas del líder tradicional y, por lo tanto, renuevan el vínculo de confianza entre representantes y representados pasando por encima de las estructuras organizativas clásicas de los partidos políticos. En los próximos años podremos ver el recorrido político de estas nuevas formas de liderazgo.

'Patria'

   

Nota final: en mi artículo anterior, El calor y la democracia, planteé un dilema político a propósito del cambio climático. ¿Qué deberíamos hacer si llegamos al convencimiento de que nuestras democracias representativas no son suficientemente eficaces para combatir el calentamiento global? ¿Deberíamos en tal caso optar por un gobierno de expertos, de científicos, que impongan las soluciones necesarias?

Frente a quienes consideran que en Internet solo hay ruido y furia, debo decir que se produjo un debate fructífero e interesante en los comentarios al artículo y también en mi muro de Facebook (con las consabidas excepciones). Además, al día siguiente infoLibre publicó una réplica, Al calor de la democracia, firmada por I. Marinas y F. Prieto. Muchas de las intervenciones críticas me han obligado a repensar algunas de las cosas que dije y a intentar aclarar otras. Prometo volver sobre la cuestión tras las vacaciones y reavivar el debate. Deseo muy buen verano a todos los lectores de infoLibre.

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