Qué ven mis ojos

Así, no; pero así, tampoco

“Cuidado con los iluminados, porque lo suelen dejar todo a oscuras”.

No hay peor diálogo de sordos que el de quienes no quieren comprenderse o saben que el lugar donde guardan silencio les vale también para esconder otras cosas, otros asuntos turbios, y por eso hablan para que no les entienda; sustituyen las palabras por gritos, las ideas por consignas y los gestos por la gesticulación. Son gente conflictiva, que no necesita adversarios, sino enemigos, no buscan confrontar sino enfrentarse y sólo se acercan al otro si es para chocar con él. Ayer mismo, el cantante Joan Manuel Serrat les pedía “a las autoridades españolas y catalanas” que han convertido el país en un mar de lágrimas “que hablen, aunque no sepan de qué” o que se vayan y dejen su sitio a otros. Creo que el movimiento ciudadano que ha nacido tras el drama del uno de octubre, camina en esa dirección: no se quieren ni actos de sedición ni antidisturbios en las calles, sólo personas capaces de llegar a acuerdos, de respetar la ley, de dar voz a todo el mundo y no amordazar a nadie, de buscar puntos de encuentro en lugar de fronteras. Hace mucho tiempo escribí en un poema dedicado a Rafael Alberti que “el que derriba un puente, construye un precipicio”, y eso es algo que aprendí de él, un escritor comunista que, tras la Guerra Civil y un exilio de treinta y ocho años, lo primero que dijo en 1977, al bajar del avión que lo traía de vuelta a España, fue algo que representaba por adelantado lo que iba a ser el llamado espíritu de la Transición: “Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta.” Ahora, hay quienes hacen justo lo contrario, regresar a la crispación: en una esquina, los Puigdemont y Junqueras, aferrados a su referéndum de plástico; al otro, cargos del PP como su vicesecretario general de Comunicación, Pablo Casado, que dice que el actual presidente de la Generalitat puede acabar como Lluís Companys, que fue detenido ilegalmente, torturado y fusilado por la dictadura. No todas las comparaciones son odiosas, pero ésta, sí.

Llámalo kafkiano y te quedarás corto

La gente que salió a las calles de Cataluña el 1-O fue para votar a los independentistas, y la que lo que lo hizo una semana más tarde fue para protestar contra los tres púgiles de este combate, Puigdemont, Junqueras y Rajoy, que son los que no quieren hablar, unos porque dicen que pueden hacerlo de todo menos de la independencia y el otro porque dice justo lo mismo, pero para que signifique justo lo contrario. Así que esto es desde hace mucho tiempo, como muy bien señaló en su discurso del otro día Josep Borrell, una versión local del traje nuevo del emperador, donde unos ven a los ciudadanos que exigen la unidad de la nación pero no a los que exigen que se negocie, y otros sostienen que los avala el noventa y tantos por ciento de los votantes de su referéndum, fingiendo que no se dan cuenta de que esa cifra sólo deja claro que la otra mitad de la población no los apoya y, de hecho, ni se molesta en participar en su baile de máscaras.

En esta historia hay un perdedor, el conjunto de los españoles, y tres mentirosos, dedicados a engañar a unos cuantos y a amargarle la vida a todos los demás, desde el año 2010 hasta ahora. Viven envueltos en banderas, pero cuando las banderas se abren no salen mariposas, sino monstruos. “Así, no”, le respondió Puigdemont al rey, tras el discurso beligerante del actual jefe del Estado. “Así, tampoco”, se le podría contestar, al verlo dirigirse a él de tú a tú, muy en el papel de soberano de un reino mitológico donde Oriol Junqueras hace de un mago Merlín al revés que todo lo que toca lo convierte en plomo: no olvidemos que su cargo es el de vicepresidente económico del Govern, que juró sobre siete biblias, él que es católico y practicante, que las empresas no se irían de la región y que sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos se han marchado o están en vías de hacerlo siete de las ocho corporaciones del Ibex 35 que tenían su sede allí, entre ellas algunas tan significativas como CaixaBank, Banco Sabadell o Gas Natural Fenosa. En la lista, están otras firmas de toda clase, de Abertis, Colonial o Proclinic hasta Cellnex, Aguas de Cataluña, Oryzon, Pronovias, Gaesco, Freixenet, Codorníu, Planeta... A mí, no me gusta nada esta presión que parece demostrar que no están tan equivocados quienes piensan que en el territorio del neoliberalismo hay un poder en la sombra donde se mueven quienes les dan las órdenes a los que mandan, porque si hoy les sale bien, quién nos dice a nosotros que mañana no pueden hacer lo mismo en otros ámbitos y con otros fines: si derogáis la reforma laboral, nos vamos, pongamos por caso, a Portugal. El Gobierno dice que aquí no hacen falta intermediarios, pero no parece molestarle que algunos le hagan parte del trabajo.

A los equidistantes, si nos quieren llamar así, los que creemos que la democracia consiste en respetar la ley pero también en dejar expresarse a la ciudadanía, no nos gustan ni Rajoy, con su deje autoritario, su cálculo electoral y su intransigencia, ni Puigdemont, que en su viaje sólo de ida, es capaz de llegar a decir, sin despeinarse, que lo que ellos van a hacer, pronto lo harán otros pueblos de Europa, lo que parece una llamada a la tercera guerra mundial: ¿o es que alguien cree que esa revolución iba a ser incruenta? Y además, ¿de qué pueblos estamos hablando? ¿De los que de verdad están oprimidos, invadidos o tomados por fuerzas de ocupación, o de Cataluña? Ninguno de los protagonistas de esta tragedia ha entendido, o más bien no quiere entender, lo que le dice la gran mayoría de la población, desde la angustia, la indignación y la tristeza: hablen, o márchense, pero no de España ni de Cataluña, sino de sus sillas de mando. Ustedes, al parecer, no sirven para esto.

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