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En Transición

Sobremesas navideñas

Es sábado a la hora del vermut y un par de amigas se encuentran en una céntrica cafetería zaragozana. Jamás me las hubiera imaginado hablando de política, pero tras los consabidos besos y el "menos mal que existe Navidad para que nos veamos" enseguida escucho un "no hablemos de política que discutiremos". Ambas son zaragozanas, aunque una –una de tantas– lleva años trabajando y viviendo en Barcelona. La catalana de adopción contesta exclamando "ya veo que tú también estás intoxicada, os habéis creído lo que cuentan los medios, y es todo mentira. Yo no soy nacionalista, pero he votado a Puigdemont porque es el único president legítim". En la mesa de al lado mi amiga Isabel y yo no podemos evitar –tampoco disimulamos mucho– hacer oreja y guiñarnos el ojo. "Me gustaría saber qué va a pasar con las sobremesas navideñas en Cataluña este año", me dice. Mi amiga es una mujer sensata y juiciosa que lleva toda la vida peleando en el movimiento vecinal zaragozano y conoce de la importancia de saber reivindicar y conseguir llegar a acuerdos.

El caso es que me quedé pensando qué pasaría realmente en esas sobremesas. ¿Están las relaciones familiares tan rotas como hemos dicho unos y otros y como se podría inferir de la foto que nos ha dejado el 21D? ¿Sólo en Cataluña o también en el resto de España? Mi sospecha y curiosidad procede del montón de porras que he perdido por esa manía que tengo de jugar a adivinar los resultados electorales, y eso que cada vez soy más cauta.

Voy a confesar mis errores: Pronostiqué –y hay cientos de testigos–, que ganaría en escaños Esquerra Republicana y que gobernaría Iceta tras obtener un buen resultado. Para ello, partía de una hipótesis: aunque los manuales dicen que en una situación tan polarizada como la que se vive en Cataluña los que se quedan en medio salen mal parados, la necesidad imperiosa y urgente de solucionar un conflicto de este calibre haría emerger a una importante parte del electorado que optaría por opciones que abiertamente han apostado por el diálogo y la búsqueda de acuerdos. Obviamente no ha sido así. Y eso me lleva a reconsiderar la base de la que partía la hipótesis: que la sociedad catalana vive en una crispación insoportable, que familias y amigos han dejado de dirigirse la palabra, que la marcha de 3.000 empresas puede arruinar a una de las economías más prósperas de Europa, y que el sufrimiento colectivo ha quebrado la convivencia. Creo que es ahí donde ha estado el error, que en este caso es colectivo: creernos unos mantras que quizá no correspondan del todo con la realidad.

El 21D es un desastre desde el punto de vista de la gobernabilidad porque será muy difícil –si no imposible–, conformar un gobierno estable con este resultado, con procesos judiciales en marcha o acelerando, con diputados que no está claro si podrán tomar posesión real o virtualmente, etc. Sin embargo, como decía a un buen amigo la mañana del viernes intentado consolarle de su cabreo, tiene también cosas interesantes desde el punto de vista político. Por un lado, que el inmovilismo y la falta de la más mínima empatía por parte de los que presumían de haber descabezado el movimiento independentista ha sido fuertemente castigado. El PP compartirá grupo mixto con la CUP –pagaría por poner una cámara oculta en ese despacho–, y la onda expansiva del tsunami llegará, sin duda, a la carrera de San Jerónimo y a la calle Génova. Por otro lado, se ha visto la necesidad de articular discursos coherentes y asumir la complejidad de la política. O los comuns maduran entendiendo esto pronto o el aviso a Ada Colau –que ha quedado como quinta fuerza en Barcelona– pasará factura. Y finalmente, tercer aspecto positivo: la foto es más nítida que nunca. Ni el independentismo tiene legitimidad democrática para volver por la senda de la independencia unilateral, ni los contrarios a la independencia la tienen para no buscar una solución. No puede ser que no pase nada.

Tal como me contestaba mi amigo, el problema es que con estos resultados, unos y otros van a tender a extremar posiciones y el espacio del acuerdo se puede estrechar todavía más. Así es, coincido. Pero si en una cita con una participación masiva el pueblo catalán ha optado por estas opciones, quizá es porque el conflicto social y político de fondo no está tan maduro como se transmitía y que nadie tiene (todavía) incentivos para buscar el acuerdo. Es decir, que las sobremesas de las familias catalanas van a discurrir como cada año; entre cava y añoranzas de los buenos tiempos de Guardiola, y más tras la goleada del Barça en el Bernabéu.

Esta Transición la va ganando la derecha

Las elecciones no son un instrumento para solucionar problemas. Lo que suponen, más bien, es un reparto de cartas, en clave de futuro y teniendo en la retina el pasado, con el que iniciar una partida. Ahora la baza vuelve a empezar y pueden pasar tres cosas: que sea necesario volver a repartir, que cada cual siga jugando a extremar posiciones porque piensan que les puede beneficiar como ha ocurrido esta vez, o que entre unos y otros vayamos dando señales de que es hora de solucionar el problema. Para eso el conflicto ha de estar maduro y todos tienen que tener incentivos para el acuerdo. Y esto es un asunto colectivo: de partidos catalanes y españoles, y de la sociedad civil catalana y española.

Acabo con otra confesión. A mí, lo que más me duele, es que, como decía otra buena amiga en pleno shock la noche electoral, al final, ha ganado la derecha. La nueva y la vieja, pero la derecha.

Disfrutad de las sobremesas como siempre y no os olvidéis de esto último.

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