Desde la casa roja

Cuando fuimos rebeldes

Hoy se cumplen 210 años de un levantamiento. Francisco López Silva, vidriero; Domingo Girón, carbonero; Manuela Malasaña, bordadora de 15 años; Martín de Larrea, barbero; Clara del Rey y tantos otros. El del pueblo de Madrid contra los franceses. El germen de la independencia del país. Una suerte de conciencia de patria. Pero decir pueblo es decir pueblo. No fue la ausencia ni la dejadez de ningún gobernante, no fueron los nobles, no los altos rangos militares, no fue la burguesía de El Viso haciendo trinchera desde sus salones, fue el pueblo, agitado o no.

Hoy es 2 de mayo. Es el día de la región donde vivo. Y nos pasa esto: durante los últimos catorce años, hemos tenido tres presidentes en esta comunidad. Una dimitió por los escándalos de corrupción bajo su Gobierno. El siguiente está en libertad condicional. La última, ha renunciado a su cargo y al máster universitario que no cursó, no así a los cosméticos que resultaron el detonante de su final caída: esos los pagó. Pero como escriben por ahí, también fuera de plazo, como el máster.

Hoy un barrio, sobre todos, está de fiesta en honor a los rebeldes que, como siempre, no fueron tantos. Los que sembraron la contienda que acabó en guerra. Una guerra que, como todas, acabó en muerte, quiebra y hambruna. Que nos trajo por un lado la primera constitución y de reverso a la monarquía absolutista. Pero esa es otra historia a la de aquella triste noche de rabia, cuchilladas y sangre, y la sangre era igual de roja entonces, que terminó con Daoiz y Velarde, capitanes militares sumados a la revuelta, arrinconados de madrugada en el cuartel de Monteleón. Donde hoy se conserva únicamente la puerta que daba entrada al edificio, plaza del Dos de Mayo. Donde hoy, alrededor, un barrio está adornado con guirnaldas de fiesta.

Hoy, y esto es anécdota personal, se cumplen también años desde que, por motivos laborales, me llevé a la directora de la empresa donde trabajaba a Malasaña desde su casa con vistas al Retiro. Bajó de su taxi, puso un pie en San Vicente Ferrer y me dijo: “Pero qué pintoresco es este lugar”. Alguien puede vivir en Madrid y no pisar algunos barrios. Y hablamos de Malasaña. Centro-centro.

Y es que hoy eso también es Madrid. Pozuelo y Cenicientos. Barrio de Salamanca y San Cristóbal. Una comunidad atravesada por apellidos, tramas, favores políticos y flujos subterráneos de dinero. Una región con estratos. Con el pueblo más rico de España y uno de los barrios más pobres. Una región partida en mil pequeños pedazos que no cohesionan, haciendo de esto su virtud y su riesgo.

Hoy, bajo un desgobierno fantasma, también aquí hemos sido radiografía de nuestro tiempo. Complutum, siete leguas, águilas negras, no pasarán, calle de arena al inmigrante de Castilla, años ochenta, Alcalá-Atocha. Y así nos han tomado a veces como sinécdoque, parte de una deriva en la que nosotros, los que aquí vivimos, no nos reconocemos.

Y un día, como mañana, más de cuatrocientas personas fueron fusiladas sin temblor por el ejército más poderoso del mundo en varios puntos de la ciudad. No es que se me esté subiendo y de pronto la patria a la cabeza, pero sí quiero recordar que los que están en este rincón de país donde me toca vivir hace ya siglos que van muy por delante de sus Gobiernos. Y tomando esta vez sí la parte por el todo, incluido el que dirige desde los bordes de la carretera que parte de Sol hacia el noroeste el resto del país.

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