¡A la escucha!

¿Hacia dónde queremos ir?

Soy mujer, soy madre, soy de Pamplona y soy periodista. Una mala combinación para poder hablar con cierta distancia de todo lo que está pasando estos días. El viernes estuve tentada de escribir una reflexión rápida sobre lo que había pasado, sobre la sentencia, sobre las reacciones. Pero creí que el tiempo me ayudaría a ser más objetiva en lo que les pudiera contar. Que necesitaba ese tiempo para escuchar los argumentos de quienes apoyaron esa sentencia incomprensible y para poder entender por qué, en 2018, estemos hablando de qué es violación y qué no lo es.

Durante todos estos días he escuchado a muchos políticos, expertos, juristas, abogados, contertulios varios indignarse con la argumentación de los jueces de Pamplona y añadir la coletilla de “como padre de una hija....” ¡Oigan, por favor! No hace falta ser padre de una hija para afirmar que da miedo pensar que nuestro Código Penal se puede interpretar así. No es necesario tener esa condición de padre para saber que la justicia en este caso se ha quedado corta a la hora de tipificar lo que ocurrió en ese portal de la calle Paulino Caballero. No hace falta ni ser mujer. Estos días he tenido la suerte, la inmensa suerte, de estar rodeada de hombres que, os puedo asegurar, estaban más indignados y asustados con esa sentencia que yo misma. Hombres que no se reconocían en esa descripción de cómo tiene que ser la relación entre un hombre y una mujer, hombres que también han sentido miedo de la sociedad que estamos construyendo. Y he tenido también la inmensa suerte de poder estar con mujeres que, sin dejar de estar igual de enfadadas, han preferido llevar su enfado y su indignación de una forma mucho más personal. Que no querían salir a la calle para gritar nada porque el grito lo llevan dentro cada día, en cada acción que hacen, en cada decisión que toman.

En los últimos días ha habido una avalancha de testimonios de mujeres que han logrado superar el miedo y han encontrado el valor para contar su historia de humillación, abuso de poder, acoso o incluso violación. Con la etiqueta #cuéntalo han creado una especie de cordón de seguridad para convertirse en algo tan ruidosamente escandaloso que necesariamente acabe convertido en una nueva iniciativa política. Son historias que llevamos mucho tiempo asumiendo como normales: nos acostumbramos a que los jefes nos hablaran con cierto paternalismo, nos hablaran en voz baja cuando querían halagar nuestro físico, nos preguntaran como si fueran nuestros confidentes qué tal nuestra vida personal, si ese novio que teníamos seguía estudiando, viviendo fuera, que nos dijeran que hoy íbamos muy guapas con esa coleta, que nos quisieran invitar a tomar algo al salir de la redacción. Nos acostumbramos a inventarnos excusas, muy peregrinas algunas, porque teníamos miedo. Sí, asumimos como normales comportamientos absolutamente machistas y hubo quienes aprovecharon esas situaciones para medrar profesionalmente. Porque sí, he visto a demasiadas mujeres jugar a ese juego, coquetear descaradamente para conseguir que ese jefe les echara una mano, les pusiera en tal puesto o les diera tal viaje. Sí. Eso también ha pasado y esto también hay que decirlo alto y claro. Pero ése es otro tema.

El de hoy es el de la preocupación. El de no querer construir un mundo de trincheras: no quiero que esto se convierta en un frente femenino contra un frente machista. No quiero construir un mundo en el que nuestras hijas tengan y vivan con el mismo miedo que hemos vivido y tenido nosotras. No quiero que tengan que aprender a hacerse una coraza para ir por la calle sin sentirse baboseadas por las miradas. No quiero que aprendan a odiar a los hombres porque sería un gran error. Si algo he admirado de cómo ha crecido mi hija es la normalidad con la que ha asumido la convivencia entre chicos y chicas, sentirse en un mundo de iguales, donde el género no es la diferencia sino el carácter o el talento.

Me gustaría que mi hija, cuando sea más mayor, vaya a Pamplona a disfrutar de los Sanfermines con la misma libertad y alegría con la que yo lo hice a su edad. Que descubra mi ciudad con su mirada, que descubra unas fiestas que son únicas, divertidas, sin barreras, en las que durante 7 días conoces a gente diferente, de los sitios más remotos que han llegado hasta allí siguiendo las aventuras de Hemingway. Quiero que Pamplona sea noticia porque es ejemplo de convivencia y de progreso. No por una sentencia que sinceramente nos avergüenza a todos como sociedad.

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