En Transición

Sin gobierno: cosas que cuando no avanzan, retroceden

En todo Occidente crece el debate sobre la vida y la muerte de las democracias. Cada vez son más los teóricos que discuten y teorizan sobre su salud. Si en algo coinciden la mayoría es que el mayor peligro que tienen hoy las democracias occidentales –o que tenían, porque la situación que se está viviendo en Chile supera todas las previsiones–, no son los golpes de estado ni los tanques en las calles, sino la desconfianza y el descrédito de una parte importante de la vida política. Quizá por eso, cuando llevamos ya nueve meses con un gobierno en funciones –que como es sabido tiene muy mermadas sus posibilidades de actuar–,  se está planteando ya abiertamente la posibilidad de que el previsiblemente endiablado resultado electoral haga aún más difícil la formación de un gobierno estable, entendiendo por tal aquel que consiga agotar una legislatura de cuatro años aprobando presupuestos y sacando adelante iniciativas legislativas.

La semana pasada tuve la oportunidad –y el privilegio– de presentar en Vitoria Hackear la Política (Gedisa), uno de los títulos de la colección de Más Democracia de la que infoLibre se hace eco periódicamente avanzando contenidos de cada número. En la librería Elkar y en un acto magistralmente moderado y conducido por la periodista Raquel Ecenarro, surgió una de las preguntas fundamentales: ¿Por qué es tan difícil llegar a acuerdos para formar gobiernos estables en España cuando en las comunidades autónomas y ayuntamientos se hace habitualmente? Y en especial, ¿cómo es posible que sea más difícil de lo que ha sido en Euskadi en los años más complicados, tensos y violentos?

La respuesta a esta pregunta es, como siempre, múltiple. Por un lado, hace apenas cuatro años que en el Congreso de los Diputados el multipartidismo obliga a jugar con nuevas dinámicas de pactos, algo que todavía hay que aprender. Máxime, si se hace con reglas del juego pensadas para mantener el bipartidismo –aunque fuera imperfecto–, y los líderes además son en su mayoría nuevos en estos asuntos. Además, a la sociedad española todavía le cuesta aceptar que un acuerdo es un logro, y generalmente concibe un pacto más como una traición que como una victoria. En el caso del País Vasco, además, mediaba un buen superior: garantizar la convivencia, algo de lo que hoy unos y otros –ya casi todos– se congratulan.

Es posible que estas razones, formales e impecables, tengan que ser completadas con otras. El hecho de que a falta de dos semanas para ir a votar ya se esté planteando la posibilidad de que no se pueda formar gobierno puede ser un indicador de que en el debate no se ha introducido un elemento fundamental: aquellas cuestiones que inexorablemente retroceden cuando no avanzan, lo que ocurre con asuntos claves cuando se carece de un gobierno con posibilidades de ejercer como tal.

Abundan las referencias, reflexiones e informaciones sobre proyectos aprobados que no pueden ejecutarse, partidas presupuestarias de difícil gestión, o iniciativas legislativas que decayeron cuando se disolvieron las Cortes. Sin embargo, esto es solo una parte del problema, y ni siquiera es la mayor. Lo que realmente se está perdiendo es la posibilidad de gestionar un futuro cada vez más presente, y esas son las cuestiones que, si no avanzan, retroceden.

Para abordar el desafío que supone hoy el cambio climático no sólo es necesaria una ley –que se quedó a las puertas de su aprobación con la disolución de las Cortes–, sino todo un conjunto de estrategias que implican desde la energía hasta la política territorial pasando por la fiscalidad o la educación –por poner algunos ejemplos–. Algo que sólo un gobierno estable con un plazo de tiempo razonable por delante puede abordar. Máxime, si se quiere que esa transición se haga con justicia y no al grito de "sálvese quien pueda".

Algo parecido ocurre con la revolución tecnológica y todo lo que supone ya la inteligencia artificial en nuestras vidas. Desde ángulos distintos se está insistiendo cada vez con mayor apremio en la necesidad de que las políticas públicas gobiernen esta revolución para garantizar que no genere mayor desigualdad. Algo así no es posible con gobiernos de un año o con ejecutivos sumamente inestables que estén al albur de cualquier contratiempo.

"Preocúpese porque, si podemos, les ilegalizaremos"

Lo mismo podría decirse del desafío demográfico, de la creciente desigualdad o de asuntos más domésticos pero no por ello menos relevantes, como el debate de fondo sobre el modelo de organización territorial del Estado.

Resulta escalofriante pensar que podemos permanecer más tiempo sin un ejecutivo estable mientras una nueva era se abre paso en lo global y aquí no hay nadie que la gobierne. Para remediarlo, hay quienes apelan a la construcción de una cultura de acuerdo entre los líderes políticos y otros que proponen cambiar, entre otras cosas, la forma de la investidura del presidente o presidenta del Gobierno, con referencias al sistema que impera en Asturias o Euskadi, por ejemplo, donde no se puede votar en contra de un candidato, sino a favor o abstención. Aquí mi colega Pablo Simón recoge lo sustancial del debate y las alternativas que existen. Ninguna de ellas va a ser perfecta, por supuesto, pero se trata de elegir la que más se adapta a la situación actual, sin renunciar a seguir buscando fórmulas de mejora.

Se puede aducir que una vez investido el presidente o presidenta, seguirá haciendo falta una cultura del pacto para hacer posible la estabilidad del gobierno, y efectivamente, así es. No obstante, dado que existen evidencias de las dificultades de construcción de esa cultura de pacto por sí sola, habrá que ayudarla con normas que lo faciliten. Teniendo en cuenta todo lo que está en juego, no conviene dilatar las decisiones. Si la sociedad española es múltiple y los partidos que la representan también, es el momento de adaptar las reglas del juego a esa realidad y optar por fórmulas de investidura que favorezcan al acuerdo, lo que, sin duda, ayudará a crear esa cultura de pacto.

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