Qué ven mis ojos

Hoy empieza otra cosa

“Sólo hay una manera de defender tus principios: hasta el final”.

Hoy empieza otra cosa: va a existir, por primera vez en nuestra segunda democracia, un Gobierno de coalición; van a estar en el Consejo de Ministros dirigentes de una formación nueva y con siglas feministas, Unidas Podemos; va a haber una cartera en manos de un político de Izquierda Unida; y sobre todo, la tradicional división de la izquierda ha cambiado de bando, ahora es en las manos de la derecha donde está la patata caliente, que visto lo visto, más que patata es pataleta. El ladran luego cabalgamos del Quijote se ha quedado corto. Para contar la actitud de la oposición de centro-ultraderecha, Cervantes habría tenido que cambiar “ladran” por “aúllan” o “rugen”. Ser demócrata consiste, en primer lugar, en tener modales, porque eso es lo que te hace respetar al adversario. Tal vez es que están asustados, tienen miedo al ver que aquí se ha pasado de una derecha sin complejos a una izquierda agrupada.

PP, Vox y lo poco que queda de Ciudadanos han elegido el camino de la trifulca y, más que nada, el del cinismo. Si sale a hablar una representante de Bildu, la chillan como posesos, asesina, terrorista, pide perdón, se desgañitan como no han hecho en todos los años que ese partido, con el de ahora o con otro nombre, lleva en el Parlamento. Sin recordar que fue su presidente Aznar quien llamó a los terroristas “movimiento vasco de liberación”; ni que UPN-PP negoció los presupuestos de Navarra con Herri Batasuna en un año en que los miserables de ETA matarían a catorce personas; ni que cuando estaba al mando en Vitoria, el mismo Maroto que el otro día se quemaba las manos aplaudiendo los insultos de Casado a Pedro Sánchez por negociar con esos grupos independentistas de oscuro pasado, sostenía en la televisión, a cara descubierta, que “hay mucha gente en Bildu que ha estado por la paz desde el principio, y hay que hablar con ellos y con todos, no se puede excluir a nadie”. Ya sólo se puede hacer más el ridículo siendo el hijo de Adolfo Suárez, siempre en busca de una foto para la historia y siempre de espaldas: le tiró una foto a su padre con el rey emérito, paseando por un jardín, que ha hecho fortuna; y posó el otro día en el Congreso, volviéndose para no oír a la oradora que censuraba a Felipe VI y alababa a Otegi, pero esta vez, más que otra cosa, ha dado vergüenza ajena.

Para el centro-ultraderecha, Cataluña no es el problema, sino la disculpa. De lo contrario, en lugar de tocar en la puerta de los barones socialistas en busca de un tránsfuga, Inés Arrimadas habría ofrecido sus escaños para una investidura que no necesitase el apoyo del secesionismo; y Pablo Casado, otro tanto de lo mismo. Se puede permitir que se forme un Ejecutivo y luego hacerle la vida imposible en las dos Cámaras. Pero no, el único objetivo de los derrotados en las dos últimas elecciones es que parezca que no las han perdido, sino que se las han robado. La calle es mía, dijo Fraga, y sus sucesores creen que el resto también, que el poder es hereditario y una cuestión de apellidos. Que haya sido durante su mandato cuando se produjo el referéndum ilegal y todo lo que vino después, no lo recuerdan. Que mientras ellos exigen otro 155 por encima de la ley y la Constitución, la justicia de Europa dé un varapalo tras otro al tratamiento judicial del procésprocés, en señal de que algo no se está haciendo como se debe en el Tribunal Supremo, no va a hacer que dejen de machacar ese clavo. Acabarán dándose un martillazo en los dedos, ya lo verán.

El nuevo Gobierno se va a sentar a hablar con ERC, y lo mismo que La Moncloa sabe que no podrán traspasarse los límites que marca la Constitución sin modificarla y que eso no lo pueden hacer solos, los independentistas tampoco ignoran que la autodeterminación no la van a lograr, por eso hacen lo mismo que todo aquel que negocia: piden la luna para sacar un apartamento en la playa.

Va a ser una legislatura difícil, pero también apasionante, porque otra cosa decisiva ha cambiado: ahora los socios también son los adversarios, o al menos la competencia, y nadie tiene nada seguro, ni a un lado ni al otro. Se pongan como se pongan, esto será complejo, pero a mucha gente le parece mil veces mejor que las mayorías absolutas que, como se ha visto una y otra vez, no conducen más que al autoritarismo. Si los nuevos dirigentes del país logran mejorar la vida de las y los ciudadanos con sus medidas sociales, les aplaudiremos y todo lo demás irá pasando, aunque sea lentamente, a un segundo plano. Ya sabemos lo que no se va a romper, ahora queda por concretar lo que va a construirse.

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