¡A la escucha!

Y cuando no esté ella, ¿qué pasará?

Helena Resano

90 horas de reuniones, acuerdos, más reuniones, cesiones, recesos, contactos entre delegaciones, redacción de borradores, corrección de lo redactado, más reuniones, llamadas de teléfono a altas horas de la madrugada y, por fin, llegar a un acuerdo; 90 horas, sí, dan para mucho. De lo que ocurrió en Bruselas estos días, de esas 90 horas, hemos sabido lo que los protagonistas han querido que sepamos y lo que algunas fuentes han querido desvelar. La ministra de exteriores española hablaba de la reunión como un combate de boxeo, un ring en el que “tú dabas puñetazos pero también tenías que recibir alguno”. Nadie llegó a las manos en Bruselas pero sí que parece que lo que allí se vivió no fue precisamente una reunión de viejos amigos. Todos sabían que no se trataba de cuánto dinero o en qué condiciones se iba a prestar, lo que allí se estaban jugando es que la Unión Europea siguiera siendo una realidad sólida tras el coronavirus. Si de ahí salían sin acuerdo ya podían dar por perdida cualquier iniciativa para avanzar en un proyecto que en su esencia hacía aguas. Nadie podría llamar a aquello unión de países cuando en los momentos más difíciles habían sido incapaces de echarse una mano unos a otros.

Todos coinciden en que Merkel ha sido clave para salvar este acuerdo y para mantener viva la idea de una Europa unida. Sin ella, los del norte no habrían cedido (me parece muy llamativo el calificativo con el que se les ha definido en todo este proceso, “los países frugales”) y los de sur no habrían logrado las ayudas imprescindibles para salir de ésta. Es paradójico: la misma Merkel que hace 10 años muchos señalaban como culpable de los duros recortes es ahora quien ha salvado a los países del sur de morir ahogados en esta pandemia. Merkel ha sabido leer mejor que nadie qué receta era necesaria en cada crisis. Cuándo había que ser estrictos en el gasto, ahorrar de aquí y de allá, y cuándo había que hacer justo lo contrario. La crisis generada por el covid-19 necesitaba otras recetas diferentes a la crisis de 2008 y Merkel lo entendió desde el primer momento: “Si caen los países del sur, caemos todos” llegó a decir estos días en Bruselas a quienes se empecinaban en no ceder.

Sí, nosotros somos esos países del sur, esos países bañados con sol y con playa que han hecho precisamente de esos dos elementos la base fundamental de su economía. El turismo supone casi el 15% de nuestros PIB, es el sector que más riqueza aporta a nuestra economía y cuando todo se para en seco, también el turismo, sufrimos. Nada nuevo. Lo sabíamos desde hace tiempo pero es difícil cambiar un modelo productivo que funciona, que atrae millones de euros cada año. Pero esto, el covid, lo ha cambiado todo, también la forma en la que entendemos las vacaciones y la forma de descansar y desconectar. Este verano son muy pocos los que se atreven a salir fuera, a coger un avión, a visitar lugares que acaparan titulares más por el conteo de los positivos que por sus atracciones turísticas. Las grandes ciudades están vacías, los restaurantes que vivían del turista extranjero se desesperan y lo peor es que esto no parece que vaya a acabar pronto.

A Merkel le queda un año para dejar la primera línea. Y la pregunta que me asalta es ¿qué pasará cuando ella no esté? Estos días en Bruselas los tiras y aflojas, los órdagos y los ultimátum tenían mucho que ver con ese posible relevo en el liderazgo europeo. Alemania ha sido el motor económico y político de Europa en las últimas dos décadas. Pero Merkel hay solo una y su forma de leer y entender qué es Europa y para qué sirve es singular. Hasta ahora, nos guste más o menos, ha funcionado. Con más sudor que lágrimas, cierto, pero ha funcionado. Ahora tenemos la mejor oportunidad para salir de una crisis reforzados, reformados, con un modelo productivo más competitivo. La oportunidad está ahí, no la desaprovechemos.

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