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La Europa de la próxima década

Hace algunos años presenté en la Universidad de Oviedo un trabajo para el curso de protocolo y ceremonial del Estado que titulaba Constitución de los Estados Unidos de Europay versaba sobre todos los preparativos protocolarios para el acto solemne que situaba en Bruselas en el año 2022. Se trataba, ciertamente, de un trabajo universitario de ficción. En esa época estaba reciente el batacazo recibido por los fervientes europeístas, como yo, tras los resultados negativos de los referendos en Francia y Países Bajos al proyecto de Constitución Europea por lo que la creación de unos estados unidos europeos formaba parte, en aquellos años, de un ejercicio de ficción.

Hablar ahora de algún tipo de unión, de una federación o confederación, más allá de la existente actualmente no parece que pueda calificarse ya de ficción a la vista de los movimientos frenéticos que sacuden tanto el tablero internacional como el doméstico (léase los países miembros de la UE) y de los acontecimientos políticos inopinados que nos acompañan con el café de cada mañana.

No hace mucho tiempo nos habría parecido ficción el surgimiento del movimiento 15-M, la abdicación de Juan Carlos I, o más recientemente la rápida caída en desgracia de Cristina Cifuentes y no digamos el inesperado cambio de gobierno. No es ni siquiera descabellado pensar en un cambio democrático y pacífico pero disruptivo, que lleve a nuestro país a una nueva república. Nada asegura ya que la princesa Leonor pueda reinar algún día. Se trata más de prospectiva que de ficción.

La inestabilidad internacional, con luchas hegemónicas constantes entre actores, dirigentes volubles que toman decisiones arriesgadas y los conflictos regionales en los que intervienen –en muchos casos provocándolos– pueden causar a medio plazo movimientos téctónicos en la configuración política de Europa.

Estamos viendo cómo EEUU está realizando unas maniobras militares en Lituania con la participación de muchos países de la OTAN y además, no por casualidad, en una zona muy sensible que separa el óblast de Kaliningrado del proxy ruso de Bielorusia. Desarrollarlas precisamente en esa zona supone, por si había dudas, una provocación a Rusia como acaba de ser confirmado implícitamente por Donald Trump durante la cumbre de Singapur al cancelar las maniobras conjuntas con Corea del Sur cerca de su vecino del norte porque son “expensive and provocative”.

Son numerosos los analistas independientes (Timothy Garton Ash, Alberto Piris y  Pedro Baños, entre otros) que alertan de estos juegos peligrosos y algunos think-tank trabajan en diferentes escenarios de la Europa que viene, entre los que destacaría un interesante paper del Real Instituto Elcano editado por Luis Simón y Ulrich Speck.

En nuestro continente estamos asistiendo a un nuevo planteamiento estratégico como consecuencia de la salida del Reino Unido y la aparición de picos de hard power ultra-atlánticos (aranceles, retirada de los tratados del clima y del acuerdo nuclear de Irán) continuados en el tiempo por el muy probable segundo mandato de Trump. Añadamos a esto un cierto revanchismo ruso y la pujanza comercial china con su galopante incursión en Latinoamérica y Africa y ya tenemos los ingredientes necesarios del pegamento que Europa podría usar para conformarse como actor internacional, con una sola voz y en busca de una soberanía compartida que ahora no existe.

En el horizonte está la ampliación de la UE con el ingreso de países balcánicos como Serbia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina, Albania y la A.R.Y. de Macedonia pero no es descartable que otros Estados miembros como Polonia y Hungría sean suspendidos de sus derechos, como el de voto en el Consejo, si persiste su violación del Estado de derecho y de los valores fundamentales de la Unión.

En este escenario puede tomar visibilidad una Europa más unida pero más restringida, una suerte de confederación europea producto de una cooperación política avanzada de todos los países occidentales y algunos nórdicos. Se trataría de una Europa federal selectiva promovida por Francia y Alemania en la que se integrarían, como si de una nueva PESCO se tratase, España, Italia, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Irlanda, Suecia y Finlandia, quedando el resto de los actuales o futuros miembros dentro de la UE pero fuera de la federación. Europa se reinventaría así misma una vez más pero en esta ocasión dotada de un armazón normativo basado en una Constitución federal incluyendo el reforzamiento de la moneda única ya existente, una política fiscal armonizada, una ciudadanía europea acreditada con su respectivo pasaporte, un procedimiento de mayorías cualificadas para la toma de decisiones en materias de política exterior y de defensa, la potenciación del Parlamento Europeo y la elección por esta institución de un Presidente federal de entre los candidatos presentados por los Estados federados, presidente que lo sería también de la Comisión Europea, es decir, la Administración Federal.

El actual Consejo de la UE quedaría conformado en esta modalidad como una especie de consejo territorial o Consejo Federal y a sus reuniones periódicas acudirían los titulares de los poderes ejecutivos de los Estados federados encabezados por el Presidente Federal (Presidente de Europa), quien tendría el privilegio del voto de calidad en caso de empate en la toma de decisiones. De esta forma estarían representados los tres poderes clásicos: ejecutivo (Consejo Federal + Comisión Europea), legislativo (Parlamento Europeo) y judicial (Tribunal de Justicia).

Así configurada, una sed diversa, esta Europa avanzada llegaría a alcanzar el estatus de gran potencia en todos los órdenes gracias al cambio estructural y procedimental que facilitaría la posición que le corresponde para actuar con peso propio y soberanía en la gobernanza global. El grupo informal actual G7 pasaría a ser G5 (EEUU, Canadá, Federación Europea, Reino Unido y Japón) y Francia sería sustituída en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas por la Federación Europea. Igualmente, al pasar los Estados federados a un segundo plano, sus  embajadas y consulados lo serían de la Federación Europea (ya existen las “embajadas” UE) y como jefe de misión se nombraría a diplomáticos de carrera de la Federación procedentes de cualquiera de los Estados federados, con lo que ello supondría de reducción de efectivos y de recursos económicos.

¿Es todo esto ficción? ¿Es prospectiva? Sólo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, lo dejo a juicio del lector.

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