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¿Es necesaria esta OTAN?

Joaquín R. López Bravo

La reunión en Bruselas de la OTAN y los enfrentamientos que suscitan las declaraciones airadas del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, han llevado a reabrir un debate, especialmente propiciado por las organizaciones pacifistas, sobre la conveniencia y necesidad de la existencia de la OTAN en el actual contexto internacional.

La OTAN es una organización básicamente defensiva en sus orígenes en 1.949 que tenía dos propósitos básicos: reforzar la posición occidental en la llamada “guerra fría” mediante la puesta en común de medios de defensa contra el enemigo que era la URSS y reforzar el intento de evitar un nuevo conflicto como la recientemente finalizada guerra mundial que arrasó medio mundo, especialmente Europa que fue el campo de operaciones donde se libró una parte importante de aquella guerra.

Estos dos propósitos se articularon en el Tratado de Washington, en el que se afirmaba en su artículo 1 que “Las partes se comprometen tal y como está establecido en la Carta de las Naciones Unidas, a resolver por medios pacíficos cualquier controversia internacional en la que pudieran verse implicadas, de modo que la paz y la seguridad internacionales, así cómo la justicia, no se pongan en peligro, y a abstenerse en sus relaciones internacionales de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza en cualquier forma que sea incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas.”

En su artículo 5 se establece que las partes reaccionarán conjuntamente contra cualquier ataque que recibas una de ellas, y basan dicha reacción en el derecho de legítima defensa establecido en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. Y en su artículo 6 se establece el territorio sobre el que actuará la alianza, básicamente el territorio de cualquiera de las partes en Europa o en América del Norte, contra Turquía o contra las islas bajo jurisdicción de cualquiera de las partes en la región del Atlántico Norte al norte del Trópico de Cáncer.

Pese a todo esto, el motivo real de la constitución de la OTAN es defender a la Europa Occidental de los avances del comunismo y la amenaza de la URSS. Tras la incorporación a la Alianza de la República Federal Alemana, en 1955 la URSS crea el Pacto de Varsovia, una organización “espejo” de la OTAN con el objetivo contrario: evitar la injerencia en sus países satélites de las políticas de los países que ellos llaman “capitalistas”.

La OTAN, que empezó siendo básicamente un organismo con voluntad política se convirtió a raíz de la guerra de Corea en un organismo de carácter militar. Los socios advirtieron que en caso de guerra sólo podían confiar en el poderío armamentístico (y nuclear) estadounidense, lo que otorgó a este país la preponderancia que actualmente detenta pese a las reticencias de sus socios, algunos de los cuales, como por ejemplo Francia, han llegado a separarse de los comités militares de la OTAN.

La cuestión cambia radicalmente tras la caída de la URSS en 1989. Desaparece el motivo real de la creación de la OTAN, que se enfrenta a un dilema importante: desaparecer o renovar sus fines. La maquinaria política y militar de la OTAN dificulta enormemente la primera de las opciones- Hay mucho armamento, muchas instalaciones, mucha tecnología que depende (siquiera nominalmente) de la OTAN. Cómo dividir y repartir todo eso es una tarea que puede acarrear muchos conflictos.

Y así en la cumbre de Roma de 1991, la OTAN se otorga dos nuevas funciones: actuar fuera del territorio señalado “para el establecimiento y defensa de la paz” (lo que se conoció como “misiones fuera del artículo 5), y vincular la defensa de Europa y los Estados Unidos (en el fondo colocar toda la defensa de los territorios OTAN bajo el mandato de este país como potencia indiscutida). Y pese a los intentos de la ONU de recuperar las prerrogativas del mantenimiento de la paz en el mundo, la debilidad de las estructuras militares de la ONU hace que sus intervenciones sean fallidas y que al final acaben llamando en su auxilio a las fuerzas de la OTAN, que se iran erigiendo poco a poco en el gendarme mundial.

Fruto de esta nueva asunción de papeles, se produce la intervención de la OTAN en el conflicto de la antigua Yugoslavia mediante las operaciones “Fuerza Deliberada” y “Fuerza Aliada”, ambas fuera de los fines de defensa común de los miembros de la OTAN, y sin el respaldo inicial de la ONU. La justificación fue la defensa de los derechos humanos, pero dentro de la misma OTAN hay países cuyo respeto por los derechos humanos es nulo. Y entre los aliados más próximos a la alianza, también.

Sin embargo, en la acción de ataque más importante contra una de las partes (el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001) la OTAN fue muy reacia a intervenir: el enemigo era difuso. Y pese a los ataques estadounidenses a Afganistán y a Irak, la OTAN se ha abstenido de intervenir, salvo en misiones de preparación de los militares gubernamentales en ambos países y en algunas misiones de apoyo al ejército estadounidense.

Las intervenciones de la OTAN en los últimos diez años se han producido en numerosos países, todos alejados del territorio de las partes signatarias del tratado de Washington, y casi todos con resultados muy poco halagüeños. No han arreglado la situación ni en Irak, ni en Libia, ni en Somalia, ni en Yemen. Los terroristas del Estado Islámico siguen con una presencia importante en todo el mundo y Siria es un avispero. Si a todo ello le añadimos las decisiones erráticas de Donald Trump en estos conflictos, que actúa sin contar con la OTAN o su mando conjunto, hace imprescindible reflexionar si la OTAN, tal y como es, y con la estructura que maneja (fuentes no demasiado contrastadas aseguran que la OTAN reúne el 76% del gasto mundial en armamento, lo que parece muy exagerado) puede hacer frente a los auténticos peligros para la paz en el mundo: las guerras localizadas, los movimientos terroristas y la miseria que origina movimientos migratorios con una presión demográfica evidente sobre los países miembros de la OTAN, que son los más ricos del planeta.

La estructura militar de la OTAN está preparada para guerras “convencionales” es decir, guerras contra enemigos definidos en territorios determinados. Por lo tanto, puede ser eficaz en los conflictos localizados (aunque la experiencia de Somalia no es precisamente alentadora al respecto) pero de poco sirven tanques o misiles balísticos contra combatientes en pequeñas células integradas en las sociedades civiles, lobos solitarios y demás manifestaciones terroristas. Tampoco parece razonable poner al ejército a controlar los flujos migratorios, aunque la Armada Italiana patrulla el Mediterráneo en misiones que cada vez parecen perder más su carácter humanitario.

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Otro de los medios de conflicto en este mundo es el llamado terrorismo cibernético. Sucesos como la infección generalizada de ordenadores con el virus WannaCry en mayo de 2017, hace dudar de la capacidad de los especialistas en guerra cibernética de la OTAN para evitar esa nueva forma de terrorismo.

Se podría argumentar, como hace el presidente Trump, que los países contribuyen poco a la estructura común. Pero no parece que el presupuesto de más de 1.800 millones de euros sea insuficiente para afrontar todos estos retos. Más bien parece que la OTAN tal y como está concebida actualmente no tiene ningún sentido. Necesita una revisión en profundidad sobre objetivos, fines y misiones, así como campos de actuación en el aseguramiento de la Defensa de sus países miembros. Y por supuesto, un frenazo importante a intervenciones “aventureras” que muestras cómo la inteligencia de la OTAN desconoce la realidad de los países donde actúa por lo que causa importantes batacazos y misiones fallidas, dejando tras de sí países inexistentes y conflictos a veces larvados y otras abiertos con aumento de las víctimas entre la población civil.

OTAN así, no. Si se convierte en un foro político de ayuda mutua y de investigaciones en defensa preventiva (no ofensiva) puede tener un sentido. Pero si sigue actuando como hasta la fecha, la OTAN carece de sentido.

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