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El sitio de Franco es La Almudena

Los países de nuestro entorno tienen enterrados a sus respectivos dictadores en tumbas privadas. Los más próximos a nosotros fueron Oliveira Salazar y el mariscal Pétain.

Salazar está enterrado en Vimieiro, un pueblecito de 850 habitantes pedanía de Santa Comba Daô, situado no muy lejos de Aveiro. El cementerio normalmente está cerrado, para entrar hay que pedir la llave en el ayuntamiento, pero no merece la pena tomarse las molestias de visitarlo porque la tumba de Oliveira Salazar es muy vulgar, no destaca sobre las demás.

La mayoría de los habitantes menores de sesenta años de Santa Comba Daô desconocen que Oliveira Salazar está enterrado en su pueblo. Si alguien quiere ir a visitar la tumba es mejor que no confíe en las indicaciones de los lugareños porque sólo una minoría sabe que allí está el antiguo creador del Estado Novo. En vez de visitar personalmente la tumba de Salazar, es más cómodo verla desde casa, en Google Earth, en estas coordenadas: 40º 23´ 06,21´´ N 8º 06´43,61´´ W.

En España, durante la Dictadura, algunos optimistas pensaban que de los hermanos Franco el que pasaría a la historia sería Ramón, héroe del Plus Ultra, y que Francisco, dado su escaso nivel intelectual y humano seria olvidado por las futuras generaciones que en todo caso lo recordarían como un vulgar dictador, acomplejado, sanguinario, y mediocre que fue convertido en líder carismático por la propaganda política. Primero lo encumbraron por la necesidad de crear héroes en la impopular guerra de Marruecos y luego fue elevado a “invicto Caudillo” tras el inicio de la “Cruzada de Liberación”. Desgraciadamente a Franco no le ha pasado lo que a Oliveira Salazar, todos los habitantes de El Escorial saben dónde está enterrado.

En tiempos de Franco los opositores a la Dictadura no creían en la posibilidad de llegar a la democracia mediante un acuerdo entre los franquistas y los demócratas. Pensaban que la democracia sólo podía venir mediante una ruptura con el franquismo, como había sucedido en toda Europa. Los diferentes modos de llegar a la democracia han provocado que ahora Oliveira Salazar esté enterrado en un ignoto cementerio municipal, y Franco en un mausoleo estatal.

El otro dictador más cercano físicamente a España fue el mariscal Pétain, héroe de la Primera Guerra Mundial en la batalla de Verdún, pero que luego colaboró con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial en Vichy, motivo por el cual fue condenado por alta traición y expulsado del Ejército francés, como hubiese sucedido con Franco si los aliados hubiesen desembarcado en Huelva en vez de hacerlo en Sicilia.

Pétain cuando falleció estaba cumpliendo condena en la Isla de Yeu y allí fue enterrado. La tumba de Pétain tiene un poco más de realce que la de Salazar pues está rodeada por unos arbolillos. La tumba se puede ver en Google Earth, en estas coordenadas: 46º 43´ 09,91´´ N 2º 21´ 04,48´´ W.

Mientras los dictadores europeos yacen en tumbas privadas, más de mil generales jefes y oficiales de los tres ejércitos españoles han firmado un manifiesto defendiendo que Franco siga enterrado en el Valle de los Caídos. El manifiesto enaltece al dictador por su “impecable hoja de servicios”, no por su trayectoria política que ya no la defienden ni sus más fieles seguidores. En cuanto a lo de “impecable hoja de servicios” es obvio que los firmantes del manifiesto no han leído el libro La incompetencia militar de Franco, de Carlos Blanco Escolá.

El presidente francés Macron, con motivo de la reciente conmemoración del centenario de la firma del Armisticio el 11 de noviembre de 1918 que puso fin a la Primera Guerra Mundial, insinuó la posibilidad de incluir al mariscal Pétain entre los artífices de la victoria francesa. La respuesta de todos los demócratas de derechas y de izquierdas fue unánime, el mariscal Pétain es un traidor a Francia por colaborar con los nazis. A nadie se le ha ocurrido decir que Pétain tuvo una magnífica hoja de servicios y que hay que separar su trayectoria militar de su actividad política. Un traidor es un traidor, con independencia de su hoja de servicios, dijeron.

A ningún militar francés se le ha ocurrido firmar un manifiesto diciendo que el mariscal Pétain debería estar incluido en los homenajes por el centenario del Armisticio, porque le habrían tachado de colaboracionista. Los militares de las democracias europeas no condenan en público una orden dictada por el Gobierno, eso sólo pasa en España como consecuencia de la Transición que aún tiene pendientes muchos flecos franquistas que resolver como por ejemplo que el Ejército de la República no esté integrado en la historia militar de España como una parte más del Ejército; que en las academias militares se explique la historia como sucedió, y no el relato de los vencedores; que se inculque el respeto por los valores constitucionales; y que se legisle sobre la vulneración de los derechos de expresión y sindicación de los militares.

La primera medida que se debería adoptar es devolver sus medallas a los militares que permanecieron fieles a la República, entre ellas la Cruz de San Hermenegildo. No se pide que se condecore a los que permanecieron fieles al Gobierno de la República, muchos de ellos de derechas, estamos en el escalón anterior, que se les devuelvan los honores que ya tenían antes del 18 de julio de1 936 porque contrariamente a lo que aún figura en sus expedientes, no fueron ellos los que se sublevaron.

La estatua de Franco estuvo presidiendo la Academia General Militar de Zaragoza hasta agosto de 2007, no es de extrañar que los militares que allí estudiaron hayan seguido el ejemplo de su caudillo y firmen ahora un manifiesto oponiéndose a una orden del Gobierno legalmente constituido, algo impensable en cualquier país desarrollado. Los cadetes que han pasado por Zaragoza hasta el 2007 han visto en Franco un ejemplo a seguir. Todos los actuales generales, coroneles, tenientes coroneles y comandantes han sido formados en Zaragoza enalteciendo el golpe de Estado de Franco, lo normal es que ahora los más altos responsables del Ejército se hayan adherido al manifiesto y se opongan pública y colectivamente a una decisión del Gobierno, como lo hizo Franco en su día. Para los firmantes del manifiesto la patria está por encima de la Constitución, así se lo enseñaron de cadetes.

Tampoco es de extrañar que la Iglesia católica acepte enterrar a Franco en La Almudena. Pio XII concedió a Franco la máxima condecoración eclesiástica, la Orden Suprema de Cristo y no tienen intención de retirársela. La iglesia Católica, junto al Ejército, fue la columna vertebral del Régimen y todavía no han mostrado el menor síntoma de arrepentimiento, sino todo lo contrario.

La simbiosis entre la Iglesia católica y el Régimen fue absoluta. Franco nombraba personalmente a los obispos y lógicamente eran de su absoluta confianza, al igual que sucedió con los generales. Durante la Dictadura no ascendió a general ni un solo coronel demócrata. Los dos o tres generales que mostraron algún grado de talante democrático fue porque evolucionaron hacia esas posturas siendo ya generales, de haberlo hecho siendo coroneles nunca habrían ascendido.

Franco firmó en 1953 el Concordato con la Santa Sede, lo que supuso el comienzo del fin del aislamiento internacional de Franco. Poco después, la firma del acuerdo con los EEUU consolidó definitivamente la Dictadura, la sacó de su aislamiento internacional y permitió su reingreso en la ONU de la que había sido expulsada por su “carácter fascista”.

Durante la Dictadura era normal ver a los obispos sentados en los escaños de las Cortes, junto a generales y falangistas de uniforme. El primado formaba parte del Consejo de Estado y era uno de los tres miembros del Consejo del Reino. El obispo más antiguo era miembro del Consejo de Regencia, que en caso de quedar vacante la Jefatura del Estado ejercería sus funciones junto a un Capitán General y el presidente de las Cortes.

El Catecismo de Ripalda, prologado por Vicente Casanova y Marzol, obispo de Almería, contenía un apéndice que basándose en la encíclica Quanta cura y el Syllabus exponía los principales errores condenados por la Iglesia, entre ellos el liberalismo. Esta es una de las preguntas del apéndice sobre las relaciones Iglesia-Estado: ¿Qué enseña, pues, en este punto la doctrina católica? Que el Estado debe sujetarse a la Iglesia, como el cuerpo al alma y lo temporal a lo eterno.

El apoyo de la Iglesia católica y el Ejército a Franco tuvo alguna excepción. En las postrimerías del franquismo un grupo de unos 800 curas obreros y algo más de cien militares de la UMD se opusieron al Régimen. La respuesta de los franquistas fue contundente, abrieron una cárcel para curas en Zamora y encarcelaron a algunos miembros de la UMD. Fuera de esos episodios, la Dictadura gozó durante cuarenta años de lo que entonces de denominaba “inquebrantable adhesión al Régimen” por parte de curas y militares.

El Concordato fue revisado mediante los acuerdos firmados con la Santa Sede en 1976 y 1979, que eliminaron los aspectos políticos más escandalosos pero permitieron a la Iglesia Católica mantener en la práctica los mismos privilegios que tenía durante el franquismo sobre todo los de índole económica. Con el subterfugio de declarar en la Constitución que España es un Estado aconfesional, no laico, seguimos siendo un Estado católico apostólico y romano con las consiguientes arriadas de bandera los Viernes Santo, por poner un ejemplo.

En los pocos Estados confesionales que hay en Europa, como Inglaterra y Dinamarca, donde sus reinas son a la vez la máxima autoridad eclesiástica, la separación entre la Iglesia y el Estado no tiene ni punto de comparación con lo que aquí sucede. En esos países formalmente confesionales, la Iglesia no interfiere en los asuntos del Estado, mientras que aquí siendo un país teóricamente aconfesional, la Iglesia Católica está metida en todos los entresijos de la sociedad.

El Caudillo de España por la Gracia de Dios se mantuvo en el poder durante ocho lustros gracias al Ejército y a la Iglesia católica. Por eso es lógico que la Iglesia Católica vea inevitable el entierro de Franco en La Almudena por ser un “cristiano bautizado”. Sin embargo no permite el entierro en lugares sagrados a los suicidas, aunque estén bautizados. Para la Iglesia Católica es más grave quitarse la vida propia que quitársela a los demás.

Las obras de La Almudena estuvieron paradas durante veinte años, hasta que las reanudaron Felipe González y su colaborador el general Lacalle Leloup, coup Leloup, se decía entonces. El general Lacalle Leloup fue fundador de Fuerza Nueva, miembro del Opus Dei, expedicionario de la División Azul y presidente del Banco de Crédito a la Construcción, por tanto reunía las condiciones perfectas para impulsar la reanudación de las obras de La Almudena, sable en mano.

Felipe González y su ministro de Defensa, Narcis Serra, se dedicaron a hacer la vida imposible a los militares demócratas, mientras promocionaban a los franquistas, por eso nombraron al general Lacalle Leloup presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, la temida JUJEM, a pesar de haber otros candidatos más moderados. El general Lacalle Leloup, recordando su antiguo puesto de presidente del Banco de Crédito a la Construcción, junto con la jerarquía eclesiástica, le insinuaron a Felipe González “la necesidad” de terminar las obras de la Almudena.

Con una crisis económica brutal y una inflación del 12%, no era el momento más oportuno para afrontar una obra faraónica de esa envergadura, no obstante Felipe González, sometido a un permanente ruido de sables y sotanas, “comprendió” que a pesar de ser España un Estado aconfesional no tenía más remedio que cumplir los deseos del presidente de la JUJEM y de la jerarquía eclesiástica y se puso manos a la Obra.

Felipe González convocó en la Moncloa a los principales empresarios y banqueros del país y “les convenció” de la necesidad de aportar una cuota mensual para construir La Almudena. El Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, regida entonces por Joaquín Leguina, no tuvieron más remedio que aportar dinero público para terminar la catedral. Así se construyó La Almudena.

Los Franco sostienen que enterrar al dictador en la Almudena no va a atraer a multitudes

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Estos hechos sucedieron y continúan sucediendo en otro nivel, por la forma en que se hizo la Transición. Si en España se hubiese alcanzado la democracia por el mismo método que se alcanzó en Italia, Francia, Grecia, o Portugal ahora no estaríamos discutiendo dónde enterrar al dictador, el lugar de enterramiento sería consecuencia directa del desarrollo legislativo y social imperante. Sin embargo ahora con el lastre aún de las concesiones de la Transición vigentes, el enterramiento de Franco se ha convertido en un fin en sí mismo y no en la consecuencia del desarrollo político de la sociedad. Los españoles todavía no han alcanzado la madurez democrática necesaria para entender que Franco no puede estar en un mausoleo. Al contrario de lo que sucede en Europa, en los colegios españoles no se estudia lo que fue la Dictadura y en las academias militares menos. Antes de mover a Franco hay que empezar por educar a la ciudadanía para que entienda la necesidad de acabar con los símbolos de la Dictadura.

Con la jerarquía eclesiástica y los militares franquistas aun rampantes y con gran parte de la sociedad sin asimilar lo que es una democracia moderna y europea, el lugar donde debe de estar Franco es en La Almudena. Estando ahí, quedaría en evidencia que esta democracia es manifiestamente mejorable.

La presencia de Franco junto al Palacio Real obligaría al rey a celebrar actos oficiales a pocos metros de la tumba y a pasar revista a las tropas en la Plaza de la Armería junto a la momia. Los embajadores cuando fuesen en sus carrozas a entregar las cartas credenciales al Palacio Real sentirían escalofríos al pasar por la puerta de La Almudena. Franco en La Almudena sería un descrédito insoportable para la Iglesia católica que tendría que acabar quitándose el muerto de encima sin contraprestación alguna. Negociar ahora con la Iglesia católica el enterramiento de Franco supone seguir cediendo en materia económica y educativa a cambio de algo que se pude conseguir gratis. El sitio de Franco es La Almudena, en consonancia con el desarrollo político de la sociedad.

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