¡Insostenible!

#EnPiePorElClima en positivo

Alberto Rosado del Nogal

Cuando desde París todo parecía que retomaba el vuelo, llegó Trump al mundo. Cuando Europa calentaba motores para su consenso verde, Theresa May enfrió los ánimos. Cuando un río de ilusión casi desbordaba España, en la Moncloa renovaron la sequía las lluvias y el primo de Rajoy. No han sido, ni están siendo, años fáciles para la lucha contra el cambio climático. Es más, parece que este movimiento ha recibido más empujones que avances, más contratiempos que tiempos de reafirmación y más ataques por su parte que contraataques por el nuestro.

No obstante, la aparente desilusión solo se manifiesta institucionalmente y bajo líderes no tan populares en amplios sectores mundiales: Theresa May nombró a la negacionista Andrea Leadsom al frente de la secretaría de Estado de medio ambiente del gobierno británico (pero el gobierno británico perdió la mayoría absoluta en su tierra y popularidad en Europa), Trump nombró a Scott Pruitt -el que demandó a Obama por proteger el medio ambiente-, como director de la Agencia de Protección Ambiental  (pero Trump ha batido récords históricos de rechazo social en EEUU y en el mundo) y Sarkozy dudó del cambio climático en las primarias francesas (pero las perdió). Las ganó Macron con su “make our planet great again” dirigido a Trump, aunque la reciente dimisión de Nicolas Hulot al frente del Ministerio de Transición Ecológica mereció un gran toque de atención para el presidente francés: algo así como “make your environmental responsibility great again”. Palos efectivos que han tenido repercusión en firmas de tratados internacionales y que no auguran buenos presagios a medio plazo. Sin embargo algo subyace a estos movimientos de fichas por arriba: lo latente y lo normativo.

Primero, lo latente. Quizá la partida la van ganando ellos, pero si la política es una lucha por el sentido, qué duda cabe de que están siendo derrotados. Las tasas de apoyo a las políticas verdes son crecientes tanto en España como en Europa, que exigen mayor responsabilidad por parte de sus gobiernos aun en el caso de suponer costes para el Estado. La victoria ante preguntas como si queremos transitar energéticamente hacia las renovables, si queremos cuidar nuestra biodiversidad, si queremos respirar un aire más limpio, si queremos reducir más y reciclar mejor, si queremos comer más sano, etc., son positivas para los intereses de la sostenibilidad. Pero todavía hay más: la victoria dentro de los propios parámetros neoliberales comienza a ganar terreno, esto es, que una transición energética compite mejor en términos económicos que usar fósiles; que proteger nuestra biodiversidad ahorra recursos y permite imaginarios de disfrute para la ciudadanía; que respirar aire limpio reduce los costes en sanidad; que reducir y reciclar hace más eficiente el problema de los residuos; o que comer mejor o hacer más deporte supone una aspiración para gran parte de la población que muestra orgullosa sus platos o cuerpos en redes sociales.

Dos cuestiones elementales para destacar:

1) En el párrafo anterior no he usado las palabras “si hay que”, sino “si queremos que” para expresar los caminos hacia la sostenibilidad. Y, además, 2) he traducido lo meramente normativo al lenguaje del sentido imperante. No solo es que se deba hacer algo, es que además es más deseable en los propios términos en los que funciona nuestra sociedad y sus deseos. Si existe un consenso hacia el rechazo del tabaco, la subida de sus impuestos especiales o su prohibición en determinados espacios bajo el gobierno Zapatero no supuso resistencias ganadoras en la sociedad, si acaso ciertos debates -como es natural- por parte de la oposición para hacerse ver. Si existe un consenso hacia el rechazo de la contaminación atmosférica en Madrid, las intervenciones al tráfico (en forma de velocidad reducida o de restricciones a ciertos vehículos) generarán descontentos puntuales liderados por las Aguirres de la política, en forma azul o naranja, pero la ola de hartazgo por un aire irrespirable avanza sin pudor. Si existe un consenso en usar energía verde, medidas como las de Ada Colau en una administración local como la de Barcelona que usa solo energía limpia igual cabrea a ciertas empresas con gran poder, pero es abrazada por la mayoría de la ciudadanía. E incluso aun existiendo el generalizado consenso de bajar siempre los impuestos, una medida como la de subir el precio del diésel está rompiendo los esquemas tradicionales en una España que con Teresa Ribera al frente del Ministerio de Transición Ecológica despierta ilusiones sostenibles. Si una parte amplia de la sociedad se atreve, en sus contextos laborales, familiares o de amistad, a defender la subida del gravamen al diésel es que la batalla por el sentido verde está más de nuestra parte que de la de Trump.

Y ahora la segunda parte: lo normativo, pero a la interna. No quiero, solo, parafrasear a Naomi Klein y su libro de Decir no, no basta, es que además los vientos soplan a nuestro favor. Es verdad que esta victoria que describo del sentido social con respecto a la sostenibilidad no se ha visto traducida en calles repletas de personas gritando “no” a Tejerina o “sí” a la Ley de Cambio Climático que, esperemos, llegue en 2019. Es verdad que las oleadas feministas, de pensiones y hasta de taxistas han sobrepasado cualquier objetivo que un movimiento como el verde se propusiera alcanzar. Pero quizá debamos pensar que llenar las calles de mareas verdes no es el único modo, o al menos no el primero. Si el feminismo ha logrado movilizar tanto, con el único precedente del 15M en el pasado reciente, es porque su trabajo previo en todas las capas sociales fue espectacular, aunque no un espectáculo. Consiguieron ganar terreno en lo privado, en los deseos individuales para convertirlos en colectivos.

Las mujeres supieron convencerse y convencernos independientemente de nuestra ideología, entre otras cosas, porque había mimbres y deseos comunes que, además, remaban a favor de los mimbres y deseos comunes del sentido general: la igualdad de oportunidades o el rechazo a la violencia son conceptos que el propio liberalismo debe defender y, a partir de ahí, transformar más profundamente la sociedad. Del mismo modo debe actuar el movimiento verde: usar los vientos de los propios deseos liberales para transformar el modelo. Que la respuesta no sea “tú no puedes usar el coche” sino “tú puedes usar el coche compartido”. Que la respuesta no sea “tú no puedes tirar todo al mismo cubo de basura” sino “tú puedes ahorrar dinero”. Que la respuesta no sea “tú no puedes comer tanta carne” sino “tú puedes comer más saludable”. Etcétera. Las respuestas en positivo no son solo una opción, sino una obligación para ganar más terreno en las voluntades generales, y no quedarnos a solas en las convicciones propias. Falte un empujón más, o docenas de ellos, aprendamos de lo vivido y sonriamos al debate. El terreno de discusión no lo elegimos y nos era contrario, pero se pone cada vez más favorable a nosotros. Aprovechémoslo. No nos pongamos, nosotros mismos, palos en las ruedas.

#EnPiePorElClima y en positivo. ___________

Alberto Rosado del Nogal es doctorando en la UCM y creador de #InsosteniblePodcastInsosteniblePodcast

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