Muros sin Fronteras

Los locos son los que dicen que Trump está loco

Donald Trump está loco de remate. Es una afirmación categórica que queda bien en un titular y nos deja instalados en el cómodo papel de cuerdos teóricos, lo que es más que discutible. Es como si todo lo que dijera o hiciera el presidente de EEUU dependiese de los médicos, no de los votantes. O del difunto (políticamente hablando) Steve Bannon.

Además se trata de un error político: menospreciar al contrario es una pésima estrategia.

Sería mejor que sus enemigos en el Partido Demócrata, que son legión, y los crecientes en el seno del Partido Republicano fueran capaces de ofrecer algo más que la descalificación. No se pide demasiado, bastaría con tejer una alternativa creíble. Ofrecer ilusión más allá de la crítica, por acertada que sea.

La base no es tan mala como parece. Es verdad que Hillary Clinton perdió las elecciones presidenciales. Y las perdió porque fracasó en los doce Estados clave que suelen fluctuar entre los dos partidos. En ellos se disputa la Casa Blanca. Hillary ganó el voto popular por más de 2,8 millones de diferencia, algo que no siempre basta en el sistema electoral de EEUU.

Trump obtuvo 62.979.879 de apoyos. Pensar que su éxito fue la consecuencia de una locura colectiva es una simpleza. En este enlace, la cadena de televisión Univisión Noticias explica el perfil de votante de Trump: un 35% son preservacionistas, es decir blancos que creen que su cultura es la esencia de EEUU; un 21% son conservadores acérrimos y un 12% son anti-élite.

La clave hoy sería saber cuántos de esos 62.979.879 se sienten defraudados, cuántos estarían dispuestos a cambiar su voto en las presidenciales de 2020. Suponemos, que ya es mucho suponer, que el bloque que apoyó a Hillary votará a cualquier otro candidato que no sea Trump.

Tenemos una pista menor: las elecciones parciales de junio en la que los republicanos resistieron mejor de lo que se esperaba. Los demócratas lo hicieron mejor en las gobernadurías de Virginia y Nueva Jersey y, sobre todo, en la elección parcial del escaño del Senado en Alabama.

La derrota del republicano Roy Moore es una derrota personal de Trump que se implicó en exceso en esa batalla. Moore tenía varios frentes abiertos. El principal, las acusaciones de abuso sexual de una menor, y otro su pésima manera de gestionarlo. Parecía culpable de eso y mucho más. Lo ocurrido en la muy conservadora Alabama debería servir de acicate a los demócratas: se puede derrotar a Trump con un programa y un buen candidato.

El libro de Michael Wolff resulta demoledor para Trump. Fire and Fury, inside the Trump White House (Fuego y furia, dentro de la Casa Blanca de Donald Trump) está basado en más de 200 entrevistas. Nos dibuja un presidente simple, infantil, obsesionado con que le quieren envenenar (por eso cena una hamburguesa con queso de McDonald's), que se mete en la cama sobre las seis y media de la tarde y que dedica horas a conversar por teléfono con sus amigos para comentar lo que se dice de él.

Él es el monotema intelectual. Fuera de sí mismo, la nada.

La respuesta de la Casa Blanca al libro fue atacar a Michael Wolff, tratar de desacreditarlo, llamar al libro “fake book”. Pero se trata de un periodista acreditado, no siempre preciso, que trabajó para The New York Times y para Vanity Fair. El mejor comentario lo ofreció el ex director de la revista Craydon Carter. Dijo que no estaba sorprendido de que Wolff escribiera un libro entretenido, “el misterio es por qué la Casa Blanca le permitió entrar por la puerta”.

Esta crónica de Clarín es clarificadora: El hombre detrás del fenómeno, se refiere a Wolff.

Lo único que ha conseguido Trump en su intento de prohibir el libro y amenazar al editor con acciones legales, es que se venda mucho más de lo soñado por su autor. Más de un millón de ejemplares en dos días. Será el superventas del año, dará alimento durante semanas a los programas de humor (de momento la única oposición seria), ¿y después?.

Después, nada. Ya lo vimos antes. Sus grandes meteduras de pata durante las primarias y en la campaña contra Hillary Clinton no tuvieron impacto alguno. El más grave fue el ataque y los insultos a los padres del capitán Humayun, considerado un héroe de guerra al morir en un atentado en Irak en el que salvó a compañeros. Si eso no lo descalificó como comandante en jefe, ¿lo va a conseguir un libro?

Trump dijo en campaña que podría disparar a alguien en la 5ª Avenida y no le pasaría nada. Lo más duro es que tiene razón. La frase sigue vigente.

El libro de Wolff cuenta las interioridades de una Casa Blanca caótica en la que los principales asesores de Trump creen que es un niño, desde el punto de vista emocional, obsesionado con lo que dicen de él. Su cuenta de Twitter parece la de un trol que insulta a todo el mundo, no la de un presidente de EEUU.

Luego tenemos los errores políticos de fondo que tendrán un impacto negativo: retirarse del Acuerdo de París para combatir el cambio climático, alejarse del pacto de los cinco grandes de la ONU más Alemania para reconducir el programa nuclear iraní, regalar al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el reconocimiento de la capitalidad de Jerusalén sin nada a cambio; un acuerdo de paz con los palestinos, por ejemplo. Hay más en esta lista del Independent.

Otro error podrían ser sus ataques constantes a los dos medios de comunicación tradicionales en EEUU, The New York Times y The Washington Post, que el presidente define como Fake News Mainstream Media, categoría que incluye a la CNN y a todo aquel que lo critica. ¿Puede ser presidente, tener acceso al botón nuclear, alguien con la piel tan fina? Pues lo tiene.

Se sabía que el problema de Trump es doble: carece de capacidad de concentración en los asuntos que no tengan que ver con Trump y no está preparado para pensar de manera compleja.

Lo peor de Trump es que lleva al rival a distraerse en lo irrelevante. En lo irrelevante siempre ganan los Irrelevantes porque tienen experiencia. Pueden buscar otra palabra, claro.

Solo hay dos vías para derrotar a Trump, para lograr que se vaya, y la presunta locura no es una de ellas:

La jurídica. Que el fiscal especial Robert Mueller demuestre, mas allá de cualquier duda razonable, que el presidente ordenó o sabía que su equipo estaba confabulado con agentes del Kremlin para perjudicar a Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016. O que el presidente ha tratado de impedir las investigaciones, lo que sería un abuso de poder.

La derecha mediática estadounidense con Fox News a la cabeza están enfrascados en una guerra contra Mueller, al que acusan de querer dar un golpe de Estado. Este lenguaje de grueso calibre no es habitual en la política de EEUU. Es una muestra de que el deterioro ético empieza a afectar a la democracia.

La segunda vía es política. Que los demócratas logren un buen resultado en las elecciones legislativas de noviembre de 2018 y metan el miedo en el cuerpo de los republicanos. Las voces internas del partido de Trump, que las hay, pero insignificantes, empezarían a mover una candidatura alternativa por si acaso.

A los demócratas, que siguen desaparecidos tras la derrota de Hillary, un buen resultado en noviembre les ayudaría a lanzar el nombre de algunos candidatos que ahora están en la sombra, a la espera de que llegue el momento de disputar la presidencia en 2020.

Si la opción es la actriz y show-woman Oprah Winfrey estamos apañados. No dudo de su capacidad en televisión, pero necesitamos gente que pise la realidad.

El jefe de gabinete de Trump admite que construir una frontera con México era solo una promesa electoral y el presidente lo contradice

(Una aclaración: en EEUU se celebran elecciones legislativas cada dos años. En ellas se renueva la totalidad de la Cámara Baja, llamada Cámara de Representantes. No confundir con el Congreso, que incluye ambas cámaras, la de los Representantes y el Senado. Cada dos años se renueva un tercio del Senado, que es la Cámara Alta. Los mandatos de los senadores son de seis años. Este año se renuevan 33 senadores; 25 de ellos son demócratas y ocho republicanos. Es decir no hay mucho margen para dar la vuelta a la mayoría republicana en el Senado).

Trump no es el problema de fondo, es la consecuencia de una enfermedad que ya estaba: la de una democracia menguante en la que manda sin disfraces el dinero, los mercados, es decir, los que están en el poder. El efecto tóxico del trumpismo tardará mucho en disiparse. El mensaje es que se puede ser un macarra inculto y llegar a la Casa Blanca. Mientras seguimos los efectos de sonido, la derecha americana más conservadora está aplicando todo su programa. Cuando lo logren, Trump dejará de ser importante.

 

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