Qué ven mis ojos

La intolerancia es la indignación de los que no tienen opiniones

“El oportunismo es una medicina que consiste en que el remedio sea peor que la enfermedad”.

Éste es un mundo raro, tal vez porque lo dominamos nosotros, el único depredador tan inteligente como para inventar medicinas que curen sus enfermedades o aviones que hagan realidad la quimera de ganarle tiempo al tiempo, y tan bestia como para inventar bombas y armas químicas; capaz de llegar a la Luna o a Marte como en el pasado ocurría sólo en los libros de ciencia-ficción y, a la vez, de matarse a cañonazos en guerras ideológicas, religiosas o hasta raciales, lo mismo que si no hubiésemos salido de la Edad Media; algo que explica a las claras que una parte de lo que hemos avanzado ha sido hacia atrás, y ahí están los nacionalismos para demostrarlo.

Abres un periódico y lees que el león, un ser maravilloso y tan absolutamente único como todos los demás, pero que seguramente forma como ningún otro parte de nuestra mitología y de nuestras leyendas, ya está en la Lista Roja de Animales en Peligro de Extinción; descubres que en 1915 existían en el planeta más de doscientos cincuenta mil ejemplares y hoy quedan quince mil; que su caza está prohibida en la mayor parte de los países y que los gobiernos se gastan millones de dólares en intentar frenar su desaparición. Y luego abres otro periódico y lees que en un zoológico de Suecia, una nación supuestamente tan próspera, civilizada y moderna, han sacrificado a nueve cachorros de rey de la selva, fuertes, sanos y con una larga vida por delante, por problemas de espacio. No es la primera vez: en ese parque han nacido trece ejemplares desde el año 2012, que fueron presentados a bombo y platillo en los medios de comunicación, y quedan dos. Cuidado con el prepotente Norte, tan dado en mirar por encima del hombro al resto del mundo: en 2014, en otro jardín zoológico de Copenhague, se sacrificó una jirafa, se la descuartizó y se le sirvió de alimento al resto de las fieras del recinto, ante la mirada atónita de los visitantes que estaban por allí haciéndose fotos. ¿A qué lado de las jaulas están las alimañas, como las llamaban en las novelas de exploradores del siglo XIX?

Todos los himnos los escribe el diablo

En España hemos estado al borde de una catástrofe, a cuenta del problema creado en Cataluña por el independentismo de salón y en La Moncloa por un Gobierno al que le venía bien que la cosa se pusiera mal, para ofrecerse a arreglarla del único modo en que sabe hacerlo nuestra derecha: por las bravas. Para qué hablar, pudiendo gritarse. Todos han pagado un precio, sin duda: los perdedores teniendo que huir a Bruselas o acabando en la cárcel, y los que creen que han ganado, parece que cediéndole el sitio a quienes de mayores sueñan con ser ellos; o eso es, al menos, lo que dicen los sondeos, de los que, por otra parte, hemos aprendido que son más una apuesta que una encuesta y que a menudo están en manos de gente cuyo trabajo no es averiguar lo que va a ocurrir, sino tratar de que ocurra lo que a ellos les beneficie. Si esta vez aciertan y la gestión del proceso le ha dado alas a Ciudadanos, podríamos preguntar: ¿Y cómo habría afrontado ese asunto el partido de Albert Rivera? ¿Habría querido diálogo o la rendición incondicional del enemigo? ¿Hubiese preferido la negociación o la mano dura? El resumen de lo que ha pasado pero no ha terminado es que existen internet, los drones y la aldea global pero estamos de nuevo en la era de la intransigencia, en pleno siglo XXI, y ya saben lo que decía Chesterton: la intolerancia es la indignación de los que no tienen opiniones. Pero tienen el poder.

El asunto catalán también nos hace preguntarnos si no estaremos en la era de los cínicos. A un lado, Rajoy diciendo que lo que han hecho para combatir la sedición “ha sido bueno para España aunque acaso no para el Partido Popular”; al otro, unos líderes y exlíderes como Mas y Puigdemont, que eran pesos pesados en una marca, la de Convergència, que acaba de ser condenada a devolver los 6,6 millones de beneficios obtenidos mediante mordidas durante su mandato al frente de la Generalitat. ¿Y esos mismos son los que vienen a darnos lecciones de democracia y a prometer repúblicas de color de rosa? “España huele a epílogo”, dijo hace tiempo el poeta Manuel Mantero. Cada vez tiene más razón y está más claro que aquí hace falta ya cambiar de historia. Y no se trata de destruir el modelo, sino de adaptarlo a la realidad: 2018 no es 1978, por si con números lo entienden mejor que con palabras.

Este mundo es así, unos salvan linces y otros matan leones. Unos sueñan con derribar muros y otros con nuevas fronteras. Unos buscan la verdad y otros un modo de engañarnos. Unos mueren junto a las aduanas cerradas de Europa y otros disfrazan sus fugas de exilios. Escuchad lo que dicen, pero no olvidéis lo que hicieron. Y cuidado con los oportunistas, que viven de pescar en río revuelto y cuya medicina hace que el remedio sea peor aún que la enfermedad.

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