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Qué ven mis ojos

España es un escenario en el que la comedia le roba el sitio al drama

“Quien cierra los ojos para no saber, nunca sabrá qué es visible y qué invisible”.

“Según todas las pruebas, morimos para siempre”, escribió el poeta Blas de Otero, y esa es la única cosa de la que todos podemos estar seguros. El resto es variable, dudoso y, nueve de cada diez veces, incomprensible. La realidad es siempre dos cosas: lo que sucede y cómo te lo cuentan; es opcional porque basta con mirar para otro lado cuando lo que tienes delante no te gusta o te da miedo; y, sobre todo, es interpretable. ¿Qué es lo que de verdad importa de todo lo que pasa? ¿Cuál elegimos para tema del día? ¿Qué va a dominar los titulares y las conversaciones? Abres un periódico, enciendes una radio o una televisión y ves en primera plana, como argumento de salida, al candidato a presidir otra vez la Generalitat, sacándose a sí mismo en procesión por Copenhague, para repetir allí que España no es una democracia y llamar franquista a todo el que no comparta sus opiniones; y en lo que queda de informativo, ya te cuentan los informes sobre los trabajadores de nuestro país y sus condiciones laborales, y entiendes qué somos: un escenario en el que la comedia le roba el sitio al drama.

Todos los himnos los escribe el diablo

Puigdemont, que se viene a definir a sí mismo como el presidente legítimo de Cataluña y a la vez el aspirante a serlo, se queda con todas las cámaras; reclama todos los focos; se hace una campaña de publicidad demoledora y, para que no falte de nada, llega a decir que por qué no hablar de la celebración de un referéndum sobre la autonomía hecho en toda España. “Sherwood Anderson escribía tan bien sobre Ohio y es su mejor cronista porque hacía mucho que no vivía allí y se le había olvidado todo”, dice el biógrafo del autor norteamericano que era el padre literario de Ernest Hemingway; y se me ocurre que igual aquí se aspira a que ocurra algo parecido, dado que lo de volver por aquí no parece posible: si el viaje a Dinamarca era un señuelo para que se cursara de nuevo la orden de detención internacional contra él y que quizás fuera entregado por delitos que no incluyen la rebelión, lanzó la moneda al aire y le salió cruz, porque la Fiscalía cayó en la trampa, pero el juez no. Y algunos de los participantes en el debate, tampoco: “¿Usted aspira a una Europa con trescientas naciones pero unida?”, “¿Cree que esa es la solución en el siglo XXI?”, “¿Si Cataluña es la región más rica de España y España el país más descentralizado del continente, de dónde viene esta ansia separatista?”, le lanzó una profesora. Su respuesta, la misma de siempre: todos nuestros males provienen de que aquí tenemos un Estado totalitario y opresor, disfrazado de democracia. Y, por lo tanto, él es un libertador. Ya debe tener elegida hasta la plaza donde va a estar su estatua. “¿Hasta dónde se llega con un yo?”, escribía otro poeta de envergadura, Jorge Guillén. Hay quien piensa que hasta el infinito y más allá.

Y ahora, lo que esconde toda esa algarada. Por ejemplo, que según el nuevo informe Oxfam Intermón, en nuestro país el uno por ciento de las personas amasa algo más del veinticinco por ciento de la riqueza, que aquí sólo crece hacia arriba, en lugar de hacerlo de forma justa, es decir, en todas las direcciones. Y la cosa va a peor: en 2017, ese 1% por ciento capturó el 40% de lo producido. ¿Más números? Nuestra tasa de pobreza se sitúa en el 22,3% de la población, la mayor desde 1995 y solo rebasada en la UE por Rumanía y Bulgaria. ¿Más todavía, y por desgracia igual de malo? El 25% de los españoles no tiene trabajo fijo, mientras en Europa, es el 14%; y entre los jóvenes, aquí son tres de cada cuatro y en el resto, de media, uno de cada cuatro. ¿Más aún? En Alemania, el sueldo medio es de 2.500 euros; aquí, de 1.600. Si le unimos a eso los datos que van apareciendo sobre la corrupción, y estos días, en concreto, las revelaciones que se están haciendo en el juicio de la Gürtel, nos damos cuenta de lo grande que es lo que están encubriendo el sin duda temible procés y sus etcéterasprocés . Quizás es que la lección de una cosa y la otra, en el fondo, es la misma: que para que le vaya de cine a unos cuantos, le tiene que ir mal a todos los demás.

La conclusión es clara: para qué van a hacer leña del árbol caído, mientras siga valiendo para que no se vea el bosque.

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