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El negocio de publicar hechos comprobados

The Post es una película obligatoria para estudiantes de periodismo, periodistas, políticos y ciudadanos más o menos preocupados por la salud de la democracia. Incluso es esencial para los indiferentes. Trata del caso de Los papeles del Pentágono, que es como se han llamado toda la vida, y no Los archivos del Pentágono, como traducimos aquí. Somos dos mundos hasta en el arte de elegir la palabra precisa. ¿Qué se puede esperar de un país que convirtió Some Like it Hot en Con faldas y a lo loco, la divertida comedia de Billy Wilder con Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis de protagonistas?

Steven Spielberg adelantó el proceso de producción del filme para que su estreno coincidiera con el primer aniversario de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de EEUU. Trump parece un remedo de Richard Nixon, pero aún es pronto para saber si terminará igual.

Esta cinta es su manera de contribuir al debate: ¿a quién se deben los medios de comunicación? ¿A sus lectores, es decir a la sociedad, o al poder en cualquiera de sus formas? Hablamos de EEUU.

Hay más debates colaterales que están explícitos o implícitos en The Post: ¿se puede ser amigo de un político, presidente, ministro o diputado y periodista honesto a la vez? ¿Cuál debe ser la relación del director de un medio con la propiedad? ¿Puede vetar informaciones veraces y comprobadas que dañen a los amigos o a los intereses de los amigos de la propiedad? ¿Puede un Gobierno dictar quién cubre las noticias o qué debe publicar un periódico?

Ben Bradlee (Tom Hanks), director del The Washington Post, se niega a enviar una redactora diferente a la boda de la hija de Nixon porque el presidente ha vetado a la prevista.

La trinchera empieza en las pequeñas cosas.

El asunto de los papeles del Pentágono tiene tantos ángulos que los guionistas podrían haber optado por dos o tres películas diferentes. Han elegido uno, el que se centra en la relación de la propietaria del The Washington Post Catherine Graham (Meryl Streep) y su director Bradlee-Hanks; además del recorrido en el Tribunal Supremo.

No soy crítico de cine, pero el filme me emocionó. Y a Carlos Boyero, que no regala elogios, le gustó también. Rezuma viejo periodismo, que es el único, en sus códigos, que puede salvar al nuevo.

Los papeles del Pentágono son cerca de 7.000 páginas de varios estudios sobre la implicación de EEUU en la guerra de Vietnam y del engaño a la opinión pública y al Congreso. El Pentágono sabía que estaba enviando a miles de jóvenes a luchar en una guerra que no podría ganar.

Daniel Ellsberg, un analista que trabajó en la elaboración de los estudios, decidió filtrarlos al The New York Times, primero, y al The Washington Post después porque le parecía escandaloso lo que estaba ocurriendo. Su objetivo era acabar con la guerra.

El Gobierno logró frenar al Times con una amenaza judicial. En ese momento entra el Post, que desafió la orden de un juez. Fue una batalla esencial para la salud de la democracia estadounidense: la libertad de prensa por encima de los intereses del poder. Con Trump se puede comprobar que ninguna victoria es eterna, la lucha por los derechos es constante, diaria.

¿Es justo que el Post se lleve toda la gloria en la cinta de Spielbertg? Aquí el Times da su versión sobre la carrera por publicarlos. Poynter lo cuenta así: “The Post is a fine movie, but The Times would have been a more accurate one” (The Post es una buena película, pero The Times habría sido más auténtica).

Ellsberg es el precedente como filtrador de Edward Snowden. No se pierdan esta conversación entre ambos en The Guardian. Para unos son traidores; para otros, patriotas. En el fondo es el mismo debate: ¿quién traiciona, el mentiroso o quien denuncia la mentira? El poder tiende a confundir la seguridad nacional con la seguridad del cargo de determinadas personas.

La sentencia del Tribunal Supremo de EEUU contiene varios elementos clave. Uno de ellos es este: ¿delinque un medio de comunicación por publicar secretos de Estado? El Supremo establece que el filtrador no es el medio que publica sino la persona que le suministra los secretos. El medio cumple con su obligación porque se debe a la ciudadanía, no al poder. Es un criterio aplicable a Wikileaks. El problema es demostrar que ellos son el medio dentro de esta revolución tecnológica.

En España estamos lejos de ese código ético, como sociedad y como individuos. Habrá impostores que se sientan representados en la figura de Bradlee. Nuestros medios se han visto lastrados por la crisis económica que arranca en 2008 mezclada con unas malas estrategias ante los grandes cambios tecnológicos. Sus acredores son ahora los accionistas.

Hay parte de la película que trata de la relación de la propiedad del Post con los bancos, entre ellos el Lazard en el que trabajó el abuelo de Catherine Graham recién emigrado a EEUU desde Europa. A los accionistas les interesa ganar dinero y solo es posible ganarlo si se hace un periódico de calidad.

Y tampoco esto es seguro. Al The Washington Post no le sentó bien la revolución de Internet. El hijo de la heroína en la película de Spielberg tuvo que vender el diario a Jeff Bezos, dueño de Amazon. No hubo despidos, mantuvo a su director Martin Bannon (el de Spotlight para entendernos) y fichó 150 nuevos redactores. Para Bezos la calidad y la independencia del periódico también son importantes.

El filme debería llevar al espectador a interesarse por la figura de Ben Bradlee, personaje esencial en el caso Watergate (Todos los hombres del presidente). Pertenece al periodismo cascarrabias que exige hechos comprobados aunque al final de su carrera tuvo un borrón al publicar una historia que resultó ser falsa, la del niño heroinómano. Su frase más célebre es “cuál es la puta historia”, pero hay más en este enlace.

También pueden ver el documental sobre él de John Maggio The Newspaperman: The Life and Times of Ben BradeleeThe Life and Times of Ben Bradelee.

Estas son las diez mejores películas sobre periodismo, según The Washington Post.

Y estas según USA Today.

Es la revolución de los estudiantes

Podrían leer las memorias de Katherine Graham, tituladas Una historia personal en Libros del KO.

Y explorar en Google la figura de Ben Bagdikian (Bob Odenkirk en la película de Spielberg), uno de los personajes claves en la publicación de los papeles. Tiene un libro esencial, The New Media Monopoly.

Publicar noticias veraces y comprobadas que incomodan al poder sigue siendo esencial en una democracia sana. Además de periodistas audaces y honestos necesitamos lectores que sepan diferenciar la calidad del corta y pega, la rebeldía de la obediencia.

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