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Muros sin Fronteras

Richard Trump frente a Donald Nixon

La historia no se repite, pero a veces se parece mucho. Acabo de terminar las memorias de Katherine Graham, Una historia personal (Libros del KO), y el primer impulso es ver otra vez The Post (la película de Spielberg sobre Los papeles del Pentágono), y después la de Todos los hombres del presidentede Alan Pakula con Robert Redford y Dustin Hoffman, que trata de la investigación periodística del Watergate.

Las páginas dedicadas a ambos casos, los Papeles y el Watergate, parecen un thriller, y debió serlo para los que tuvieron que defenderse de un presidente desalmado y autoritario como Richard Nixon que les declaró la guerra pública y privada. Dos citas del libro sobre este asunto:

“La Casa Blanca pensaba que solo el Gobierno tenía poder para determinar qué debía saber el pueblo norteamericano”.

“Si el blanco era la prensa, la víctima es el público”.

Según leía he pensado mucho en Donald Trump, y a veces en M. Rajoy y en la situación de la prensa en España (como sinónimo de medios de comunicación). Existen similitudes en los ataques descarnados de Trump contra The Washington Post y The New York Times, entre otros, con los que Nixon realizaba contra estos mismos medios. Al poder le encanta la alabanza; odia la critica.

Nixon llegó a tener listas de periodistas enemigos y utilizó su poder legal y parte del ilegal para causarles daño. En lo más crudo de la batalla del Watergate, cuando el presidente se sentía acorralado, un amigo de Katherine Graham le recomendó que no se desplazara sola. A Nixon le salió mal, con Trump tenemos que esperar.

Los presidentes tienden a calzarse los mismos zapatos de su predecesor. Le sucede con los primeros ministros, los ministros, los directores de empresas y mucho jefes intermedios. Y sucede, por desgracia, en las revoluciones que institucionalizan la ilusión y repiten errores. Es como si el poder se proyectara en un inconsciente colectivo con unas reglas, unas poses y unos gritos que resultan inamovibles.

Esa representación del poder autoritario e impune es la dominante en los regímenes no democráticos y en algunos democráticos. Es el que genera los espacios ciegos en los que abundan los abusos, sexuales y laborales. Ese es el campo de juego del machismo.

El perfil psicológico de Trump no es muy diferente del de Nixon. Se trata de personas con una necesidad patológica de adulación, que va más allá del reconocimiento de los méritos. La actuación política de los dos personajes tiene algunos paralelismos, pero no son un calco. Se parecen en la utilización de todos los resortes del poder en beneficio propio sin importar el daño que pueda causar al Estado.

En el Watergate resultó clave el testimonio de Mark Felt, el célebre Garganta Profunda. Aún no sabemos quién desmontará a Trump desde dentro del FBI.

Trump es un billonario acostumbrado a ganar siempre, a mandar y a que se le obedezca sin rechistar. Es un representante del poder tóxico al que aludía antes. No comprende cómo un presidente de EEUU, que en su ideario es el que más manda, no puede hacer lo que quiere, como despedir al fiscal especial, Robert Mueller, encargado de la pista rusa y de más asuntos, como una posible obstrucción de justicia. Trump se muere por cerrar un caso que es una bomba de relojería que amenaza su presidencia.

En la lucha contra la investigación de Mueller repite las pautas nixonianas. Son las que podrían acabar con él. Dos de ellas son el abuso de poder y la obstrucción a la justicia.

Uno de los grandes errores de Nixon fue obsesionarse con la prensa, confundir, como sucede a menudo, los intereses políticos particulares con los del Estado. No suele ser la seguridad nacional lo que está en juego sino el sillón presidencial.

Durante gran parte de la investigación del Watergate muchas personas, próximas o no a la Casa Blanca, decían que lo publicado por The Washington Post era una exageración periodística. La mayoría de los medios, excepto la CBS de Walter Cronkite, guardaron silencio hasta que las pruebas empezaron a acumularse contra Nixon.

Uno de los mayores errores de Nixon, además de grabar las conversaciones en la Casa Blanca, algo que fue letal, fue prescindir de su fiscal especial Archibald Cox. Para lograrlo necesitó una masacre: echó primero a su fiscal general por negarse a cumplir la orden. Y después a su número dos. Solo el número tres accedió a las exigencias del presidente.

​​​​​​​Trump tiene la misma tentación. Para echar al fiscal especial Mueller ha permitido la publicación de un memorando secreto redactado por los republicanos más fieles para desacreditar la investigación del FBI y al numero dos de la Fiscalía, Rod Rosenstein, que es quien nombró a Mueller. Solo él (y el Congreso) puede destituirlo. Trump busca liquidar una investigación que le perjudica.

La investigación del Watergate duró algo más de dos años. Con Trump llevamos uno. Si el presidente no comete errores de bulto será difícil sacarle de la Casa Blanca en un proceso de destitución. Estará ahí hasta que sea dañino para los republicanos. La enseñanza del Watergate es que cuando el barco se hunde todos saltan de él. Los amigos, primero.

¿En qué me he acordado de Rajoy? Nixon no se atrevió a destruir las cintas que le incriminaban, pero las entregó incompletas. Rajoy no ha tenido problemas en defender a los funcionarios de su partido que destruyeron a martillazos de los ordenadores de Bárcenas porque hicieron, según él, lo que todo el mundo hace en estas circunstancias. También me he acordado cuando Nixon decía que el Watergate ya era un asunto viejo, como la Gürtel.

¿Qué Italia, qué Europa?

​​​​​​​Graham escribe que “el Watergate fue un intento, sin precedentes, de subvertir el proceso político. (…) Fue un uso generalizado e indiscriminado del poder y la autoridad por parte de una administración apasionada por el secreto y el engaño y con una asombrosa falta de respeto por las limitaciones normales de la política democrática”.

Otra cita para enmarcar, que se refiere a los medios de comunicación: “El Watergate subrayó la importancia de una prensa libre, preparada y enérgica. Vimos hasta qué punto el gobierno tiene el poder de revelar sólo lo que quiere y cuando quiere, dar al público sólo la versión autorizada de los acontecimientos”.

Compren y lean el libro, vean las dos películas y exijan periodismo.

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