En Transición

Llegan señales. Que cada cual vaya viendo dónde se coloca

Arrecian los rumores de adelanto electoral. La entrada en un callejón sin salida del conflicto en Cataluña y el enfriamiento de las relaciones entre el PP y Ciudadanos están firmando el acta de defunción de una legislatura que nunca debió nacer. Al menos, de esta manera.

Mientras el Gobierno y el Parlamento entran en letargo, y ya casi parece un problema menor que los Presupuestos Generales del Estado se prorroguen –con lo que eso supone de parálisis para un país–, se están empezando a acumular síntomas de resistencia que harían mal en desoír quienes pretendan presentarse a las elecciones. Voy a esbozar una panorámica, parcial y subjetiva, de lo que me parece más significativo.

No creo que fuera por azar, sino por el cambio cultural profundo que está sufriendo este país, en apenas unos días hemos tenido tres ejemplos de censura que escandalizarían a cualquier joven que en los 80 viviera la movida madrileña y el efecto Streisand lo ha convertido en un boomerang. Esto no ha desembocado en barricadas en la calle, pero la obra retirada de ARCO fue comprada por 80.000 euros por el socio de Mediapro Tatxo Benet, quien la ha puesto a disposición de cualquier galería de arte o museo, alcanzando una transcendencia jamás soñada por el autor. Algo similar ha ocurrido con Fariña, el libro  de Nacho Carretero que destapa claves del narcotráfico en Galicia en los años 80 y 90, que se ha convertido en número uno de ventas en Amazon y ha entrado en las páginas de reventa de objetos de segunda mano alcanzando un precio medio de más de 100 euros por ejemplar. En definitiva, se ha extendido la percepción de que la ola de neoconservadurimo en la que vivimos está alcanzando al mundo del arte y de la crítica. Tanto es así, que el portal Filmin ha creado una sección dedicada a películas que hoy no pasarían el filtro de la censura, “Hoy sería delito”. Echen un vistazo y se sorprenderán viendo títulos como La vida de Brian, entre otros.

En otro ámbito diferente, el económico, el discurso oficial ya no explica la realidad de millones de ciudadanos. Lo vimos hace unos días en la movilización por la defensa de unas pensiones dignas, que Elena Herrera en estas páginas describe como “La semilla de un 15M de los jubilados”. Podría ser, sobre todo si continúan explicando que el problema de las pensiones no es sólo de los jubilados, y no sólo porque nos vaya a tocar a todos, sino porque lo que esconde es la confirmación –ya intuida en el 15M– de que no era una crisis cíclica, sino un cambio de modelo. Si alguien tiene dudas, que compruebe cómo el crecimiento de las variables macroeconómicas ha traído un incremento de la desigualdad. Para los jubilados, para los desempleados, para las menores rentas y para los jóvenes. Aterra ver esa gráfica que circula por las redes en la que se muestra cómo las rentas de los jóvenes españoles han caído en picado desde 2009, a diferencia de lo que ha ocurrido en la Eurozona.

Otro de los debates en que iremos profundizando estos días discurrirá por la senda de la convocatoria de huelga y paros el próximo #8M. A las evidencias de la brecha salarial que cada vez profundiza más la desigualdad, al incremento de las distintas formas de violencia machista y a la robustez de un techo de cristal que sigue irrompible, el Partido Popular responde diciendo que la huelga busca el enfrentamiento entre hombres y mujeres, que es elitista e insolidaria, y que pretende romper nuestro modelo de sociedad. Se pongan como se pongan, y mientras haya reacciones como la de esta joven de 24 años que escribía en el Huffington Post esta carta al PP cargada de sentido común y contundencia, todo parece indicar que la convocatoria de huelga del próximo 8 de marzo será un éxito, porque está consiguiendo articular alianzas entre sectores muy diferentes de la sociedad.

Es hora de superar el estado de perplejidad

Advertía al principio que iba a hacer una panorámica subjetiva y parcial de los elementos que están protagonizando la actualidad. Son sólo tres ejemplos, pero tienen varias cosas en común: apuntan a cuestiones básicas del modelo social, reflejan retrocesos impensables hace unos años que indican que aquella crisis en el fondo era un cambio de modelo y están generando reacciones capaces de ir permeando en amplias capas de la sociedad.

Sólo  faltaban los datos que ha hecho públicos esta semana Transparencia Internacional en su Índice de percepción de la corrupción 2017, en el que se ve que España es,  junto a Hungría y Chipre, el país europeo que más empeora, y en el que se afirma: “Por todo ello, como otras encuestas indican también, tenemos que afirmar el fracaso del Gobierno español y de la clase política en afrontar el problema de la corrupción y darle respuestas eficaces. Se han tomado numerosas medidas, es cierto, pero su implementación es deficiente en la mayoría de los casos; se avanza, donde se avanza, muy débilmente”. Por cierto, para poner el contrapunto, creo que merece resaltarse esta decisión de Isa Serra, diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid, que ha decidido renunciar al aforamiento tras imputársele un delito de orden público por participar en las protestas contra un desahucio, con el objetivo de afrontar el proceso de igual forma que otros compañeros en la misma situación.

Con este recorrido por alguna de las noticias más recientes no quiero decir aquello que clamaban los líderes de la izquierda revolucionaria, para los que siempre parecía estar viviéndose un momento pre-revolucionario. En absoluto. Pero dejar de escuchar estas señales es no saber en qué sociedad se está. En Génova deberían afinar el análisis, máxime si hay visos de que esos rumores de adelanto electoral se confirmen. Pero no son los únicos: que cada cual vaya pensando dónde se coloca. Porque el electorado ya no es fiel, cada vez es menos sumiso, y las referencias son, como la política, extremadamente líquidas.

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