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Desde la casa roja

El ruido de la máquina

Hubo un tiempo en el que en esta casa nos empapamos de todo lo que estaba sucediendo en Cataluña. Ocupaba nuestro tema durante la cena. No se escapaba de ninguna conversación entre amigos. Leímos los periódicos con devoción: los de acá y los de allá. Un familiar tosía de los nervios al otro lado del teléfono explicando su postura. Porque todo el mundo parecía tener una postura. Mandamos al niño callar cuando Felipe VI actuó en su papel de rey del reino. Llamé a un amigo de la CUP varias veces, aunque un "¿cómo lo llevas?" fuera lo más que atinara a preguntarle. Pero hace un tiempo que no consigo subirme a este tren desbocado de opiniones y comentarios y lo veo partir con el gesto de estupor y decepción con una misma que se te queda cuando sabes que podrías estar rumbo a cualquier parte y no lo estás y regresas a casa y miras el equipaje y vuelves a meter cada cosa en su cajón.

No creo que mi frustración sea única, que no estoy sola desbordada por las voces, por el sesgo, por la desinformación que supone vivir atendiendo a una noticia detrás de otra. No es cansancio, es más bien un sentimiento de bloqueo ante la gestión de una crisis que tiene una de sus raíces en una Constitución que evidencia hace tiempo que no nos recoge a todos.

Judicializar la política o politizar lo judicial es igual de ineficaz que racionalizar el corazón y viceversa. La desbandada de lo que no se entiende porque nadie lo sabe retener sin sujetarlo. Será naif, pero en este tiempo creía que ya se tendría altura de miras para la resolución. ¿Dónde está ahora el parlem blanco que tan mal parecía caer en ambos lados? Y pensaba, sobre todo, que habría una voluntad de impedir el sufrimiento. Y qué tenemos: políticos y presidentes de asociaciones en la cárcel, huidos, más de dos millones de personas enfurecidas contra un Estado que sienten como ajeno porque se les ha escuchado cuando ha sido conveniente y que percibe nula solidaridad del resto del país, una autonomía bloqueada y, donde hubo colegios, se rompieron cristales.

Y así estamos, sí, de una contradicción a otra, buscando qué significa exactamente rebelión en los códigos, esquivando la reflexión sobre la democracia y la legalidad, sobre el poder y la desobediencia. Soltando las cuerdas cuando nos incluyen en un "Madrid hace", "Madrid dice", deseando regresar al punto de partida donde todo lo que hacíamos en esta casa era tratar de convencernos de que podríamos encontrar algo comprensible, sabiendo que no lo hallaríamos, en una ideología como el nacionalismo que nos es completamente ajena.

Escribió en La muerte y la primavera Mercé Rodoreda que "si vives pensando que el río se llevará el pueblo no pensarás en nada más". Pues es hora de pensar. Dejen el miedo y la amenaza. Y la exaltación de las emociones en paz. No sé si la estaca acabará en el suelo, están tirando de ella con puras manos. Y lo que se ha roto, roto quedará. Escribo esto preguntándome por qué sumo mi voz al ruido de las máquinas. El único tren al que no voy a subirme y del que me están pagando el billete es el de mejor no pensar, el de mejor no hablar: el que está de vuelta de la costumbre que supone vivir en un país que no atiende, que no pone las cartas, las magnas y las otras, sobre la mesa.

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