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Qué ven mis ojos

Se puede decir más alto, pero no menos claro

“El respeto no se exige, se merece; no te lo tienen, lo debes sujetar tú mismo; y no te lo pierden los demás, eres tú quien lo tira por la borda”.

Cuando le preguntaron al novelista de origen canadiense Saul Bellow cómo se sentía después de ganar el Premio Nobel de Literatura, respondió: “No lo sé. Aún no escribí sobre eso”. Yo voy a escribir este artículo porque sé lo que pienso del asunto Cristina Cifuentes, pero no estoy muy seguro de si, en realidad, quien debería encargarse de hacerlo es un psicólogo: tengo la sospecha de que sólo un especialista en esa materia podría explicar cómo es posible que la única solución que se le ocurra a alguien que se ve en un callejón sin salida, consista en seguir corriendo y tirarse de cabeza contra la pared del fondo, a ver si cae y le proporciona una vía de escape; porque eso es precisamente lo que ha hecho esta mujer sin duda inteligente, con tirón electoral y que a todas luces parecía estar en el grupo de los candidatos a liderar algún día el Partido Popular, o como mínimo a formar parte de su dirección. Cómo no iba a serlo alguien tan valorada en la urnas las últimas elecciones, tan simpática, buena comunicadora, diestra en el cuerpo a cuerpo con la oposición y que parecía significar un cambio con respecto a la oscura historia de su formación en la capital. Pero el lobo ha soplado y la casa era de madera, se ha venido abajo. Ahora parece más de lo mismo con otro traje, da la impresión de que su camino político hacia la cima acaba aquí y que durante la escalada lo único que ha hecho es pisar los mismos charcos con unas botas distintas. Visto como síntoma del poder en España, resulta igual de preocupante: ¿tan poca confianza en sí mismos y tan pocos méritos tienen quienes alcanzan las más altas responsabilidades institucionales en nuestro país, que lo primero que piensan es inventarse unos méritos que no tienen? Porque en eso, si se confirman las sospechas que en estos momentos recaen sobre ella, Cristina Cifuentes es la última de una larga lista de falsificadores de expedientes, currículums y estudios.

Ser delfín de Mariano Rajoy se ha convertido en una profesión de riesgo, para aspirar a sucederle hay que ponerse el casco. Pero eso no habla bien del presidente del Gobierno, sino mal de su partido, donde a día de hoy no parece haber nadie sin contaminar, al menos nadie de quienes llegan a los despachos donde se corta el bacalao de la derecha española, que las encuestas dicen que está a punto de dejar de serlo, para dejarle el sitio a Ciudadanos. Rivera y los suyos van con cuidado, porque quieren los votos del PP pero no quieren compartir plato con Podemos y en cierto sentido tampoco con el PSOE, a quien creen que no van a necesitar muy pronto, así que pretenden que Cifuentes se vaya sin echarla ellos. De hecho, lo que hacen es pedirle al PP una candidatura alternativa, porque lo suyo es cambiar de caras sin que cambie el resto. Sin embargo, son listos o al menos, se lo hacen: “La opción más lógica, más sensata, no es tener que hablar de una moción de censura: tiene que irse”. No, en realidad sólo es lo que a ellos más les interesa, porque aquí ocurre lo de siempre, que no se trata de lo que es justo o necesario, sino de qué pueda sacar de ello cada uno. Y de lo que pueda vender: cuando se tenga que marchar, y lo hará tarde o temprano, otros habrán ido a la guerra y ellos se pondrán la medalla.

Sólo es posible un final feliz: librarse de los lobos que han reescrito el cuento

Sustituir a Cifuentes por otro diputado del PP “es aparentar que todo cambia para que nada cambie”, dice el secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, y ella se intenta esconder, menos cuando no tiene dónde y se ve en la necesidad de defender su castillo sitiado, con ese estilo contundente que te adorna cuando vas ganando y te da un barniz de patetismo cuando las cañas se vuelven lanzas. En la Asamblea tomó el modelo Jordi Pujol y la mayoría de la gente pensó lo mismo que había pensado de él al verlo regañar a quienes le pedían explicaciones: se puede decir más alto, pero no menos claro.

En la calle Génova disparan al aire, suben el volumen y encienden los ventiladores, porque si “un libro es siempre una expedición a la verdad”, como escribió Franz Kafka, un cargo público, al parecer, es justo lo contrario. Algunos de sus compañeros proclaman que Cristina Cifuentes “es una gran presidenta para la Comunidad de Madrid y no hay ningún motivo para su dimisión, porque ha dado todas las explicaciones sobre su máster, desde el primer momento”. Pero miren quién lo dice y que no es, desde luego, ningún peso pesado de la formación conservadora, y mucho menos Mariano Rajoy, que se ha ido a Argentina y aún le debe parecer cerca.

Y casi lo peor de todo es lo que se refiere a la propia Universidad, que sea pública o privada tiene que ser un lugar donde se va a adquirir conocimientos, no diplomas falsos, porque a otros estudiantes les cuesta mucho, en todos los aspectos, conseguir sus títulos. Entre otras muchas cosas, todo esto es una intolerable falta de respeto hacia ellos.

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