Desde la tramoya

Un ridículo aplauso fúnebre

Estamos perplejos por la absurda huida hacia delante de Cristina Cifuentes. Uno se imagina las reacciones de urgencia de la presidenta y su equipo una vez que recibieran las reiteradas llamadas de Raquel Ejerique, la reportera que destapó el asunto. Podría pensarse que estuvo mal asesorada, si no fuera porque Marisa González, su jefa de Gabinete, es una muy reputada experta en comunicación que tiene trienios con Cifuentes y Ruiz Gallardón.

Es impensable que alguien con la mínima noción de comunicación de crisis recomendara a Cifuentes negar evidencias tan inapelables como que no fue a clase y no hizo los deberes, y por tanto se sacó el título de gorra. La única salida medio digna habría sido reconocer lo evidente, pedir disculpas, renunciar al título o completarlo y agachar la cabeza. Es decir, aplicarse en la liturgia del perdón católico: examen de conciencia, reconocimiento del pecado, acto de contrición y penitencia. Más o menos lo que trata ahora de hacer Pablo Casado, en una versión ligera de la misma historia.

Es probable que Cifuentes no dijera la verdad a su equipo más directo, e incluso que ella misma se creyera con derecho a reivindicar un título que no merecía. Pero lo cierto es que desde hace algo menos de un mes, su comportamiento está siendo de todo punto contrario a la lógica más simple de la comunicación de crisis en situaciones análogas.

Pero lo que ya me resulta de un ridículo sideral es la actitud pública del Partido Popular. La respuesta privada es, para incidir más aún en el absurdo, bien distinta. En privado no hay prácticamente nadie del Partido Popular que defienda a Cifuentes y sus compañeras y compañeros la dan ya por políticamente amortizada. Por eso resultó trágico, cómico y ridículo a partes iguales ver a la plana mayor del partido el sábado pasado en su convención, aplaudiendo en pie a su líder madrileña, defendiendo con ello lo indefendible y diciéndole a España entera que allí están ellos para proteger a los suyos incluso aunque hayan mentido, copiado en los exámenes, hecho pellas, inventado títulos y forzado a los amigos a ayudar en el montaje. Por si alguien en el auditorio tenía dudas, allí estaba la ministra Dolores de Cospedal para despejarlas e instruir sin rubor: “Tenemos que defender lo nuestro y a los nuestros”.

Este servidor ha sido admirador de la resiliencia de Rajoy y su “estrategia del percebe” (como la describe Rosa María Artal). Eso de agarrarse a la roca y aguantar hasta que pase la tempestad. Así ha sobrevivido el presidente ya desde que estaba en el Gobierno de Aznar. Así ha resistido incluso ante la evidencia de que su partido estaba podrido de dinero negro y que el despacho en el que se sentaba de la calle Génova había sido remozado –presuntamente– con billetes de la caja B.

Pero hasta el percebe gallego más fornido termina rindiéndose ante la bistronza de una percebeira habilidosa, y la roca más dura del Cantábrico no puede evitar la erosión del oleaje. Así, el PP viene resintiéndose en los sondeos de opinión de manera sistemática desde hace ya años, como le sucedió al PSOE desde 2008. Como yo he pasado por allí y he sufrido la tentación de la resistencia numantina, que termina con un suicidio colectivo, me atrevo modestamente a sugerir al PP que no haga el ridículo y trate si puede de evitar ovacionar a los copiones y a los mentirosos. Aunque solo sea por salvar algo de dignidad.

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