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El PSOE se lanza a convencer a Sánchez para que continúe y prepara una gran movilización en Ferraz

Qué ven mis ojos

A veces un pacto no es más que la suma de dos tramposos

“Antes de seguir a alguien no te preguntes si sabe dónde va y lo que quiere, sino hasta dónde sería capaz de llegar por conseguirlo”.

A la política no se va a hacer amigos, se va a hacer rivales o aliados, y tanto una cosa como la otra dan lugar a relaciones inestables, donde la única familiaridad posible es el matrimonio de conveniencia: dos partidos distintos pueden entenderse en algunas cosas, pero no estar de acuerdo en todas, ya que de lo contrario uno de ellos parecería innecesario. Las palabras acuerdo pacto tienen prestigio, sin duda, pero no siempre definen un comportamiento responsable ni suponen un ejercicio de nobleza o una renuncia generosa en nombre del bien común, sino que a menudo no son más que la suma de dos tramposos que alcanzan un compromiso y firman una tregua con el único fin de salvaguardar sus propios intereses o de pararle los pies a un enemigo común. Hay que vigilar esas uniones de contrarios, ver si son un convenio o un arreglo, una negociación o un negocio, y no darlos por buenos sin antes haberlos analizado. Hay que ver en qué asuntos coinciden y si se trata de cuestiones que supongan una renuncia a su propia ideología o sus principios, algo que en nuestro país también se considera un gran mérito desde la época de la Transición y que, cuando se piensa dos veces, no siempre tiene por qué serlo: hay cosas que deberían ser innegociables, y tal vez el que entonces no lo fuesen sea el origen de muchos de nuestros problemas de ahora. Hay que preguntarse, en suma, si los dos líderes que se estrechan la mano y sonríen a los fotógrafos son dos grandes estadistas o un par diablos vendiéndose el alma el uno al otro. Porque si es así, el precio, como siempre, lo vamos a pagar todos los demás.

En España, las formaciones predominantes se han multiplicado por dos a derecha e izquierda, con todos los matices que se le quiera poner a esas definiciones históricas y los tonos de azul o de rojo que se crea que han perdido o ganado unas y otras banderas: a un lado Podemos y el PSOE y al otro, PP y Ciudadanos. Tras lo que ha ocurrido en Cataluña, donde las cenizas queman casi más que el fuego, y en la calle Génova, donde la sede del partido del Gobierno está atravesada por el río oscuro y cada vez más caudaloso y más revuelto de la corrupción, cuyo agua lo anega todo, desde las cajas fuertes hasta los archivadores, desde los palacios hasta las alcantarillas y desde el Parlamento hasta las universidades, al parecer se ha causado un vuelco electoral, o eso es lo que dicen las encuestas, y al parecer en estos momentos sería la formación de Albert Rivera la que se llevaría el gato al agua de las urnas. Es verdad que ésta es la tercera vez que lo hacen presidente y que las dos anteriores la cosa acabó en catástrofe, pero quién sabe si en esta ocasión a la tercera irá la vencida.

No hay que ser muy listo para entender que aquí hace falta una renovación, eso lo comparte una gran mayoría de los ciudadanos, y que de un modo u otro ya parece imparable que ocurra. Pero lo que importa es saber en qué va a consistir, si se tratará de un simple cambio de caras o de verdad estamos ante lo que se necesita, que es una completa regeneración, un cambio de modelo, no una limpieza de cara ni un repintado. En ese sentido, Rivera lanza una y otra vez mensajes contradictorios. Dijo que venía a echar al PP de La Moncloa y es quien lo mantiene en ella. Dijo que mostraría una tolerancia cero con la corrupción y no lo ha mantenido. Dijo que iba de la mano con los socialistas y se fue del brazo de los conservadores. En este momento, el “caso Cifuentes” le quema las manos y está claro que no quiere ser parte activa ni pasiva de una moción de censura que pondría al mando al candidato de Ferraz. Entonces, ¿ya no es un aliado de Pedro Sánchez y del PSOE? Y del PP, ¿es el compañero de viaje o el adversario más temible? ¿Está ahí para sostenerlo, enmendarlo o derribarlo; para pararle los pies o darle una vía de escape que le ayude a huir del callejón sin salida en el que se encuentra? Y la cuestión más importante: si llegase a gobernar, ¿cómo lo haría? Sinceramente, viendo sus continuos vaivenes y cambios de rumbo según de qué lado viniese el viento, no creo que haya absolutamente nadie capaz de responder con ciertas garantías a ese interrogante. Dicen que va a ser el más votado, pero no dicen por qué. Puede que ni él mismo lo sepa. Puede que sólo le importe llegar a la cima y que lo de menos sea el camino por el que alcanzarla. Puede que a muchos les dé igual.

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