Desde la tramoya

Contra populistas y conservadores

Los socialdemócratas europeos están heridos; gravemente heridos. En casi toda Europa los partidos socialistas o sus homólogos han sido en los últimos años despreciados por muchos de sus anteriores electores. La tendencia no tiene visos de frenar a corto plazo. Es posible, por ejemplo, que los progresistas pasen a ser la tercera fuerza política en las elecciones del año que viene al Parlamento Europeo, detrás de los conservadores clásicos (los populares) y de los de nuevo cuño (los liberales). Por su derecha y por su izquierda, la socialdemocracia resulta asediada también por los partidos populistas, que ya han cosechado éxitos nacionales muy notables en medio continente, llegando al gobierno en Hungría y en Polonia, y quedándose a las puertas en Francia.

Es obvio que la crisis de 2008 ha tenido mucho que ver en el desastre. Un estudio constata, a partir del análisis histórico de 20 países desde 1874, que se produce un aumento de un 30 por ciento en el voto a opciones populistas justo después de las crisis económicas. La indignación por la pérdida de empleo y de recursos, el temor subsiguiente al extranjero que es visto como una amenaza y en nuestro tiempo también la agilidad con que los mensajes simples, emocionales y directos (muchas veces falaces) se difunden por internet, generan una ola de populismo que se lleva por delante a los acomodados, anticuados y perezosos partidos socialdemócratas clásicos, y de paso también a sus adversarios clásicos conservadores. Su credibilidad queda anulada, además, cuando resulta que buena parte de ellos son percibidos como agentes causantes de la crisis y gestores inoperantes y desalmados de sus consecuencias.

Dos narrativas ganan entonces terreno. La populista que ensalza la limpieza virtuosa del pueblo que sufre las tropelías de la élite corrupta y codiciosa, y que propone el uso de la democracia directa y asamblearia —también a través de internet— para demoler las instituciones clásicas que ya no sirven. En su versión nacionalista de extrema derecha, se agita el temor al otro y se reclaman la tierra y el pan “para los nuestros”.

Curiosamente, la alternativa al populismo no está siendo la vuelta a los partidos clásicos, sino la búsqueda de nuevas propuestas, más dinámicas, más atractivas, más jóvenes. Macron y su movimiento En Marcha son el ejemplo más notable, pero en España tenemos nuestro caso doméstico con Ciudadanos, que podría ser la primera fuerza en España, después de haber logrado serlo en Cataluña. ¿Qué es lo que caracteriza a esos dos partidos y a otros similares, que quizá los socialdemócratas podrían emular en su beneficio, sin renunciar a sus principios progresistas?

Este nuevo extremocentrismo, si se le puede llamar así, no está vinculado a la crisis de 2008. Cuando los gobernantes europeos tuvieron que afrontar la crisis, esos partidos no tenían responsabilidad de Gobierno ni tampoco de oposición. Están libres de responsabilidad. Hasta que los socialistas europeos no hagan acto de contrición por haber negado entonces el auxilio prioritario a la gente frente a la codicia de los ricos, no podrán contar con el apoyo social mayoritario. La ciudadanía sigue percibiendo que los socialistas europeos no estuvieron en absoluto a la altura de las circunstancias brutales que arrasaron la economía mundial. Que en lugar de plantar cara a los poderosos, les siguieron el juego e incluso les defendieron. Puede que el diagnóstico sea injusto, pero es el que es. Sólo su reconocimiento, o el simple paso del tiempo borrará ese pecado capital.

Por eso a los progresistas les está costando tanto recuperar su oremus y su relato clásico: la defensa de los muchos frente a los privilegios de los pocos. Habrán de encontrar nuevas causas y nuevos enemigosenemigos. Por ejemplo, las tecnológicas de Silicon Valley que defraudan y hacen trampas, o las causas morales clásicas como el feminismo, la protección de los derechos civiles o el cuidado de los recursos naturales. Junto a la defensa clásica de los fundamentos morales de la izquierda, que son la protección de la gente y la naturaleza, por un lado, y la justicia social, por otro, los progresistas tendrán que comprender mejor a esa mayoría de la población que también comparte los fundamentos morales de los conservadores, que son la autoridad, la pertenencia y la idea de una existencia de orden y pureza de las cosas —provenga de Dios o de la mera tradición—. Cuando aún notamos los estragos de la crisis y la angustia que dejó en tanta gente, no podemos obviar la fuerza que para muchos conciudadanos tiene el sentimiento de identidad, la moral del esfuerzo y la disciplina, o el respeto a las creencias religiosas.

Quienes, como yo, seguimos creyendo que los valores de los progresistas siguen siendo los que más han hecho avanzar a la humanidad en la búsqueda de la paz, la solidaridad y la justicia, no deberíamos permitir que los conservadores, ahora rejuvenecidos y escondidos bajo piel de oveja, vuelvan a convertirse en la fuerza política hegemónica, para favorecer de nuevo a los ricos y los poderosos de siempre. Nuestra apuesta ha de ser radical en la defensa de los derechos, pero también de las obligaciones. De la cooperación, pero también del esfuerzo y el mérito. De la igualdad, pero más aún de la equidad, es decir, de la proporción y la responsabilidad en el reparto de los recursos de todos. De la solidaridad, pero también del respeto a las normas que emanan de la autoridad. Del internacionalismo, pero sabiendo de la fuerza de las identidades nacionales. De la laicidad más radical, pero comprendiendo que ésta incluye la aceptación de todas las creencias y la libertad para ejercerlas.

La socialdemocracia puede recuperarse, por supuesto, si es capaz de volver a sus fundamentos clásicos, los que la hicieron fuerte tras la Segunda Guerra Mundial y en la construcción de la Unión Europea. Pero para ello debería identificar con urgencia quiénes son sus nuevos enemigos y como hacerles frente, en una lucha épica que encontraría en pie y dispuesta a pelear a la mayoría de la gente. Eso si algún día despierta.

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