¡A la escucha!

Jugar sin ganar

¿Qué le dices a tu hijo en el coche, camino de vuelta a casa, cuando con sus 6 añitos te ha visto cómo le pegabas al árbitro del partido y le insultabas con todo tipo de lindezas? ¡¿Qué le dices?! Te ha visto él y te ha visto todo el campo. Los otros padres, los amigos de tu hijo... Te han tenido que sacar agarrado, calmándote. Y una vez que ha pasado eso, te vuelves a quedar a solas con tu hijo. ¿Y qué le dices? No puedo imaginar cómo puedes justificar eso.

Tu hijo sólo tiene 6 años. Acaba de empezar a participar en competiciones infantiles, a jugar los sábados por la mañana. ¡Está encantado! Porque juega con sus amigos, porque por fin viste la camiseta de su equipo y porque ese ratito de los sábados es el mejor de la semana: se va con su padre al fútbol, a que él le vea jugar. A estar juntos. No importa que haya que madrugar. Es el día de la semana que más rápido se levanta de la cama. No hay que ir 3 veces a despertarlo. Y en el coche seguro que han ido comentando cómo fueron los entrenamientos, que esa semana habían ensayado una jugada que está seguro de que acabará en gol, que a “Fulanito” le cuesta pasar la pelota. Y que él está convencidos de que hoy va a marcar, por lo menos por lo menos, dos. Va feliz. Con una sonrisa de oreja a oreja. Hasta que ve a su padre convertido en un energúmeno.

Seguro que usted ha visto las imágenes, no hace falta que se lo cuente. Al chaval se le ve perfectamente cómo va siguiendo el tumulto que rodea a su padre y al árbitro, hay más padres, unos intentando separarlos, otros azuzando la pelea. Una madre lo graba todo con el móvil con una única frase “¡Qué vergüenza!”. El chaval agita los brazos, pidiendo que esa escena tan bochornosa se acabe cuanto antes. No sé si llega a entender muy bien lo que pasa, si logra creerse que efectivamente es su padre el que está montando semejante lío. Le está dando puñetazos al árbitro, por cierto, otro chaval, un menor que tiene unos pocos años más que su hijo y que su afición es arbitrar partidos infantiles, para ir aprendiendo y sacarse un dinero.

Lo triste de todo esto es que no es la primera vez y no será la última. Y que no sólo pasa en el fútbol, se repite en muchos deportes (el otro día veía una bronca en los caballos de Ascott, el súmmum de la elegancia bajada al barro también por el deporte). Y es aquí cuando te preguntas si todo esto tiene sentido. Vas a ver un partido para pasar un buen rato, para distraerte de los problema de la semana, para olvidarte de las preocupaciones y no para volcarlas en él. No vas al campo a vomitar tu frustración. Y si lo haces, si lo hace tanta gente, es que algo debemos de estar haciendo mal. Sobre todo y especialmente en las categorías infantiles. No puede ser que la banda se convierta en la trinchera de unos padres ofuscados. No se puede consentir que un chaval de 15 años vaya a pitar un partido con miedo a que un padre enloquecido le acabe partiendo el labio. Si lo más importante es el resultado, si lo único que importa es ganar, tendríamos que cambiar las reglas.

Enseñarles a través del deporte a los chavales única y exclusivamente valores. Y no única y exclusivamente a ganar. Creo que a esas edades no les aporta nada competir, hacer ligar infantiles. Lo importante a esa edad es aprender a disfrutar, a trabajar en equipo, a que hagan deporte, a ayudarles a crecer a través del deporte. Pero no enseñarles a ganar. No tener como objetivo marcar no sé cuántos goles. Lo de ganar debería ser lo último, debería ser prescindible. Si quitamos la competición se acabó la rivalidad. Se acabó discutir un resultado con el árbitro porque el resultado será lo de menos. Quizás va siendo hora de plantear una solución a un problema que acaba amargando la mañana de un sábado y acaba borrando la sonrisa de un chaval de 6 años.

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