Buzón de Voz

Rivera o el 'malismo' triunfante

Ha proclamado este jueves Albert Rivera, a la salida de su encuentro con Mariano Rajoy, que “no es momento de contemplaciones ni de buenismo”, y que en Cataluña “vigilar es actuar”, o sea que hay que aplicar de inmediato una versión más dura del artículo 155 de la Constitución. El líder de Ciudadanos defiende por tanto y sin disimulo una especie de nueva legalidad preventiva, que no espere a que alguien cometa una ilegalidad para otorgarle el carácter de delincuente potencial. Es lo que tiene adelantar al PP por la derecha y robarle no sólo la bandera del nacionalismo español (bueno) contra el nacionalismo catalán (malo) sino también el papel de azote del buenismo, tan  fructífero electoralmente para el neoconservadurismo español como letal para las fuerzas del cambio. Se empieza perdiendo la batalla del lenguaje y se termina derrotado en las urnas.

Entre las palabras aceptadas este último diciembre por la Real Academia Española no sólo figuraba la cacareada y tramposa posverdad, sino también el término buenismo, definido como “actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”. Y añade la Academia de la Lengua que este término es “usado más en sentido despectivo”. Uno diría que lo que queda blanqueado ya en el diccionario oficial es el uso impuesto por los cerebros y feligreses del malismo, sustantivo inexistente para la RAE que define la “tendencia a creer en la maldad inherente del hombre y en la fuerza y la violencia como vía más eficaz para resolver determinados conflictos” (Fundeu).

La asunción colectiva de un determinado significante ayuda mucho a falsear la realidad, un camino ya muy transitado por expertos en victorias electorales y en campañas inmorales. Y es el carril sin duda elegido por Albert Rivera, capaz incluso de adjudicar ahora ese uso despectivo del buenismo a un tipo como Mariano Rajoy, que llegó a la Moncloa después de ocho años martilleando a Zapatero con el clavo del buenismo, tanto si se trataba de boicotear y tumbar la reforma del Estatut de Cataluña como de impedir el proceso de paz en Euskadi que finalmente condujo a la disolución de ETA.

Este profundo y permanente falseamiento de la realidad a través del lenguaje pretende (y consigue) instalar masivamente la idea de que los presuntamente buenistas son una panda de blandengues, inconscientes, tontos útiles, equidistantes, inseguros e incapaces de resolver un problema, mientras que ellos, los Rajoy-Rivera-Aznar, representan la eficacia, el rigor, el sentido común, la altísima capacidad y firmeza en la resolución de conflictos.

La mentira comprada y voceada por sus potentes plataformas mediáticas y culturales es de una obviedad casi infantil. No hay más que repasar lo ocurrido con el terrorismo etarra y con el independentismo catalán para comprobar la solvencia, el rigor y la eficacia de cada cual a la hora de solucionar problemas o de multiplicarlos. Nadie con dos dedos de frente y un mínimo de dignidad podrá negar que la política despreciada por buenista fue clave fundamental para la desaparición del terrorismo en Españafue clave fundamental, mientras los resultados obtenidos hasta ahora por la política (más bien renuncia a la política) de los ‘machos alfa’ rigurosos, capaces, eficaces, etcétera, etcétera, en Cataluña saltan a la vista: la vía judicial por rebelión naufraga en las instancias europeas mientras el respaldo al independentismo unilateral que traspasó de forma obvia y evidente la legalidad constitucional no ha sufrido un rasguño. Basta ver que el legitimismo visionario de Puigdemont se ha impuesto para colocar provisionalmente en la Generalitat a un individuo de ideas racistas, supremacistas e incompatibles con la democracia. O que el último sondeo del CEO (el CIS catalán) otorga un crecimiento espectacular a las CUP, mientras las posiciones más pragmáticas y moderadas defendidas desde ERC tras el 21 de diciembre se estancan. A estas alturas los Puigdemont, Torra y compañía consideran que todo lo que no sea el pulso unilateral al Estado es, precisamente, buenismo.

Rivera anda sobrado, en vísperas del macroacto que este domingo protagonizará en Madrid imitando el arranque de campaña que llevó a Macron y su Plataforma En Marche a la presidencia francesa. En los ambientes políticos, pero sobre todo económicos y mediáticos, nadie disimula el convencimiento de que, como apuntaba en estas mismas páginas Javier Valenzuela, a estos años de un Rajoy apoyado por Rivera, le seguirán “otros ocho o doce de un Rivera apoyado por el PP”.

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Sobre todo ocurrirá si las izquierdas siguen disparándose en los pies o desconfiando más entre ellas mismas que de quienes desean verlas eternamente en la oposición (como muy cerca). Y ocurrirá si Ciudadanos y PP logran que durante los próximos dos años sean Cataluña y su independentismo excluyente un asunto enquistado, sin resolver, un 155 indefinido contra un enemigo común que mientras no mata engorda a los machos alfa envueltos en la bandera de España, suficientemente ancha para tapar una realidad que se llama desigualdad, precariedad, pensiones indignas o deterioro de los servicios públicos.

Es el malismo galopante, especialista en incendiar conflictos en lugar de resolverlos, pero que acaba triunfando si ni siquiera somos capaces de nombrarlo y definirlo.

 

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