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Verano a la portuguesa, por favor

El pasado viernes, Mariano Rajoy salió como una hidra en la sala de prensa de la Moncloa para denostar la moción de censura que acababa de presentar el PSOE. Pedro Sánchez solo aspira a ocupar la Presidencia del Gobierno, dijo Rajoy, aparentando estar muy escandalizado. Como si él mismo no ansiara otra cosa que seguir ocupándola a toda costa, pese a no contar con el apoyo de una mayoría absoluta de los españoles y haber obtenido la poltrona gracias a combinaciones parlamentarias, en su caso el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PSOE. Me resulta curioso ver a políticos denunciando a otros políticos por algo que todos tienen en común: el deseo de ejercer el poder lo antes posible.

A Rajoy solo le queda un cartucho, meter miedo a la mucha gente asustadiza, y lo empleó a fondo en esa comparecencia. La moción traerá grandes males a España, auguró con aire sombrío. Como si jamás en la historia de las democracias parlamentarias hubiera cambiado la tonalidad política del Gobierno en plena legislatura. Se ha hecho muchas veces y ningún país ha desaparecido del mapa por ello. Las democracias parlamentarias se llaman así porque gobierna quién cuenta con la confianza de la mayoría de los diputados, una confianza que puede perderse o ganarse. ¿Si no, para que existen las mociones al respecto?

Lo veía venir y sonreí cuando llegó. Al final de su diatriba, Rajoy soltó su argumento supremo: ¡cualquier día veremos a Pedro Sánchez pactando con Puigdemont! Sé que millones de españoles son receptivos a esa monserga. Se ha satanizado tanto a Puigdemont que hasta la mera posibilidad de que un político de Madrid hable con él le resulta insoportable a mucha gente. Pues bien, diré lo que pienso: si Sánchez llega a la Moncloa, ojalá hable, negocie y pacte con Puigdemont. No veo otro modo del salir del delirante bucle de la crisis catalana.

¿Qué otra alternativa existe? ¿Cargarse del todo la autonomía catalana, como quiere Ciudadanos? ¿Meter en la cárcel a todos los independentistas que quepan, como parece soñar algún juez? ¿Bombardear Barcelona, como dice Jiménez Losantos? ¿Terminar de convertir España entera en algo semejante a la Turquía de Erdogan?

Algún día, cuanto antes mejor, un presidente del Gobierno español va a tener que sentarse a dialogar con Puigdemont, Quim Torra, Oriol Junqueras o quien sea. ¿Para qué? Pues para lo que sirve el diálogo entre seres racionales: para buscar una fórmula a medio camino entre los respectivos programas máximos. Ni para ti ni para mí, ni independencia ni mantenimiento de la situación actual, reforma constitucional que no entusiasme ni disguste demasiado a nadie. Parece mentira que esa gente a la que se le llena la boca hablando de la Transición no sepa que su espíritu era el del regateo en largas noches de café y tabaco, y el acuerdo final sobre un precio que no era el propuesto inicialmente por ninguna de las partes. Consenso no es que unos aplasten a otros; consenso es que unos y otros se pongan de acuerdo en una solución que a todos les supone conquistas y renuncias.

Puedo imaginarme a Pedro Sánchez asustado por la posibilidad de que su moción de censura termine necesitando el apoyo de soberanistas vascos y catalanes. Aunque sea gratis, a cambio de ninguna promesa concreta. Pero quiero suponer que se ha decidido a presentarla porque al fin se ha hecho adulto, porque ha aprendido que un líder tiene que hacer lo que tiene que hacer con independencia de que muchos lo pongan a caldo. En esta ocasión crucial, Sánchez no debería buscar luz en los editoriales de los unánimemente conservadores diarios de papel. Debería buscarla en los suyos, en los militantes que le dieron la victoria hace un año frente a la conspiración de los caciques.

Por lo demás, no es la cuestión catalana la principal de mis preocupaciones, algunos de ustedes lo saben. Le desearía la solución que esbocé arriba, pero mucho más me gustaría que, antes de las vacaciones de verano, llegara a la Moncloa alguien que no solo pensara en España, sino también en los españoles. Que se ocupara de arreglar –un poco, tan solo un poco– algunos de nuestros problemas cotidianos. Que blindara la subida anual de las pensiones conforme al IPC. Que aboliera la Ley Mordaza y el Impuesto al Sol. Que comenzara a combatir la precariedad laboral y los bajos salarios. Que paralizara los desahucios. Que restableciera la neutralidad política de RTVE. Que dejara claro en el Código Penal que cuando la mujer dice no es no.

No creo que estos retoques pongan en cuestión el sistema capitalista. Ni tan siquiera alarmarían demasiado a Wall Street, la Comisión Europea y el resto de Amos del Universo. Los portugueses han hecho algunas mejoras sociales bajo su actual Gobierno de izquierdas y, ya lo ven, están de moda, no paran de recibir turistas e inversiones. En este asunto de la moción de censura, me gusta la actitud constructiva de Podemos e Izquierda Unida. Que saliera de la Moncloa el capo de un partido tan corrupto, autoritario e insensible y entrara Sánchez podría suponer un pequeño y necesario respiro para muchos españoles.

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