Desde la tramoya

¿Una oportunidad?

Prefiero desde hoy escribir algunos de mis títulos entre interrogaciones. Esos dos caracteres habrían salvado acaso mi pieza de la última semana, en la que anticipaba que la moción de censura no prosperaría. Pido perdón, sin ningún matiz, a mis lectores y lectoras, porque no supe leer lo que estaba ocurriendo. Minusvaloré el temor del PNV a una precipitada llegada de Ciudadanos que pudiera poner en peligro el Cupo. Menosprecié las ganas que los grupos catalanes le tenían a Rajoy. Y pensé que la fuerza sociológica de Ciudadanos y Podemos impediría un acceso repentino de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno.

Sigo compulsivamente las noticias a las 22 horas del jueves, cuando escribo esto, y no salgo de mi asombro sobre el discurrir sorprendente de las cosas. Pero cada minuto que pasa parece más verosímil que tendremos un Gobierno socialista. Es una oportunidad extraordinaria. Para reanimar el espacio progresista. Para devolver la confianza a millones de ciudadanos que habían dado la espalda al PSOE. Para constatar que se puede hacer buena política desde la izquierda moderada, como ya está haciendo nuestro vecino Portugal.

Es una oportunidad extraordinaria también porque, cuando la economía no va mal, un Gobierno puede ganarse el favor de su pueblo con unas pocas cosas. De hecho, la gente valora al Gobierno por un número muy pequeño de cosas, casi todas ellas puestas en marcha en los paradigmáticos cien primeros días. Zapatero pasó positivamente a la historia por retirar las tropas de Irak y por poner en marcha la llamada ley de matrimonio homosexual y la ley integral contra la violencia de género. Hubo otras muchas iniciativas (tabaco, carnet por puntos, dependencia, Constitución europea...) pero sólo tres o cuatro, decididas en los primeros días, generan un crédito político inmediato.

Pedro Sánchez ya ha anunciado algunas medidas concretas. Y seguro que puede imaginar muchas otras. Formar un Gobierno sólido, paritario y ejemplar, derogar la ley mordaza, vincular las pensiones al IPC, devolver el lustre a RTVE, atender las demandas feministas y de otros colectivos sociales... Todas ellas contarían con el apoyo de una mayoría parlamentaria suficiente y son fáciles de poner en marcha.

Contará (?) –a menos que en estas últimas horas haya nuevas sorpresas– con una economía en crecimiento y con unos presupuestos irónicamente ya aprobados –si, en su última grosería, el propio PP no los bloquea en el Senado–. Torra ya tiene un Gobierno homologable y decaerá el 155. Vendrán el Mundial de Rusia, excelente disolvente de las tensiones políticas, y las vacaciones de verano.

Los peligros, con todo, siguen ahí. Decía en mi artículo del pasado viernes que Albert Rivera y Pablo Iglesias –y ahora también Mariano Rajoy o quien quiera que le sustituya– se consideran tan socialmente legitimados como Pedro Sánchez para ser presidentes del Gobierno. No me desdigo. Por mucho que el jueves en el Congreso de los Diputados Pablo Iglesias declarara su apoyo incondicional al candidato, Pablo Iglesias sabe  –y así lo dejó escrito en los documentos fundacionales de su partido– que la fuerza electoral de Podemos es directamente proporcional a la debilidad del PSOE. Sospecho que las complicidades que nunca tuvieron no van a aflorar después de la investidura.

Las heridas internas del PSOE, por otro lado, siguen abiertas, aunque no se vean. Y aunque es cierto que el poder es un imán muy eficaz para generar filiaciones más o menos sinceras, también es verdad que el PSOE, de lograrlo, llega al Gobierno en una situación más bien precaria: sin aval aún de las urnas, con pocos escaños y con mucho escepticismo entre las instituciones sociales, políticas y económicas del país. Manejar bien las expectativas, algo que el PSOE actual, y en particular Pedro Sánchez, sí saben hacer, parece una virtud crucial en estos momentos.

Los desafíos son inmensos, pero yo no creo que sean, en absoluto, imposibles de lograr. Basta echar un vistazo rápido a la historia de España para recordar que ni a Suárez, ni a Aznar, ni a Zapatero, se les aclamaba como presidentes al principio. Pedro Sánchez podría aplicar su conocida audacia para unirse a esa lista. Y evitar así emular a otro presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, que tan solo pudo alargar un poco más la agonía de su partido. Espero de verdad que la suerte y el talento le acompañen.

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