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Desde la casa roja

El torturador

Hay semanas en las que parece que ha llovido una legislatura entera. Como el relámpago vemos caer un Gobierno y formarse otro. Tornar los puntos de vista. Cambio de sillas. Poca tregua. Después de la tormenta viene lo que llega. Pero en la misma semana, me pareció, sin embargo, que el invierno más largo iba a seguir encima de nosotros. En realidad, no fue un parecer, sigue aquí. El miércoles pasado, en el Congreso, en la sesión de control previa a la moción, el político Pablo Iglesias lloró recordando los testimonios de algunas víctimas de Antonio González Pacheco, inspector de la Brigada Político Social en los últimos años del franquismo y primeros de la Transición. Impotencia y rabia, y supongo emoción también al leer por primera vez en sede parlamentaria los abusos y violencia del hombre que vive tranquilo detrás de ese nombre y al que conocemos como Billy el Niño, quien replicó una vez a los periodistas que el anonimato lo era todo para él, que era su forma de mantenerse a salvo. El anonimato y nuestra amnesia de Estado, para ser justos. Un Estado que le condecoró en 1977 con la medalla al Mérito Policial.

Estos días de Congreso televisado, hemos podido medir a nuestros políticos. Y si el debate llegó a la altura de un presidente advirtiendo que los presupuestos “se los van a tener que comer con patatas” bajó a la risa burlona y a la imitación colegial después de la lectura sobre el torturador Pacheco. El ex ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, le pidió seriedad a Iglesias cuando este le preguntó si habían valorado quitarle la medalla que concedió Rodolfo Martín Villa. Sí, le pidió seriedad, no hubo rubor y sí menosprecio al cuestionar los testimonios, Urban, Galante, Falcón, Meyer, y la bancada popular rompiendo en un aplauso. La televisión emitió la escena en directo para nuestro asombro. Y en la tribuna, detrás de las explicaciones vacuas de la derecha y ese aplauso a algo que no alcanzo a comprender qué es, estaban sentadas diez víctimas de Pacheco, de Billy el Niño, del torturador franquista. Al día siguiente, Albert Rivera, se llevó las manos a los ojos, burlándose de Iglesias y fue captado por las cámaras.

Las cifras de la justicia no son las cifras de la memoria de alguien que ha sido sometido mediante violencia. Tampoco sé cuál será el mecanismo y tiempo necesarios para que el que ejerce el abuso desde la autoridad pueda olvidar y vivir tranquilo. Cuándo y cómo descansa la conciencia si la hubiera. Pero la orden de búsqueda y captura emitida por la jueza argentina María Servini en 2013 contra él por 13 delitos de tortura entre 1971 y 1975 fue desestimada por la Audiencia Nacional porque habían pasado cerca de treinta años desde entonces. Y porque no se contempló el delito de lesa humanidad, que no prescribe; la justicia española no identificó las torturas de Pacheco como parte de un ataque sistemático y organizado hacia un grupo de la población y rechazó la extradición.

Una "Transición pacífica" de más de 700 muertos

Una "Transición pacífica" de más de 700 muertos

Una toalla mojada para simular ahogamiento, patadas de karate, palizas, personas colgadas de las muñecas dispuestas a los puñetazos como sacos de boxeo, esposados por delante de los tobillos y colgados de barras para ser golpeados hasta el dolor más sordo, hasta la pérdida del control de los esfínteres, pistolas descargadas puestas en el pecho a las que se apretaba el gatillo, amenazas y amenazas, cabezas debajo del agua de una bañera hasta la pérdida del conocimiento. Maltrato físico y humillación narrado por sus víctimas, la mayoría activistas y universitarios en aquella época. Torturas que tuvieron lugar en los sótanos de la Puerta del Sol.

Pacheco no se convertirá en mito como el forajido al que le robó el alias. No todos los torturadores son sádicos, detrás puede haber personalidades más complejas, pero en este caso parece que sí responde al perfil. A un sádico el dolor ajeno le produce placer. En Pedro y el capitán, la obra de teatro de Mario Benedetti cuyos dos protagonistas son un torturador y su víctima, llega un momento en que el primero se rompe después de romper al segundo y reconoce que si le maltrata es porque, si no lo hace, él también será torturado. “Y usted tiene en qué creer, tiene a qué asirse”. Pacheco no tenía en que creer, la degradación del otro parecía ser su fin.

Aunque las víctimas del torturador llevan años persiguiendo justicia, de vez en cuando vuelve a despuntar en el borrón del olvido que conocemos como Ley de Amnistía este caso y otros similares: vaya este artículo entonces a sumarse a lo generado desde la lectura de esa lista de nombres en el Congreso de la que se rio parte de nuestro Parlamento que sigue negando lo que ya ha sucedido incluso delante de sus víctimas y que tanto esfuerzo pone para mantener en la sombra.

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